Capítulo 21

5 1 0
                                    

Tenía el corazón a mil por hora tras la discusión.

Salí al exterior con mis cascos puestos y empecé a escuchar música mientras empezaba a correr por el recinto.

Hacía poco más de una hora que había apreciado el amanecer y el pronóstico del presente día iba a ser despejado y cálido, pero yo necesitaba refrescarme.

Así que con mi apreciado don, lancé un conjuro sobre los alrededores del pazo y lo hice bajo los ojos de Meredith e Iris que me observaban desde la cristalera de la buhardilla y que hacía rato las había divisado.

—Invoco el poder de la naturaleza, invoco el poder de los cuatro elementos, escucharme en este momento —dije parada mirando al cielo—. Que el agua caiga sobre mí, me purifique y me bendiga, y que mi poder como bruja elemental se manifieste, que así sea aquí y ahora.

Y así fue.

Sobre mi cabeza, se había formado un conjunto de nubes negras que ya estaban dejando escapar su primera tromba de agua.

Volví a ponerme los cascos, y comencé a correr de nuevo bajo la luz de lo rayos.

Ahora sí, ahora podía derramar todas las lágrimas que tenía apresadas en mí tras lo que Ciro me había dicho y que no podía contener más.

Estaba empapada, corriendo con todas mis ganas, despejando mi mente con la música que escuchaba.

Pero tras dar unas diez vueltas a la finca, comenzó a sonar en mi teléfono la canción de Manuel Turizo y Ozuna titulada Esclavo de tus besos, una canción que venía como anillo al dedo a mi situación con el demonio.

Las escuché dos veces seguidas y lo único que me provocaba era que mi angustia aumentara y mis lágrimas cada vez fueran más gordas.

Y así pasé un buen rato corriendo y despejando mi mente de todo aquello que me estaba empezando a sobrepasar.

Por la tarde estuve encerrada en mi cuarto sin querer ver a nadie. Mis hermanas intentaron sacarme del cuarto, después mis padres y por último mis antepasadas. Pero todos habían recibido una negativa por mi parte, no tenía ganas de conversar con nadie, puesto que lo único que sabían decirme eran cosas sobre Ciro y eso era lo último de lo que quiera hablar.

Pasé la tarde escuchando música a toda castaña para que no me molestaran, e incluso hable un rato con Marcos por el WhatsApp.

Me había dicho que pronto vendría a verme, pero que no me diría cuando para que fuera una sorpresa. Era el único que no me preguntaba sobre el demonio, hablábamos de todo menos de él y eso era lo que necesitaba.

Cuando llegó la hora de cenar, bajé al salón para hacerlo con mi familia, con la idea de callar a todo aquel que osara preguntarme que me pasaba, pues no se lo iba a contar a nadie.

En el comedor, estábamos todos, mis antepasadas y sus maridos, mis padres, mis hermanas, mis tías y primos, pero faltaban Ciro y Claudia. La sangre me estaba empezando a hervir por imaginarme que esos dos estaban juntos. Pero no quise rayarme más la cabeza, así que cené rápido y me volví a dirigir al exterior de la finca para dar un paseo por la noche y disfrutarla, pues me encantaba pasear bajo la luz de la luna.

Observé el cielo ahora despejado, la preciosa e iluminada luna, el aire frío que avivaba mi rostro al sentirlo y el sonido de los árboles bailar.

Paseé un rato por los alrededores de la finca disfrutando del silencio y la soledad, pero de repente, nada más acercarme al invernadero, escuché una risa familiar.

Me escondí en uno de los matorrales que había al lado del enorme cobertizo, y me camuflé con él para que nadie pudiera descubrirme.

Pero entonces los vi.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora