Allí estaba.
Plantado delante de mí sin dejarme salir de la despensa la cual estaba espiándolos.
Mirándome fijamente con una sonrisa pícara en el rostro.
—Buenos días —le contesté.
Me repasó de arriba abajo y tras levantar su mano y apartarme un poco la camisa, sonrió de nuevo al ver su marca en mi hombro.
De un manotazo, impedí que siguiera tocándome y volvió a sonreír.
—¿Qué haces aquí adentro?
Tierra trágame.
—Nada, he venido a coger estas tazas para llevaros café.
—Mentirosa.
Lo encaré levantando una ceja y le dije:
—¿Ah, no? ¿Entonces qué voy a hacer aquí? Apártate.
—¿Y si no quiero?
Ya había vuelto el chulo y descarado Duque del infierno.
—Si no te apartas, chillaré y vendrán a socorrerme.
—Prueba.
Por todos los dioses, que vacilón era y como hacía que hirviera mi sangre.
—Vamos, chilla, pero si lo vas a hacer —me dijo acercándose más a mi boca—- Que sea como lo hacías hace un rato.
Cerré los ojos cabreada.
Suspiré y lo miré de nuevo fijamente.
—¿Sabes Duque?
Me miró ladeando la cabeza.
—Recuerda bien lo que ha pasado antes —le dije vacilándole ahora yo—. Métete de nuevo en tu mundo astral y todas esas cosas que haces, porque no me vas a volver a tocar en tu vida.
—¿Estás segura?
—Segurísima. Y ahora —Toqué su musculoso pecho y lo empujé hacia el pasillo—. Déjame pasar que tengo muchas cosas que hacer.
—¿Cómo qué?
—A ti no te importa.
—Ah, ya sé —dijo apoyándose en la pared para dejarme pasar—. Tienes que disculparte con Marquitos por no haber asistido a la cita, ¿verdad?
Madre mía que le soltaba una hostia.
Pero bueno, ¿era idiota o qué?
¿Qué pretendía buscándome de esa manera?
No lo iba a conseguir.
Sonreí y contesté lo más falsa posible.
—Puede —le dije marchándome por el pasillo—. Tendré que compensárselo —me giré y lo miré de nuevo—. ¿No crees?
Su expresión cambió.
No se esperaba esa respuesta.
Ya me había cansado de ceder ante sus palabras.
Ahora se iba a enterar lo que valía un peine.
Iba a joderlo al máximo y solo por pensar que soy de su propiedad tratándome así.
Me paré en el umbral que comunicaba el pasillo con la cocina y me giré de nuevo hacia él.
—Uy que tonta — dije caminando de nuevo hacia él—. Se me olvidaba llevaros el café.
Pero no me contestó.
Me siguió con la mirada y me acompañó hacia fuera, donde los dos demonios estaban sentados en los sofás exteriores.
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La Meiga Número 5
FantasíaLa sociedad las creía extinguidas, pero las meigas siempre han estado presentes en Galicia. El aquelarre Zafiro, asentado desde hace milenios en el bosque da Fervenza, es un clan de hechiceros con una larga tradición y dinastía familiar, que esperan...