22.- Sorpresas te da la vida

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Julieta puso su carro en el cajón de estacionamiento de su edificio, al lado de la camioneta de Roberto, se emocionó porque eso indicaba que no tendría que esperar a que llegara, ya lo extrañaba, tenía varios días de no verlo, la asfixiaba a veces porque quería controlarla. Era un hombre muy guapo y masculino, recordó cuando estuvo con él la primera vez. Fue tan cariñoso y amoroso, hizo que la experiencia le pareciera perfecta a pesar de lo doloroso que fue al principio. Sentía que había valido la pena, le encantaba que fuera alto. Claro que con uno sesenta de estatura la mayoría de los hombres parecían más altos que ella. Lo que más le gustaba era la combinación de su tez blanca, con sus ojos color café obscuro, que juraba que eran negros, pero había escuchado en algún lugar que no existían los ojos de ese color. Tenía el pelo obscuro, con barba de candado, cara angulosa y cuerpo ejercitado. Se abrió la puerta del ascensor, después de ingresar, coloco su llave, para que le diera acceso a su piso. En cuanto se abrieron las puertas pudo observar a detalle el cuerpo de su prometido en todo su esplendor, sin prenda alguna. Se encontraba arremetiendo contra su amiga Sarah, la cual se movía al compás del vaivén de Roberto. Quizás porque no la esperaban tardaron en prestarle atención y se bajaron de inmediato del posa brazos del sillón individual de su sala. Roberto tomó un cojín para tapar su miembro erecto. Sarah se agachó tratando de esconderse detrás del sofá. Julieta tiró el diario por la impresión y fotos y hojas sueltas se desprendieron y cayeron al piso. Roberto caminó hacia ella.

—Déjame explicarte.

—Creo que soy lo demasiado inteligente para ver lo que pasa, créeme que las explicaciones están de más en esta situación. —Se agachó Julieta y comenzó a recoger todo lo que se había desprendido del diario. Lágrimas caían de su rostro sin detenerse.

—No es lo que piensas.

—¡Chingado Roberto, me quieres ver la cara de pendeja!, lo que más me duele es que mientras subía, ¡a mi casa! Me imaginaba que cuando llegará tú y yo haríamos lo que tú te adelantaste a practicar con mi gran amiga Sarah. Por cierto.

Julieta término de levantar las cosas. Se incorporó y camino hasta donde se encontraba escondida la mujer desnuda.

—¡No me mires, por favor! —Grito tratando de ocultarse por la vergüenza de haber sido descubierta por su amiga.

—Levántate, Sarah, ¡no seas ridícula! Ya te vi encuerada fornicando con mi prometido. Hazlo que te conviene.

Se levantó y se quitó su rubia larga y lacia cabellera de su cara, bañada por el sudor y las lágrimas.

—Qué, ¿me vas a reprochar?

—Para nada, solo te voy a entregar el anillo de compromiso. Cree cuando te digo que lo vas a necesitar, y como por lo que pude constatar no te importa usar cosas de segunda mano, con él te vas a ahorrar tiempo y lo podrás tener para ti solita, pero te recomiendo que termines con todas tus amistades femeninas, no te vaya a pasar como a mí.

En cuanto le entregó el anillo de compromiso, se dirigió a la puerta del ascensor para irse del lugar. Miro a Roberto de reojo, el cual se encontraba vistiéndose lo más rápido que podía, con intención de interceptarla antes de que se fuera. Julieta sacó su cartera de la bolsa de su ropa, tomo un billete de quinientos pesos y fue hasta Roberto.

—Entrégame la llave del ascensor.

Buscó en su pantalón el cual ya se había puesto, alargo la mano, haciendo el ademán de que se la iba a entregar para que ella a su vez estirara su brazo.

—Por favor, tenemos que hablar, no se pueden acabar así siete años de relación, te amo. —Él la sostenía de la mano en la cual le había entregado la llave del ascensor.

Julieta no paraba de derramar lágrimas, pero se mantenía contenida lo más que podía. Sentía que su cabeza se estaba incendiando y el llanto estancaba en el pecho con un dolor agudo, el cual luchaba por emerger. Sabía bien que el que se enojaba perdía y estaba dispuesta a ganar como siempre lo había hecho en todos los aspectos de su vida. Tomo valor desde el fondo de su ser y hablo con una frialdad que heló por completo a Roberto. Estiro la mano izquierda donde guardaba el billete de quinientos en un puño.

