Capítulo 16

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Me sentía agotada, dolorida y sin ganas de levantarme y afrontar el mundo en ese último día de festejos.

No podía dejar de pensar en cómo me había entregado en bandeja al diablo. En cómo había caído en sus encantos y me había dejado llevar regalándole mi pureza.

Pero ya estaba hecho. Ya no había marcha atrás.

Ahora era completamente de él.

Y él había sido el único hombre que había tocado y observado mi cuerpo desnudo, pues él, ahora, era el único dueño de mí.

Después de lo de esa noche, no imaginaba que otro me tocara y besara como lo había hecho él.

Y tampoco quería, porque solo deseaba hacerlo con él, con nadie más.

¿Sería esa la locura que decían que sentían las brujas por los demonios?

¿Me estaría volviendo loca por él?

Mi cabeza estaba llena de dudas.

No podía dejar de revivir en mi mente una y otra vez las caricias que me había dado. Las sensaciones que había tenido. Sus labios carnosos rozándose con los míos

Definitivamente iba a sufrir.

Y lo sabía a ciencia cierta.

Pues después de recordar cómo se había marchado de mi lado dejándome sola y ni siquiera había vuelto, mi intuición me avisaba de que no iba a poder pasar el pacto, pues no iba a poder enamorarlo en estos cinco meses de tratado.

Busqué entre mi ropa unas bragas limpias y me volví a colocar la camiseta blanca que usaba para dormir. Me miré de nuevo en el espejo del tocador, y mis ojos seguían estando alterados.

¿Cómo me iba a presentar en la fiesta con esos ojos rojos?

La gente sabría que había estado en la cama con el demonio y eso no me lo podía permitir, pues acababa de conocerlo y ya había caído en sus redes como una furcia.

Que estúpida había sido.

Y lo peor de todo era que no había sido una visión de la suyas, había sido real.

Las lágrimas volvían a resbalar por mis mejillas cuando la puerta de mi dormitorio sonó.

No contesté, puesto que no quería ver a nadie.

Estaba segura de que no era Ciro, él entraba estando el pestillo echado o no.

—Voy a entrar —dijo la voz cantarina de Meredith.

Y eso hizo.

Usó un hechizo que hizo que el pestillo se abriera y pudiera entrar en la habitación.

No la quise mirar para que no viera mis ojos, así que tapé mi cara con la almohada y la escuché acercarse a la cama.

—Buenos días Damara —me dijo con tono alegre.

—Serán para ti.

—Vamos levanta —dijo tirando de mis sábanas—. Te he traído el desayuno, siéntete privilegiada.

—Gracias, pero no tengo hambre.

Entonces, con una orden mental, la inmortal retiró la sábana que me cubría y lanzó por los aires la almohada que tenía presionando mi rostro.

Escuché el sobresalto que dio seguido de un murmuro y me tapé la cara con las manos.

—Damara ¿Estás bien?

Seguro que había visto la sangre que yacía seca en la sábana bajera desperdigada por todos lados.

No le contesté y seguí con las manos en mi rostro.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora