Capítulo 36

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Gracias al anciano, estaba libre.

Él y otros presos de aquellas celdas subterráneas, habían usado un conjuro para que las cadenas no dañaran mi piel ni la de Damara al quitármelas.

Me encontraba débil, pues el verdadero Marcos, se había cebado conmigo dándome una buena paliza sin que me pudiera defender. Porque si lo hubiera podido hacer, otro gallo cantaría, pues ese brujo rubio, había hecho lo que nadie en su sano juicio se había atrevido a hacer jamás. Pero eso no iba a quedar así, no descansaría ni un solo día hasta vengarme de ese niñato, puesto que nunca imaginé tal traición hacia nosotros, y menos por su parte y la de la dulce Claudia. Una arpía con cara de niña buena que lo único que había hecho durante estos meses era sacarme información y aliarse a este ejercito de oscuros.

Pero lo iban a pagar.

Y por la primera que iba a empezar sería por Narine.

Esa demonia traicionera y malvada que tanto daño me estaba ocasionando.

Debí matarla en su día, pues nunca imaginé que llegaría tan lejos como para hacerme esto.

Y había llegado el momento de salir de allí, pues ahora estaba libre, y no dejaría que volvieran a hacerme daño ni a mí, ni a mi meiga.

Lo primero que hice, fue liberar a los presos de aquel subterráneo. Les informé de cuales iban a ser los siguientes movimientos, menos el anciano, que no quiso moverse de la celda, puesto que estaba abatido por la traición de su hijo Marcos.

No podía esperar más su alianza, así que me encaminé hacia el pasillo para ir en busca de Damara, pero en ese instante, mi hombro empezó a emanar sangre tras el golpe que le habían propinado a ella. Caí de rodillas al suelo, observando el agujero que aparecía en el hombro, creando e intensificando aún más mi ira. Tras unos minutos agarrando y presionando la herida, me levanté, y al dar dos pasos más hacia la puerta del final, volví a sentir el dolor, pero ahora en el pecho.

Mientras me lo presionaba, escuchaba los lamentos de los encarcelados en aquellas habitaciones codificadas, mientras que los ahora libres que me acompañaban, corrían desperdigados por las instalaciones sin saber bien hacia dónde dirigirse.

El pánico estaba sembrado en aquel lugar, pues todos pensaban que algo malo me estaba ocurriendo al ver el charco de sangre negra en el suelo rocoso de aquel largo pasillo.

—¡Tranquilos! —les chillé levantando una mano—. Buscad una salida, estoy bien no os asustéis.

Y de repente, volvía a estar solo.

En silencio.

Todos habían acatado mi orden y se habían puesto a buscar la salida de ese lugar de pesadilla.

Me levanté como pude, agarrándome a la pared, mientras dejaba marcas de sangre en ella, y observé una a una aquellas habitaciones.

No podía hacer nada, estaban cerradas con puertas blindadas que solo se abrirían si el número que marcabas en el codificador era correcto. Y yo no lo sabía. No podía ayudarles.

Había mujeres y hombres en esas celdas, gente que no había visto en esos cinco meses en la tierra. Algunos estaban estirados en una cama y otros arrinconados en la esquina de estas temblando.

¿Qué barbaridades habían hecho con ellos?

¿Qué clase de lugar era ese?

Estaba acostumbrado a torturar a gente en el infierno, pero ahora, que ya estaba acostumbrado a la vida alegre y feliz que se respiraba en ese mundo, eso que veían mis ojos, me parecía una atrocidad.

Y todo, por crear un ejército y aniquilarnos, para sembrar el caos y la destrucción en este mundo.

Si tantas ansias tenían de poder y tantas ganas de hacer el mal, ¿Por qué no regresaban al averno? Allí podrían hacer todo eso sin reproches. Pero esta gente, no se merecía ese castigo, pues estaba seguro, que sus almas no eran malas, no comparadas con las que llegan al infierno a cada instante.

Me quedé mirando a una chica rubia que estaba mirándome fijamente desde el centro de la habitación. Su cara estaba pálida, y sus ojos eran morados de tanto llorar.

No pude evitar dar un golpe a la puerta para intentar sacarla, pues esa chica, no tendría más de dieciocho años. Así que pegué mi cara al pequeño cristal redondo que componía aquella puerta, y le hable:

—Os sacaremos de aquí, te lo prometo.

Ella me miró inexpresiva, como si no me hubiera oído, y sus ojos se volvieron rojos.

Eso me chocó, pues no tenía pinta de demonia, pero lo era, después de ver el color de sus pequeños ojos estaba seguro, aunque jamás la había visto ni conocido.

—¿Quién eres? —pregunté intrigado.

Ella movió la cabeza negativamente sin contestarme.

—Te sacaré de aquí.

«Fugit » —me contestó mentalmente.

«Cuando todo esto acabe, regresaré por ti» —le respondí en el mismo idioma.

Debía de ser poderosa, no todos los demonios podían hablar mentalmente con un alto cargo como lo era yo.

Así que no la dejaría ahí sola, regresaría a por ella.

La rubita seguía sin moverse ni contestarme, debía estar asustada. Aunque no pude entretenerme más, puesto que escuchaba como la gente chillaba el nombre de Damara, y eso significaba que algo malo le estaba pasando.

Intenté con todas mis fuerzas entrar en su mente, pero estaba tan débil, que no lo logré. Y cuando estuve a punto de entrar en la sala para ayudarla, una voz me sobresaltó.

—Vete Ciro, no puedes hacer nada por ella —dijo Narine detrás de mí—. Ahora está en manos de la inquisición.

Me giré para encararla, pero no podía hacerle nada, pues no estaba realmente allí, estaba usando su don para materializar su imagen como siempre hacía.

—Vas a pagar por esto Narine, nunca te perdonaré esta traición.

—Ellos la querían, yo no tengo nada que ver solo quería volver a verte —me dijo con tono cariñoso.

—No me vas a manipular con tus tonterías maldita demonia, te mataré.

—Sabes que yo siempre he querido estar contigo, no puedo soportar que quieras dejar toda tu vida en el infierno por esa niña —contestó acercándose más a mí—. Vuelve a mi lado, juntos seremos invencibles.

—Volveré a tu lado solo para arrancarte ese putrefacto corazón.

—Dime que no quieres estar conmigo de nuevo y me marcharé.

—Jamás he querido estar contigo, métetelo de una vez en la cabeza Narine.

—Ya veo estas más que amansado por esa estúpida bruja —espetó con rabia.

—Más que eso, tú lo has dicho, ella lo es todo para mí.

—Qué asco me dais, esto no se va a quedar así Ciro, aún tengo sorpresas para vosotros —dijo amenazándome.

—Acaba con esto de una vez y preséntate ante mí, eres ridícula usando tu don conmigo, tienes tanto miedo, que sabes que si te tengo delante te arrancaría la cabeza.

Y lo haría, juro que acabaré con ella tarde o temprano.

—Sigue soñando Duque, nunca me atraparas.

Nada más decir eso, su imagen se esfumó ante mis ojos, dejándome completamente solo de nuevo en aquel enorme pasillo.

No quería perder más el tiempo, así que contacté con Damara y observé como estaba atravesada por un palo en el centro de su pecho. Nervioso, me dirigí a la puerta metálica que tenía delante y le hablé mentalmente dándole unas órdenes que tendría que seguir para ganar ventaja contra aquel inquisidor que la acorralaba.

—Voy a por ti mi bruja.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora