41.- Trabajo, descubrimientos y sexo

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En cuanto llegaron al aeropuerto, Erick abordó su vuelo sin contratiempo. Cuando ya se dirigían de regreso al hogar. Julieta cortó el silencio que se había instalado entre los dos, moría de ganas de preguntarle a Esteban respecto a lo que escuchó. Antes de proferir ningún reclamo, reflexionó en que si quisiera que se enterara del asunto que tenía con el profesor, él la habría hecho participé del altercado. Se dio cuenta de que se cuidaban mucho de que no escuchara sus desavenencias. Lo que la hacía sentir que, en cierto grado, el tema de discusión se relacionaba con su persona. A pesar de que se negaba a creerlo, tenía el presentimiento que se trataba de Alizeé y que los dos sabían más cosas de las que aparentaban. No obstante, temía enfrentarse contra Esteban por miedo a descubrir que tenía razón y eso la lastimaría más de la cuenta, ya que no soportaba el engaño.

—Un helado por tus pensamientos. —Sonrió viéndola a la cara. Le tomó la rodilla con la intención de mantener contacto físico.

—¿Qué tienes planeado hacer el día de hoy?

—Tengo pacientes dentro de una hora. Quisiera cancelarlos, más no sería ético de mi parte. —La miró al rostro tratando de descifrar lo que pasaba por su mente.

—Entonces, ¿fue una falsa proposición la que hiciste? —después de quejarse amargamente. Hizo un puchero exagerado como si fuera una niña pequeña cuando lo volteo a ver.

En cuanto vio su rostro giró de inmediato la cabeza hacia el camino. Se sentía él más vil de los hombres por prometerle ayudar a buscar a Dante. Ahora decir que no podía por sus pacientes, lo hacía un total hipócrita por haber llenado su agenda por las tres siguientes semanas para contar con el pretexto de no tener tiempo de ayudarle con la búsqueda. Lo peor de todo, era que él sabía dónde estaba Dante, pero aún no se sentía listo para dejarla ir. Tres semanas era el tiempo mínimo que tenía contemplado mantener el secreto, con intención de saciarse por completo de estar con Julieta. No creía poder lograrlo, pero Erick le había puesto un ultimátum. Si no quería que la mujer que amaba descubriera la verdad y terminara odiándolo por utilizarla. Eventualmente, tendría que contar toda la realidad de lo que pasaba y el porqué de sus actos.

—No me enfrentas. Me sonsacas mis pensamientos con la promesa de un helado y ahora me ignoras durante mucho tiempo. Eso no se hace Esteban.

—Lo siento, pensaba compensarte con sexo antes de iniciar la terapia. Se me antoja comerte a ti como si fueras un helado sabor cereza. Más no te preocupes que cumplo mi palabra ahora mismo. Ahora mismo lo puedo resolver en un instante.

Giró en redondo el carro llegando a la plaza que habían pasado minutos antes. A Julieta se le subieron los calores por la descripción de lo que le quería hacer en la cama. Se recriminó por no mantenerse callada. Ahora solo deseaba estar en la habitación teniendo sexo candente con él. Lo tomó de la mano llamando su atención.

—Prefiero llegar pronto a la casa y probarte para ver a que sabes.

Esteban se movió en el asiento del coche, después de oírla sintió que el pantalón le quedaba pequeño e incómodo. La miró a la cara y negó, antes de salir le preguntó con voz ronca.

—¿Te gusta el helado de yogur?

—Sí.

—Bien, espérame en el coche. Ahora vuelvo.

Esteban corrió hasta entrar a una nevería. Había una fila para ser atendido, por lo que sobornó a unos jóvenes con cincuenta dólares si lo dejaban pedir primero. Los chicos no lo pensaron dos veces. Esteban salió con un bote de helado en una bolsa. Corrió hacia su carro como si fuera la carrera de su vida. Entró entregándole el bote de helado a Julieta, salieron del lugar con el coche rechinando llanta como si fuera un bólido, llegando en tiempo récord a la casa.

Amor Entre el Tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora