Capítulo 49

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Estaba con ella. Tenía a la persona que más amaba en el mundo delante de mí. Y sabía que estaba siendo brusco con mi actitud, pero soy un demonio, y no tengo otra manera de expresar mi rabia, aunque jamás le haría daño, puesto que mi vida sin ella no tendría sentido.

—No voy a perdonar jamás que me hayas arrebatado a mi hija de esta manera.

Sonreí, y agarré el bastón que la atravesaba para obligarla a ponerse de pie.

Con mi ayuda, pues la agarraba por un brazo, la puse derecha y me acerqué más a Damara echándome a un lado para que no me molestara aquel palo.

—¿Tienes miedo? —pregunté en un susurro.

Tenerla tan cerca me estaba volviendo loco.

No quería alargar más esa situación, pues su olor me cegaba, y lo único que quería era abrazarla y besarla sin fin.

Pero ella no contestó a mi pregunta, el temor estaba reflejado en su rostro.

—¿Sabes? Yo si he tenido miedo todo este tiempo —le dije mirándola fijamente mientras ella no dejaba de llorar—. No me mires con esos ojos, has oído bien. Los demonios también tenemos miedo meiga.

—Ciro acaba con esto por favor.

—He tenido mucho miedo, muchísimo ¿Y sabes de qué? —pregunté acercándome más a su rostro, mientras seguía agarrándola del brazo y mi otra mano se apoyaba en su cintura.

—No me importa —contestó.

—Un miedo atroz se apoderaba de mí cada día al llegar la noche. Porque eso significaba, que había pasado otro día más sin encontraros, y eso, me estaba consumiendo.

Ella seguía llorando, no se aguantaba de pie, ya no le quedaban fuerzas para sostenerse.

—Mátame de una vez.

—Tú Damara y solamente tú, has hecho de este último año de mi vida un auténtico infierno.

Ella era la única responsable de esas palabras, pues había sido su culpa. Yo sé que debí luchar por ella el día que la apresaron, pero pensé que la encontraría enseguida y fallé. Pero ya no había vuelta atrás, el momento de sincerarme con ella era ese, y no lo iba a alargar más.

—Me he sentido vacío, despreciado, desesperado y solo, muy solo —dije ahora acercándome a sus tentadores labios para hablarle en un susurro—. Buscando la luz de mi oscuridad, aquella que tú te llevaste.

No podía apartar mi mirada de la suya, deseaba limpiarle esas lágrimas y volver a ver aquel rostro que tan loco me había vuelto desde el primer día que la conocí.

—Lo siento —me respondió tartamudeando sin fuerzas.

Cerré los ojos por un momento, y la mano que tenía posada en su cintura, la subí lentamente por su espalda para sentir de nuevo su cuerpo. Pero cuando menos se lo esperó, agarré la vara que sobresalía por su media espalda, y tiré de ella hasta sacársela. La lancé al camino, y antes de que cayera desvanecida al suelo, la agarré fuerte y la abracé para que no se cayera.

Sentía el calor de su cuerpo aferrarse al mío. Su respiración estaba agitada por lo que acababa de hacerle, pero al notar que su cuerpo resbalaba lentamente en mis brazos, posó sus manos en mi pecho agarrándose, y se sobresaltó.

No solo su pecho y estómago estaban negados en sangre, pues sus manos, también lo estaban, y se había dado cuenta, de que esa sangre casi negra que miraba asombrada, no era suya.

Era mi sangre, la misma que le había provocado a ella con la vara, pues seguíamos conectados, y sus heridas también eran las mías.

—Si tú mueres, yo muero —le dije mirando sus preciosos ojos.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora