Capítulo 42

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La había encontrado. Sentía su esencia ahora que habíamos derribado la cúpula. Ella estaba allí, junto a Eros y Meredith, en aquella mansión catalana ubicada en los bosques que rodean el pueblo de Unha, en la comarca del Valle de Arán. Y había dado con ella a través del colgante, pues mientras más cerca estaba de Damara, mas fuerte sentía la magia de esa piedra verde.

Cuando derribamos esa invisible cúpula que los camuflaba, corrí hacia el centro de aquella casa para buscarla, matando a sangre fría a todo aquel que se interponía en mi camino.

Nos habíamos dividido para buscarlos. Yo me quede en la primera planta y Jeremy subió a la segunda, Iris y Harkan rodearon la mansión y sus alrededores, y los demás luchaban contra los demonios e inquisidores, mientras que Ágata y Leire, Duna y su pareja plantaban cara a los brujos.

Salían por todos lados, eran muchos, pero no pudieron contra nosotros, pues la furia que todos llevábamos acumulada nos hizo ser invencibles.

Pero de repente, vi aparecer a Jeremy por uno de los arcos que componía el patio interior mientras que se dirigía hacia mí.

—¿Qué haces aquí? —le dije con rabia—. Deberías estar arriba buscándolos.

—Lo he hecho Duque, pero no están.

El corazón se me paralizó en ese instante.

—¿Cómo que no están? Eso es imposible.

Uno de los inquisidores se acercó corriendo hacia nosotros con una vara en las manos y con toda la furia del mundo, esperé a que se acercara a mí para meter mi mano en su pecho y arrancarle el corazón de cuajo.

No podía ser, ella estaba allí.

—Compruébalo tú mismo señor, creo que he encontrado su habitación, pero allí no hay nadie.

—Llévame hasta allí, ¡ahora! —chillé a Jeremy furioso.

El demonio pelirrojo asintió y se dio media vuelta para que lo siguiera hacia unas escaleras de piedra que nos dirigía a la planta de arriba.

Por el camino, observé como varios cuerpos ensangrentados y en llamas de los inquisidores que había debido matar Jeremy estaban tirados en el suelo.

Caminaba agitado, con furia, con ganas de arrasar por completo esa asquerosa casa si no encontraba con vida a la meiga.

Hasta que Jeremy se paró y me señalo con la cabeza la entrada a una habitación. Cuando entré, pude sentir el olor de Damara en aquel pequeño habitáculo, me acerqué a la cama y retiré de mala gana las sabanas, hasta que algo pequeño voló por los aires y lo recogí del suelo.

Era una mantita beige.

Inhalé su aroma, y con toda la ira de mi alma, con un puñetazo, rompí en mil pedazos el espejo de pie que yacía a los pies de aquella cama.

—Lo ves Jeremy, ella estaba aquí.

—Seguramente que sí, pero se la llevaron al vernos llegar, estoy seguro.

—Vamos, debemos de seguir buscándolos —contesté dirigiéndome a la puerta.

—No creo que en su estado la hayan llevado demasiado lejos.

Pero entonces, tuve que pararme en seco. Cerré los ojos y suspiré. Me giré, y volví a mirarlo acercándome a él.

—¿Cómo sabes eso?

Era imposible, no podía saber que Damara estaba embarazada, no sino se lo hubieran contado o la hubiera visto con sus propios ojos.

—¿Saber el que Ciro?

—Acabas de decirme que en su estado no puede ir lejos, ¿cómo sabias que ella estaba embarazada? —le chillé a pocos centímetros de su cara pecosa.

El pelirrojo tragó saliva antes de responderme.

—Lo escuché entre las brujas.

—Mentira.

Dio unos pasos atrás y dijo:

—Es verdad Duque, lo sé desde hace unos meses.

—Dime donde esta o te mato aquí mismo Jeremy —lo amenacé.

—Yo no sé dónde está señor.

Mis ojos se encendieron más rojos que nunca y no pude aguantar la rabia que recorría mi cuerpo. Así que, sin pensarlo, cegado por la ira, me abalancé sobre el demonio que tenía frente a mí y comencé a darle puñetazos sin poder frenar mis impulsos hasta que su rostro no era reconocible. No podía parar, estaba completamente desfasado, loco, ciego por la rabia. Ese pelirrojo me había mentido, pues nadie a parte de Iris y Meredith sabían ese secreto. Estaba seguro de que la había visto, e incluso temía que la había ayudado a escapar de ese lugar.

Dos enormes lagrimones recorrieron mi rostro, miré mis manos ensangrentadas, y después, noté como él estaba inconsciente y paré.

Era un monstruo, casi acababa con la vida de uno de mis mejores guerreros en la tierra. Ni siquiera lo había dejado defenderse ¿Qué había hecho?

Estaba tan ansioso por encontrarla y tan rabioso por haber obtenido todo lo contrario que lo había pagado con Jeremy.

Pero ya no había marcha atrás, debía de irme, no debía estar muy lejos, la encontraría. Y cuando lo hiciera, iba a pagar cada lagrima que había derramado e iba a sufrir el mismo dolor que me provocaba estar lejos de ella.

Me levanté dejando al pelirrojo luchando por su vida en el suelo, y comencé a buscar alguna pista sobre Damara en aquella habitación.

Abrí los cajones de la cómoda, el armario, levanté y destrocé la cama y todo lo que tenía a mi paso, hasta que, en uno de los cajones de la mesita de noche, encontré el colgante de la piedra Jade que en su día le había regalado.

Lo agarré con fuerza y salí de la habitación respirando agitadamente.

En el pasillo, me limpié la sangre con la camisa blanca que llevaba desabrochada, y me retiré a la sangre salpicada que yacía en mi cara.

Parecía que venía de haber hecho una masacre, y en cierto modo, lo había hecho.

Al llegar al patio exterior, me crucé con las chicas y se asustaron nada más ver mi aspecto.

—¿Qué te ha pasado Ciro? —preguntó Iris.

—Nada.

—¿Donde esta Damara? —dijo ahora Leire.

Respiré hondo y saqué todo el aire de mis pulmones.

—Tu querida amiga no está.

—¿Cómo que no está? No puede ser —volvió a responder Iris.

—Ha huido, o eso creo.

Pasé por en medio de las tres y me dirigí hacia el camino.

—¿Dónde vas? —dijo Ágata.

—Me voy, no me sigáis, quiero buscarla yo solo —Me giré para mirarlas de nuevo y seguí—. Subid a la segunda planta, Jeremy está herido.

—¿Pero está bien? —peguntó Leire asustada.

—No, le he dado una paliza.

—¿Y eso por qué Ciro? —preguntó Iris de nuevo.

—Por qué se lo merecía.

Entonces, vi como Ágata daba unos pasos al frente para encararme y dijo furiosa:

—Eso, lárgate, déjanos solos, no sé cómo has sido capaz de hacer daño a uno de los tuyos. Eres un puto nazi Duque de los cojones.

No le respondí, tenía razón, era un puto monstruo.

Debía irme, alejarme de aquel lugar.

No podía seguir allí o me volvería más loco de lo que ya estaba.

Esa maldita bruja había hecho que sacara lo peor de mí, pero la encontraría, y cuando lo hiciera, la iba a castigar por toda la eternidad.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora