No podía ser cierto. Ella no conocía esa palabra, ni siquiera sabía ese significado.
Estaba paralizada ante aquella imagen.
Aquella silueta encapuchada apoyada en una vara de madera oscura con relieves negros se agachaba para coger a Katia y la alzaba a sus brazos.
—Suéltala —le ordené con miedo.
Pero no me contestaba ni se movía.
Mi hija sonreía y miraba a aquel encapuchado mientras metía una de sus manitas dentro de la tela para tocar la piel de aquella persona.
—Devuélveme a mi hija —le dije dando unos pasos hacia ellos—. Suéltala.
Pero seguía sin contestarme. Ni siquiera se movía, parecía una estatua.
—Katia cariño ven con mamá.
La niña me miró y sonrió echándome los brazos. Me acerqué más y entonces la pequeña dejó sonar una sonrisa extraña y agarró la caucha de aquel hombre para quitársela y dejar su rostro libre ante nosotras.
Y en ese instante, mi mundo se desmoronó.
Mi corazón volvió a latir con fuerza, y mis pulmones se contrajeron para no dejar pasar una pizca de aire tras la impresión que estaba sintiendo.
Ante mí, tenía al poderoso y gran Duque del infierno, con sus ojos fijos en los de su hija, sin ni siquiera desviar la mirada hacia mí.
Nos había encontrado.
—Ciro
Entonces, con las cejas fruncidas, esta vez sí que me miró con esos ojos rojos que tanto había extrañado. Y estaba segura de que esta vez no eran de ese color por la pasión y la lujuria, sino por la furia que sentía hacia mí.
—Papaaa —volvía a decir la niña mirándolo mientras tocaba su tatuado cuello.
Él acercó más su cara a la de la pequeña y cerrando los ojos besó su frente.
—Ciro te lo puedo explicar
—Cállate —me dijo con voz decaída.
Por la diosa, como había extrañado su voz.
—Ni siquiera mereces que te dirija la palabra —me dijo con rabia ahora mirándome de nuevo—. Esto que has hecho no te lo perdonaré jamás.
—Ciro yo
—¡No Damara¡ —me chilló—. No merecía esto. Llevo exactamente un año y tres meses buscándote maldita bruja.
Tragué saliva.
No podía contestar a eso.
Así que me atreví a dar dos pasos más hacia él para estar más cerca de mi hija, pero me lo impidió.
—Ni se te ocurra dar un paso más o desaparezco con la niña —me amenazó.
Cerré los ojos abatida y moví la cabeza negativamente.
Pero volví a encararlo y a alzar mi rostro para enfrentarlo.
—A mí no me amenaces Ciro.
—¿Ah no? Te mereces eso y mucho más.
—Suelta a mi hija, por favor.
—¿Tu hija? —dijo ahora sonriendo secamente—. Querrás decir nuestra hija, ¿O no lo es meiga?
Lo sabía.
Sabía mi secreto mejor guardado.
—No es hija tuya.
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La Meiga Número 5
FantasyLa sociedad las creía extinguidas, pero las meigas siempre han estado presentes en Galicia. El aquelarre Zafiro, asentado desde hace milenios en el bosque da Fervenza, es un clan de hechiceros con una larga tradición y dinastía familiar, que esperan...