Tengo puesto mi vestido de gasa color ocre. Me encanta, ya que me hace sentir libre por lo vaporoso y ligero que es. Llevo en mis manos mis zapatos. Mantengo los ojos cerrados. Siento como acaricia mi rostro la brisa del atardecer en la playa. Al mojar mis labios con mi lengua puedo percibir el sabor a sal. Continuó con mi paseo caminando a la orilla del mar, sintiendo la cálida y suave arena bajo mis pies. Abro mis ojos y volteo al horizonte descubriendo que se ve muy extraño el mar. No entiendo por qué se ve raro. Un hombre corre hacia mí y grita algo. No lo logro entender por la distancia a la que se encuentra. Volteo de nuevo al mar y lo entiendo todo. Es tarde, me veo envuelta por una gigantesca ola la cual no me permite luchar por mi vida. Por más de que intento nadar a la superficie me es imposible por la cantidad de agua que me sepulto al ser estrellada contra el piso. Sé que no a pasa mucho tiempo, pero para mí cada segundo es eterno cuando trato de aspirar oxígeno. Lo único que inhalo llenando mis pulmones es agua, me arden, siento como si me quemara en cada respiración que trato de hacer. Me canso de luchar y después nada.
La conexión de los pensamientos inconscientes se corta. El que pareciera un sueño se disipa y grita Julieta asustada. Extiende sus manos para ser alcanzada por su madre. Al llegar hasta ella la sujeta entre sus brazos.
—¡Mamá!
—¿Pequeña que sucede? Otra vez pesadillas.
Olivia, al abrazar a la niña, detecta que se encuentra empapada de sudor. Como todas las noches cuando sufre pesadillas y se levanta con una crisis de asma.
—Sí, pero no me acuerdo lo qué soñé. Sé que no quiero estar sola mami. No puedo respirar. ¿Me dejas ir a dormir a la cama contigo y con papá?
—Julieta, ya lo habíamos hablado. Eres una niña grande y a tu padre no le gusta dormir apretujado. Así que será mejor que tomes tu inhalador que te ayudará a despejar tus bronquios. Relájate y cámbiate el pijama para que puedas volver a dormir. Si quieres, lo que podemos hacer es que yo permanezca contigo hasta que te duermas. ¿Te parece bien?
A la pequeña no le quedó más remedio que obedecer las órdenes de su madre, ya que no obtendría otro resultado, aunque se lo implorara mil veces.
A la mañana siguiente, Julieta no tendría clases en la primaria. Su madre decidió que la llevaría consigo a la cita que tenía con el dentista. Al terminar sus pendientes. Aprovecharía para asistir con un nuevo pediatra. Era un especialista en alergología muy bueno. Se lo había recomendado una amiga que la veía muy preocupada por la niña.
Conforme iba creciendo su hija. Las crisis de asma eran constantes y no daban tregua a la pobre criatura. La mortificaba el no poder llegar a ver a su hija tener una vida plena.
El episodio ocurrido la noche anterior había sido muy agresivo. Tuvo que administrar cuatro veces el medicamento con la finalidad de que pudiera respirar un poco mejor. Estuvo hasta tarde dándole palmadas en la espalda tratando de aliviar sus síntomas.
Dado que Olivia era una persona que se jactaba de ser muy puntual. Arribó con diez minutos de anticipación a la cita con el dentista. Llegaron a una zona prestigiosa de Chapultepec. A un costado de la torre del edificio donde se situaba el consultorio. Se encontraba un pequeño jardín con bancas a su alrededor.
Para no encerrar a su hija en una oficina, a la espera de que terminaran de atenderla. La dejó al cuidado de Eufrosina. La muchacha del servicio, que en contadas ocasiones servía como nana de la niña y de su hermano Joaquín.
Julieta comenzó a correr entre las jardineras con los brazos extendidos simulando que era un avión. Mientras Eufrosina la contemplaba desde una banca del parque. La niña subió de pronto a una jardinera. Volteo hacia el tercer piso de uno de los edificios que se encontraban frente a ella. Se quedó callada, pálida y con la vista fija como si estuviera viendo a un fantasma en aquel balcón. Al mirar el raro comportamiento de la chiquilla. La nana volteó hacia el mismo lugar, para tratar de captar que era lo que tan interesada tenía a la niña. No halló nada raro en aquella vieja construcción. Por lo que volvió a observar a Julieta. En él precisó momento en el que dirigió la mirada a la niña. Esta cayó desvanecida golpeándose la cabeza contra el filo de la jardinera. Eufrosina fue hacia ella. La tomó entre sus brazos, acunándola como si de un bebé se tratara.
Corrió hasta el consultorio del dentista para avisar a su madre. La señora Olivia, se encontraba en la recepción, ya que aún no ingresaba a la consulta.
