La mañana pasó volando.
En el terreno de la finca había montada una buena juerga de hechiceros.
Menos mal que mi casa estaba en medio del bosque y no teníamos vecinos, pues si los tuviera, estarían escandalizados de tanta gente rara y encapuchada.
Pero gracias a nuestra magia, mi familia había lanzado un conjuro de camuflaje sobre el pazo para que así nadie que pudiera estar pasando por los alrededores viera ni sintiera el barullo que allí se escuchaba.
Habían encendido hogueras, los farolillos estaban colgados por estandartes rodeando el prado, la gente cantaba y bailaba al redor de las fogatas y otros comían y bebían mientras disfrutaban los unos de los otros.
Los más jóvenes, los no marcados con el triple número, aprovechaban para cortejarse entre ellos, exhibiendo sus dones e impresionándose mutuamente.
Por una parte, estaba feliz. Hacía años que no había visto tanta buena vibración entre los aquelarres. Pero por otra, me preocupaba ser el centro de atención de los líderes de aquellos clanes, pues esperaban mucho de mí y seguía convenciéndome de que iba a ser una tarea muy difícil lograr salir ilesa del pacto.
Pasé la tarde bailando y bebiendo con mis amigas, disfrutando con mi familia y sobre todo de mi clan.
Estaban eufóricos por el festejo. Mis padres me habían repetido mil veces lo contentos que estaban por haber sido elegida y mis hermanas no pararon de buscarme hasta que les conté todo con pelos y señales.
Todo esto, sin quitar ojo a Ciro, que pasaba las horas hablando de vete tú a saber que con Harkan y Eros.
Pero he de recalcar que, aunque esté con ellos, en ningún momento ha apartado los ojos de mí. Me ha observado a cada minuto y cuando he desaparecido de su vista me ha buscado al instante.
Estaba empezando a entender la conexión que nos ataba, pues yo también tenía que estar constantemente mirándolo, pero no tan exageradamente como lo hacía él.
He de admitir que me sentía a gusto cuando estaba tan cerca de mí, y sé, que es un efecto del pacto, puesto que no nos conocemos de nada para tener esa atracción.
Así que pasé la tarde disfrutando con mis amigas, pero al anochecer se unieron a nosotros unos chicos del aquelarre asturiano.
Cantamos y bailamos juntos durante horas.
Ellos eran Ander, Luca y Marcos.
Tres chicos majísimos, simpáticos y energéticos, que no dejaban que parasemos de danzar alrededor de la primera hoguera. Eran jóvenes como nosotras y enseguida conectamos.
Después, se unieron mis hermanas y mi cuñado Haritz, mis primos y primas, menos Claudia, y algunos de los rostros más conocidos de los clanes de Galicia.
Lo pasábamos en grande. Olvidándome a ratos del mal trago que había pasado horas atrás, así que disfruté lo que pude y conecté muchísimo con Marcos.
Era una persona maravillosa. Guapo y poderoso. Lo tenía todo. Nos habíamos conocido juntándonos de casualidad en una de las danzas que bailábamos los clanes como tradición. Y desde ese momento, no habíamos dejado de pasarlo bien todo el grupito juntos.
—Vamos Damara —me decía el rubio de ojos verdes que no dejaba que estuviera parada—. Disfruta de la noche, hoy no se descansa.
—Voy a por más cerveza ¿quieres? —le pregunté.
—Claro que si — me contestó Marcos.
—¡Otra para mí! —me chilló mi hermana Duna.
Asentí y le sonreí a los dos mientras me acercaba a la enorme mesa compuesta por barriles de cerveza que había en la entrada del pazo.
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La Meiga Número 5
FantasyLa sociedad las creía extinguidas, pero las meigas siempre han estado presentes en Galicia. El aquelarre Zafiro, asentado desde hace milenios en el bosque da Fervenza, es un clan de hechiceros con una larga tradición y dinastía familiar, que esperan...