—¿Y si nos vamos, Walter? No sé si estaba durmiendo, pero cuando mi hermano me escuchó se dio vuelta y se tapó la cabeza con la almohada. Me gustó verlo dormir en esa cama. Por unos minutos fue como si no hubiera pasado nada. Esperé. Apenas lo escuchaba respirar. Cuando estaba por irme, me dijo: —Poné la pava. Encendí la hornalla, llené la pava, la apoyé encima y me quedé mirando el fuego. Mi hermano entró, abrió la heladera y sacó una botella de agua. Se sirvió un vaso y se paró al lado mío, apoyado en la pared. Mientras tomaba, él también se puso a mirar el fuego. —¿Te acordás cuando te olvidaste la pava del viejo y quedó toda negra? Te quería matar. Seguí mirando la pava hasta que se oscureció en mi cabeza. No pensé que irme iba a ser tan triste. Pero, en vez de contestar, le pregunté: —¿Y qué hacemos con las botellas? El Walter volvió a tomar agua y dijo: —Las botellas se quedan. Seguíamos mirando el fuego, callados. Me pareció que la pava se estaba calentando de más, pero no me moví. El Walter apagó la hornalla, metió la pava abajo de la canilla y le tiró un chorro de agua fría. Mientras, yo agarré el mate y el paquete de yerba que andaba por la mitad. Nos sentamos a la mesa de la salita de atender. Al rato, sin golpear, Miseria empujó la puerta y entró.
Miró el mate y se sentó con nosotros. Tenía la sonrisa distinta. —Yo vendo la moto y tenemos algo de guita. Las herramientas me las llevo, me pueden servir —dijo mi hermano, como si todavía estuviéramos solos los dos. —Yo quiero terminar con la tierra —dije y el Walter no me contestó. Miseria me miró abriendo los ojos enormes. Le pasé el mate a mi hermano, que cebó y se lo pasó a ella. Sus dedos se tocaron. —¿Y para qué lado arrancamos? —dije. No sé por qué, quise que se soltaran. —Voy con ustedes —me cortó Miseria. —Sos loca, pendeja. No quiero terminar en cana —dijo el Walter y apoyó el mate con fuerza sobre la mesa, como si el golpe fuera a dar por terminado el asunto. Miseria no se asustó. Al contrario, pareció tomar fuerza: —Le digo a mi mom que me conseguí un laburo y voy yo también. El Walter y yo nos miramos. —¿Y de qué podés laburar vos? —dijo él. —Ni idea, pero si le digo eso seguro me va a dejar. Yo no hablé, pero pensé que Miseria era apenas un poco más grande que yo cuando mataron a mi vieja. Y que me gustaba la idea de que se viniera con nosotros. Nos quedamos callados un buen rato. Hasta que Miseria dijo: —Al mate lo llevamos. —Y se rio. Y al Walter se le notó que le encantaba. Se levantó y se acercó a mi silla. Me dio un beso en la frente y me dijo: —Nos vamos, hermanita.

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COMETIERRA - Dolores Reyes
RandomA la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes. tú que solo palabras dulces tienes para los muertos LEOPOLDO MARÍA PANERO Nadie sabe lo que puede un cuerpo. BARUCH SPINOZA