—A partir de que las puertas del ascensor se abrieron y te vi follando con una de mis amigas, ese fue el momento exacto en el que mi amor por ti murió. Por lo que te pido que seas un hombrecito. Te fajes tus pantalones en todos los aspectos posibles. —Lo miró con repulsión hacia los vaqueros a los cuales le faltaba que subiera el cierre y cerrara el cinturón. —No te vuelvas a parar frente a mí o en mi casa. Quiero que salgan de aquí los dos lo antes posible. Toma estos quinientos pesos para que puedas llevar a Sarah a un motel, ya que al parecer no está entre tus planes invitarla a tu apartamento. Como comprenderás, mi hogar tampoco estará disponible a partir de ahora, para que puedan volver a fornicar.

Julieta se zafó con un jalón y como Roberto no quiso tomar los quinientos pesos, se los aventó a la cara, se metió al elevador. No se dirigió al estacionamiento, fue a la recepción del edificio y habló con el portero de turno.

—Buenas tardes, señorita Julieta, ¿en qué la puedo servir? —Saludo el conserje al verla, le ofreció una servilleta de papel para que limpiara su rostro, ya que la veía muy afectada.

—Necesito que no vuelvas a permitir la entrada de Roberto Soto Mayor, ya no tengo más una relación con él y es persona no grata en mi apartamento, se repite la situación para Sarah Clifford. Que en realidad es Sarah Cillero.

—¿Su amiga, la modelo?

—Así es, es la misma. Cambio su apellido como nombre artístico, más sus papeles oficiales dicen otra cosa, por lo que no quiero que por un detalle técnico ella se cuele a mi casa.

—De acuerdo, señorita, notificaré a todos los empleados para que estén alerta.

—Gracias.

Julieta se retiró al estacionamiento, miro el coche de Roberto y lo pateo en el cofre negro, quedo la marca, pero sin aparente daño, controlo su furia y subió a su coche partiendo del estacionamiento. Se paró frente a la salida del edificio. Quería ver que se largaran de su casa. Comenzó a llorar y a berrear como si fuera una niña pequeña. Sentía tantas cosas a la vez, dolor, vergüenza, coraje, miedo, tristeza, arrepentimiento y furia, estuvo así como por veinte minutos hasta que se sintió seca. Se molestó porque no había visto que apareciera el coche de Roberto. No aguanto más y tomo su celular para revisar las cámaras de la sala. Juró que si estaban teniendo relaciones sexuales de nuevo iba a llamar a la policía para que los echaran de su casa, así los tuvieran que bañar con agua helada como a los perros que eran. Al ver las imágenes de la sala la hicieron percatarse de que los dos ya se encontraban vestidos. Ella estaba sentada en el sillón y él caminaba de un lado a otro conversando por el teléfono de su casa. Activo el audio y escucho que hablaba con Olivia, su madre. Le decía que se encontraba preocupado por ella. Julieta pensó que era un estúpido. Termino de charlar y en automático comenzó a timbrar su teléfono, su madre marcaba sin cesar. Ella desvió primero la llamada, pero como no la dejaba, oír lo que hablaban Sarah y Roberto, bloqueo el número de su madre y escucho, atenta la discusión.

—Te dije que no era el momento de estar juntos Sarah, pero tú y tu manía por hacer las cosas peligrosas y picantes. Ahora me quedé sin Julieta por tu desliz.

—Pues lo hicimos muchas veces antes y nunca nos había cachado, yo no tengo la culpa, porque no te olvidas de ella y tú y yo formalizamos.

Cuando escucho las palabras de Sarah se sintió como una estúpida, la idiota que prestaba al parecer su novio y casa para ser usados, golpeo su cabeza con el volante.

—Porque yo amo a Julieta.

—Yo creo que te encuentras obsesionado con ella.

—Entrégame el anillo de compromiso y vámonos, tengo que hacer algo para recuperar a Julieta.

Sarah se molestó, pero le entrego el anillo y salieron juntos del apartamento.

Al poco rato vio pasar el coche de Roberto. Ella estaba saturada y se quedó viendo a la nada cuando su teléfono comenzó a sonar de nuevo.

Amor Entre el Tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora