Hacía un rato que esperábamos al novio de la piba, que todavía no había llegado. Yo necesitaba que me mostrara el lugar exacto en el que la chica se había hundido. Ezequiel hacía de cuenta que no pasaba nada, pero se fumaba un cigarrillo atrás de otro. Mientras iba oscureciendo, los bichos se escuchaban cada vez más y el aire empezaba a enfriarse. Nos sentamos en el suelo de madera que rodeaba la cabaña. Ezequiel volvió a decir que el novio de la chica estaba por caer. Aunque no contesté, sentí que íbamos a pasar la noche ahí. Ya era tarde para que el flaco apareciera. Me dieron ganas de tomar una birra. Le pregunté a Ezequiel si podía conseguir una y me dijo que estaba pensando en lo mismo, pero que no daba. —¿Que no da qué? Quiero una birra —le contesté, y él me miró a los ojos, sonriendo con una sonrisa nueva, como de más zarpadito, y dijo que iba a buscar una y volvía enseguida. Me quedé un rato haciendo nada recostada en la madera, mirando el cielo y los árboles, escuchando los bichos, que ya estaban por todos lados. Seguí con la mirada a uno de antenas raras que recorrió lentamente la tabla en dirección a mi zapatilla blanca. No me gustaban los bichos. Me levanté el escote de la remera y me olí. Eso sí me gustaba. Me había bañado a la mañana, me la había visto venir. Tuve frío y entré en la cabaña. La cama estaba tendida en el medio de la habitación. Era una cama enorme, con sábanas hermosas y una manta del color del ladrillo cuando está desnudo. Me senté en el borde, mirando la puerta por la que tenía que entrar Ezequiel con la birra. Me crucé de piernas y comencé a desatarme el cordón de la zapatilla.
Cuando volvió, primero me acarició la cabeza. Yo le corrí la mano. —No te hagas el bueno —le dije y nos reímos los dos. Ezequiel dejó su abrigo en una silla al costado de la cama. Me pasó la botella de cerveza y yo, para tomar, me senté y me tapé el cuerpo desnudo con el cobertor. Nos miramos. Yo no quería sonreír. No quería hacérsela tan fácil. Se quitó el pulóver que tenía arriba de la camisa y se acercó de nuevo. No le pasé la birra. La agarró y tomó un trago largo y después la apoyó en la mesita al lado de la cama. Al hacerlo, la botella chocó con la lámpara y la única luz del cuarto parpadeó un segundo. Justo en ese momento sentí la mano de Ezequiel que me agarraba de atrás de la cabeza y me daba un beso con gusto a cerveza. Su mano en mi pelo presionó para empujarme hacia él, mientras me acercaba a su cuerpo tocándome la cintura desnuda. La mano me pareció áspera, o quizás yo la sentía así mareada como estaba por el beso de labios suaves y alcohol. Nada de su cuerpo me soltaba. Me dejé arrastrar hacia él. Tenía la ropa fría. Yo ni la tanga me había dejado, así que traté de sacarle la camisa, pero en la posición en que estábamos era imposible. Nos soltamos la boca. Nos reímos más. Ezequiel se quitó la camisa rapidísimo y su mano volvió a tirar del nacimiento de mi pelo. Me recliné un poco, apoyándome en los codos, y él volvió a reírse. Con la mano libre, se desabrochó el cinturón, bajó el cierre del pantalón y se lo quitó. La otra mano se cerró en mi nuca. No me podía mover. Tiró de mí. Sacó su pija por encima del bóxer y me la acercó a la boca. Me dejé llevar a un beso tan suave como si lo que besaba fuese una lengua. Le bajé el bóxer del todo. La piel que tocaba me gustaba. Podía apretarla con los labios mientras la pija jugaba en mi boca y se iba hundiendo. Ezequiel me miró chupar y yo también lo miré a él. Me agarró la cabeza con las dos manos. Mantuvo un rato la presión, hasta que en un movimiento sacó su pija de mi boca y sus manos buscaron mi cadera. Me llevó hacia él. Yo me tendí y abrí las piernas. Ezequiel besó mis tetas, que son del tamaño de un puño cerrado. Después, sin apartar su boca de mi pecho, bajó una de las manos hasta mi concha. Me acarició. Sentí sus dedos hirviendo. Me fui mojando. Él siguió un poco más, después llevó la mano de nuevo a mis caderas.
Una mano seca y la otra mojada me agarraban firmes. Quería verlo cuando entrara. Quería acariciar su espalda que estaba encima de mi cuerpo. Ezequiel se tomó un tiempo para mirarme a los ojos. Después, sus ojos se fueron perdiendo, y los míos también. No lo vi empujar, meterse, presionar contra mí, agarrarme fuerte con las dos manos el culo y empujar de nuevo. Con los ojos cerrados, nos podía escuchar, sentir el instante en que Ezequiel sacó su mano húmeda del comienzo de mi culo y la metió en mi boca mientras su cuerpo empujaba y se sacudía violento como si hubiese perdido el control. Sentí enloquecer mi corazón y yo también me apreté con fuerza a él. Algo, desde adentro, se volcaba y en sus dedos contra mi lengua sentí el sabor de mi cuerpo.
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COMETIERRA - Dolores Reyes
RandomA la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes. tú que solo palabras dulces tienes para los muertos LEOPOLDO MARÍA PANERO Nadie sabe lo que puede un cuerpo. BARUCH SPINOZA