42.- Desolación, cartas y diario

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Comenzó a leer precipitadamente la vieja carta que asía entre sus manos. La tenía consternada su estado de ánimo. Se dio cuenta de que podía percibir el dolor que llegó a sentir en el momento que leyó por primera vez la verdadera relación de los padres que tuvo, cuando fue Alizeé.

 Se dio cuenta de que podía percibir el dolor que llegó a sentir en el momento que leyó por primera vez la verdadera relación de los padres que tuvo, cuando fue Alizeé

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Julieta lloró amargamente por la triste carta de su madre

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Julieta lloró amargamente por la triste carta de su madre. No recordaba todo lo que vivió con ella, pero aun así estaba muy afectada por la forma en la que decidió partir de esa vida.

Tomó el diario buscando la fecha en la que escribió su madre la carta y no había nada escrito, hasta cinco días después. Comenzó a leer de nuevo.

 Comenzó a leer de nuevo

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Julieta terminó de leer. Busco por doquier la foto de Dante, pero no apareció por ningún lado. Tampoco encontró las cartas que se suponía que le había mandado a Alizeé. Pensó que cuando se marchó a Canadá lo más seguro fue que las llevara consigo. Lo que si encontró fue la tarjeta con la dirección de la iglesia a la que pertenecía Dante. Al parecer era el lugar a donde le mandaba las cartas.

Tomó su iPhone y comenzó a buscar de inmediato en su celular. En cuanto cargó la página de la ubicación, vio la imagen de una iglesia blanca con tejado negro situada en una pradera llena de pasto verde bordeada con una cerca. Por un costado se encontraba un pequeño cementerio. Pasó por su mente que quizás sus restos descansarían en ese hermoso y pacífico lugar. Guardó la ubicación en su celular, así como todas las cosas que estaban dispersas por la cama.

Escuchó crujir los peldaños de madera de las escaleras. Eso le indicaba que se acercaba Esteban. No quería arruinar los pocos momentos que tendrían juntos diciéndole que ya estaba a nada de encontrar a Dante. En esta ocasión se daría a la tarea de investigar toda la información que tenía en sus manos, antes de compartirla con él. Le pareció que era cruel el ponerlo entre la espada y la pared. La había ayudado a buscar a un hombre a sabiendas de que, en cuanto lo encontrara, se terminaría la relación que compartía con él.

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