En cuanto vio a la muchacha con su hija en los brazos. Se dirigieron a toda velocidad a la sala de emergencias de un hospital. La pequeña no despertaba por el impacto recibido. Fue examinada extensivamente por el médico de urgencias. Se determinó que había sufrido una lesión leve, a causa del golpe. El doctor afirmó que no tendría ninguna consecuencia grave. Que solo le saldría un pequeño chichón y un morete en la zona afectada.
—¿Niña cómo te encuentras, te duele mucho tu cabecita? —Preguntó Eufrosina desde el marco de la puerta de la habitación de Julieta.
—Bien Nina. Ya casi no me duele, solo cuando me toco. —Contestó la pequeña dirigiendo la mano hacia el golpe con un gesto incómodo en la cara.
—No sabes el susto que me sacaste. Casi se me sale el alma del cuerpo cuando vi que te desplomaste estrellándote contra el suelo. —Comentó la empleada con rostro compungido.
—Perdón, no sé qué me pasó. Me disculpas Nina, por haberte asustado.
Eufrosina entró a la habitación. Se dirigió a darle un apapacho a la niña, para evitar que se siguiera sintiendo culpable.
—Te disculpo si me cuentas que fue lo que vistes en ese balcón que hizo que te pusieras así. —Dijo la mujer con cara ansiosa.
—Está bien. Pero no le digas a nadie. Le conté a mi mamá y no me creyó. Fue a investigar y no encontró nada de lo que le dije. Ahora me dice que soy una mentirosa, que todo está en mi imaginación. Que soy una niña fantasiosa. —Julieta continuaba recostada en su cama. Abrazando sus piernas como si tratara de consolarse a sí misma.
—Lo prometo. No se lo contaré a nadie. Será un secreto de las dos. —Eufrosina puso su mano derecha en el corazón. Con la otra tomó el dedo meñique de la niña. Juraron con solemnidad.
—Bien. Vi a una mujer que alimentaba unos pequeños canarios que se encontraban en una jaula colgante frente al balcón. Ella traía una bata de flores rosas y una cinta de medir alrededor del cuello. Por un lado, una señora con los ojos muy llorosos y un papel entre las manos avanzó hasta el final del balcón. Volteó con la muchacha. Le dijo algo y se aventó. La vio caer y no pudo hacer nada para detenerla, corrió, pero solo la vio estrellarse contra el suelo. Fue real. Lo juro. Yo lo vi. La señora vestía una blusa color café claro de botones y una falda de un tono más oscuro hasta debajo de la rodilla. Fue horrible ver como la sangre salía de su oído y su rostro. Luego la muchacha se desmayó. Y ya no vi nada. Solo desperté en el hospital con un fuerte dolor de cabeza.
—Niña, no crees que lo que viste fueran fantasmas, porque yo estaba ahí y la única que sufrió un accidente fuiste tú. —Comentó persignándose en repetidas ocasiones. Con cara de espanto.
—Eufrosina. Me puedes explicar. ¿Qué haces en la habitación de mi hija?, llenándole la cabeza de supercherías y tonterías. ¿Es acaso que ya terminaste tu trabajo? —Entró caminando con paso firme, con la autoridad de un general militar.
—Discúlpeme, señor Joaquín. No quise ser entrometida, pero usted sabe que quiero mucho a la niña Julieta. La he cuidado desde pequeñita y estaba muy preocupada por ella.
Esto lo dijo Eufrosina, levantándose de inmediato de la cama. Acercándose a la puerta y bajando la mirada. Ocultándolo apenada que se encontraba por haber sido sorprendida con tales confianzas con la niña de la casa.
—Papi, por favor no regañes a Nina. Es muy buena conmigo y no me estaba llenando la cabeza de tonterías. Es mi amiga y le pedí que me contara un cuento. Quería que me cuidara un rato porque mamá tuvo que salir con sus compañeras de la fundación a visitar el hospital.
Julieta se incorporó de la cama para alcanzar a su padre. Abrazándolo por el cuello. Le plantó un beso en el cachete como todos los días lo hacía al recibirlo cuando llegaba del trabajo.
El señor se suavizó al momento con el gesto de su hija. Despidió con la mano a la muchacha de servicio. Acostó tiernamente a su hijita de nuevo en la cama. Joaquín era un hombre duro e inflexible por su educación. Desde pequeño asistió a un colegio militar. Pero al estar con su hija se derretía la barrera formada por su dura educación. Hacía que doblara las manos, tan solo para verla sonreír por un instante.
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Amor Entre el Tiempo.
RomanceSueños, enfermedad, visiones, son las cosas que empiezan a moverte el piso, una sesión de hipnosis te hace descubrir que estás entre dos hombres, debido a tu reencarnación, a cuál elegirías: amor o lujuria.