Capítulo 20

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Iba a matar a esa bruja.

Sentía tanta rabia cuando me trataba de esa manera, que me daban ganas de azotarla. Todo este tiempo, ella sabía que existía esa rebelión de la que estábamos al tanto. Y había esperado el momento adecuado para soltármelo. Tras el encuentro que acabábamos de tener siendo yo mismo Marcos, y después con mi verdadera apariencia, había aprovechado la debilidad de mi trato con ella. Era lista, demasiado.

Pero la culpa era mía, pues había bajado la guardia al descubrirla tan amable y tranquila. Había estado tan a gusto viéndola sonreír y apreciando su preciso rostro iluminado por el sol, que no me había percatado de que ella también estaba jugando.

Maldita fuera.

Y aunque estaba furioso por cómo había acabado nuestra conversación, me sentía satisfecho al recordar su cara de sorpresa cuando le entregué el colgante que había encargado a Claudia para ella.

Pero eso no iba a quedar así, usé mi poder, y llegué antes que ella a su habitación y la esperé sentado en la butaca negra.

A los pocos segundos, la puerta se abrió y entró lanzando al suelo la manta que la había cubierto en la torre.

—¿Tú no sabes llamar a la puerta? —me dijo malhumorada.

—No me vuelvas a dejar con la palabra en la boca, me estás tocando los huevos Damara.

Ni siquiera me contestó.

Cogió unas mayas grises y un top de manga corta Nike de su vestidor, y comenzó a quitarse la ropa que llevaba puesta sin ningún tipo de vergüenza hacia mí.

—¿Dónde vas? —pregunté serio.

—A correr —me respondió ahora en ropa interior.

—¿Quién te ha contado lo del ejército?

—Nadie —me contestó mientras se vestía.

—¿Nos escuchaste ayer verdad?

Tenía que ser eso, nadie la había podido informar, los demonios y sus mujeres tenían muy bien guardado ese secreto.

Ella me miró y sonrió descaradamente.

—No entrarás en esa guerra.

—Y dale con las órdenes.

Se sentó en su tocador, y comenzó a recogerse el pelo en una coleta alta.

—Te lo estoy diciendo muy en serio Damara.

—Y yo te he dicho muy en serio que tú a mí no me mandas y que por supuesto voy a hacer lo que me dé la real gana.

Esa bruja no me iba a faltar más el respeto con su tono.

Me levanté furioso de la butaca, y me acerqué a ella aun sentada en el sillón del tocador. Giré la silla, apoyé un brazo en el respaldo y otro en el reposa manos, y acerqué mi cara a la suya.

—Quítate de la cabeza esa tontería, no tienes ni idea de lo que son capaces de hacer esos demonios.

—No les tengo miedo.

—Pues deberías, pueden matarte en un abrir y cerrar de ojos.

—Anda, pues mira, te facilitarían el trabajo, así ya no tendrías que estar atado a mí —dijo vacilándome.

—Te estoy hablando en serio Damara —le chillé—. Deja de decir estupideces.

No tenía ni idea de lo que eran capaces de hacer los demonios, no nos conocía.

—Deja de chillarme.

—No me obligues a encerrarte, porque si sigues con ese pensamiento, lo haré.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora