Julieta salió de la oficina más tarde de lo acostumbrado. De hecho, parecía desierto el edificio. Se dirigió a su coche para tomar su inhalador. Cuando llegó y abrió la puerta del copiloto buscando en la guantera descubrió que no lo traía. Recordó que lo había dejado en su casa. Se molestó de sobremanera y toda la tranquilidad que había ganado con los ejercicios de respiración se perdió. Comenzó a dejarse llevar por la desesperación. Sintió un miedo descontrolado a morir. Estaba muy mal. Empezó a dolerle el pecho y la espalda, por el esfuerzo al jalar el aire. No sentía que entrara el suficiente. Trataba de toser, para ver si habría espacio en sus pulmones. Y así poder tomar un poco más de oxígeno. No le estaba funcionando. Lo que más la desquiciaba era el maldito silbido que se producía al respirar, debido a que la crisis comenzaba con nuevas fuerzas.
Caminó con trabajos a la puerta del conductor. Se subió a su Tesla dando un portazo por la impotencia. Golpeó el volante con su cabeza llena de frustración. Sabía lo que tenía que hacer, más, sin embargo, su voluntad se negaba. Finalmente, dio cinco respiraciones lo más profundas que pudo. Sacó su celular y marcó a su amiga Alejandra.
—Hola Ale, soy Julieta. —Dijo casi sin aliento y jadeando.
—¡Jully! ¿Estás mal? ¿Dónde te encuentras?
Ale la conocía desde que eran pequeñas, ya que su mamá era muy amiga de Olivia. De hecho, ambas parejas fungieron como padrinos de bautizo de cada una de las niñas. Sentían que eran hermanas, más que eso, puesto que sabían todo lo uno de la otra.
—Estoy en el estacionamiento de la empresa. Quería ir al restaurante.
Comenzó a toser para agarrar aire. Esperaba poder continuar hablando, pero su amiga habló en cuanto dejó de hacer ruido.
—Tranquila. No te muevas. Me dirigía al restaurante y estoy a cinco minutos de donde te encuentras. No se te ocurra manejar en ese estado. Voy por ti, por favor no cuelgues el teléfono. No hables. Quiero que te enfoques en lo que te digo. Relájate. Pégate al sillón. Escucha mi voz. No pienses en nada que no sea la casa del árbol de cuando éramos niñas. ¿Te acuerdas de ella? Joaquín se colgaba de las ramas como chango.
—Sí.
—Espera un momento. ¡Compadre, necesito entrar por mi amiga Julieta! ¡Es la Vicepresidente de este lugar! —Alejandra se retiró el teléfono de su boca para charlar con uno de los vigilantes de la puerta.
—Lo siento, señorita. Las oficinas se encuentran cerradas y después de esta hora ya no se permite el acceso a nadie por seguridad. —Habló con autoridad. El guardia de la caseta con cara de pocos amigos.
—De acuerdo Jully ya llegué, pero tu portero no me da acceso.
Julieta salió del coche dirigiéndose a paso lento a la entrada del estacionamiento. Trataba de gritar para dar la orden de que dejaran entrar a su amiga. Cuando de la nada se desvaneció a unos cuantos metros de llegar a la caseta de la entrada.
—¡Corre idiota!
Gritó Alejandra a uno de los vigilantes. Mientras ella derribaba la barrera del estacionamiento con su camioneta de edición limitada. Se aparcó, por un lado, de su hermana. Abrió la puerta del asiento del acompañante para que la metieran.
—¡Muévete amigo! ¡Ayúdame a subirla en el lugar del copiloto!
—Yo creo que sería mejor ponerla en los asientos traseros para que se encuentre acostada. —Comentó el vigilante con cara de espanto.
—¡Amigo! ¡No quiero ser grosera, pero a tu jefa le está dando un ataque de asma! ¡Respira mejor si se encuentra sentada! ¡Deja de perder el tiempo discutiendo conmigo! ¡Súbela y abrocha su cinturón!
Alejandra habló con voz firme para que el hombre obedeciera al instante. Rodeó el vehículo. Se subió. Se puso su cinturón. Activó el navegador de la camioneta buscando el hospital más cercano a las oficinas. Se encontraba a tres minutos. Habló por teléfono para avisar la situación de su amiga. En el momento que empezó a explicar su estado. Julieta abrió los ojos. Extendió el brazo izquierdo tomando su codo en forma de agradecimiento y le habló con dificultad.
—Por favor, no le digas a nadie. —Las palabras le salieron con mucho trabajo.
A Julieta se le oprimía el pecho por el esfuerzo de hablar. Insistía en respirar al mismo tiempo, que profería las palabras.
—De acuerdo, pero me vas a deber una. Y me la pagarás antes de lo que tú crees. ¿Trato hecho?
Alejandra extendió el dedo meñique de su mano derecha. Mientras estacionaba la camioneta frente a la entrada de urgencias de un prestigioso hospital.
—Hecho.
Extendió su meñique izquierdo para sellar el pacto. Un camillero abrió la puerta. Desabrochó su cinturón. La tomó en sus brazos subiéndola en una camilla. Le puso una mascarilla conectada a un pequeño tanque de oxígeno. Ingresó con ella al hospital.
Alejandra se dirigió al estacionamiento que se encontraba debajo del edificio. Hallo un cajón libre a un lado de la puerta del ascensor. Subió a la planta baja del hospital. Corrió hasta la sala de espera para poder hablar con el médico a cargo.
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Amor Entre el Tiempo.
RomanceSueños, enfermedad, visiones, son las cosas que empiezan a moverte el piso, una sesión de hipnosis te hace descubrir que estás entre dos hombres, debido a tu reencarnación, a cuál elegirías: amor o lujuria.