Capítulo 24

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Ya no había marcha atrás, se lo había dicho.

Había dejado saber a todos que lo había pillado acostándose con mi prima, y encima, sabían que me había dolido y que estaba celosa.

Pero me daba igual.

Estaba en mi derecho de reprocharle, pues, al fin y al cabo, estaba unido a mí por cinco meses y no iba a permitir ni un día más que se burlara de mí.

Si por alguien debía de luchar era por mí, no por satisfacer su apetito sexual con otras.

Y aunque sabía que yo era complicada y que no le estaba poniendo las cosas fáciles debido a mi carácter, quería que solo estuviera interesado en mi persona, en nadie más.

Y con esas palabras creo que se lo había dejado bastante claro.

Así que subir las escaleras tranquilamente, más aliviada que nunca por habérselo soltado, y fui apagando una a una las antorchas que tenía a mi paso.

Al llegar a mi habitación volví a ponerme la camiseta blanca que usaba para dormir y me quedé en bragas como de costumbre.

Esa noche, en mis sueños, se manifestó la imagen de Ciro y mi prima fornicando en la tierra fértil del invernadero. Menudo asco me invadió.

Mi cabeza me estaba martirizando.

Me desperté sobresaltada y al mirar al frente vi los ojos rojos del demonio sentado de nuevo en la butaca negra, observándome.

Me giré para encender la luz que tenía en la mesita de noche, pero al iluminar la habitación y girarme para mirarlo había desaparecido.

No había nadie allí sentado, estaba sola.

Respiré aliviada y volví a quedarme dormida repitiendo una y otra vez esa escena, esa pesadilla.

Las semanas pasaron y todo seguía igual entre nosotros, él pasaba de mí y yo de él, cada uno hacía su vida y dejábamos pasar el tiempo que teníamos pactado sin hacer nada al respecto.

Mis días habían sido rutinarios, por la mañana practicaba deporte como siempre, a media mañana entrenaba con mis antepasadas y por las tardes nos reuníamos para especificar bien cuáles eran nuestras tareas y cuáles iban a ser nuestros próximos movimientos.

Habíamos estado este último mes haciendo guardias por los alrededores de la finca y el bosque, pues las runas de Leire nos avisaban de un peligro no muy lejano, y sin poder contarle que de ese peligro estábamos al tanto, nos manteníamos informados tras sus predicciones.

Mis guardias habían sido la mayoría de ellas con Meredith, pero varias noches las había realizado con Ciro. Nunca hablábamos de nada, se limitaba a pasar la noche observándome en silencio y a hablar brevemente. Había llegado a la conclusión de que lo nuestro no podía ser y tras autoconvencerme, decidí no entablar conversación alguna, ni en las guardias, ni en las reuniones, ni en ningún momento del día.

Y aunque he de admitir que me hubiera gustado que las cosas ocurrieran de otra manera entre nosotros, puesto que estaba pillada por él hasta las trancas, la cosa no había cuajado y ya no podía ceder más. Ahora pasaba absolutamente del demonio y era lo mejor que podía hacer.

Hacía justo un mes y una semana la cual participé en el ritual, y ese día, era el cumpleaños de mi hermana Duna.

Así que, al despertarme, me di una ducha y me vestí cómoda, poniéndome unas mayas negras a juego con una sudadera blanca que llevaba en grande un estampado de la marca Puma. Me calcé mis deportivas de bota blancas y me recogí el pelo en una cola alta.

Pasé la mañana ayudando a mi familia en la cocina. Me gustaba muchísimo cocinar con mis tías y mi madre, pues siempre aprendía algo nuevo con ellas. Pero decidí que esa mañana no iba a ir a entrenar, puesto que necesitaba un respiro tras estar tantos días estimulando mi poder y este no daba más de sí, pues como me dijeron mis antepasadas, necesitaba la oscuridad en mi alma y yo no la tenía.

Al salir de la cocina pasé por el umbral del salón para salir al exterior de la casa, y entonces, contemplé como Ciro estaba apoyado en la chimenea y me miraba fijamente al pasar.

Allí estaba mi demonio, más guapo que cuando lo conocí, pero más serio y distante que nunca.

Me di prisa para salir, pues no quería hablar con él, pero como siempre, él me siguió y en las escaleras de la entrada del pazo me agarró por el brazo.

—¿Dónde vas?

—A echar de comer a las gallinas —le contesté vacilándole—. Donde voy a ir, a pasear un rato.

—No deberías estar sola por aquí fuera.

—No me va a pasar nada.

—No estés tan segura.

—Estoy en mi casa, rodeada de mi gente, nadie me puede atacar.

—Deberías estar entrenándote.

Ya estaba diciéndome lo que tenía que hacer de nuevo.

Era peor que mi padre en ese sentido.

—Estoy cansada de hacerlo, no noto ningún avance.

—Ya sabes por qué es —dijo apoyándose en él reposa manos de la escalera de piedra.

Lo sabía perfectamente.

—Gracias, no necesito tus servicios.

—Los necesitas, créeme.

¿Me estaba pidiendo que lo usara para absorberle la magia acostándome con él?

Vaya que atrevido.

Si por mí fuera, ahora mismo lo llevaría a mi habitación y me pasaría horas haciéndolo con él, pero no, no iba a rendirme ante sus pies.

—Eso es lo que tú quisieras Duque, gracias, pero no —le contesté bajando los escalones.

—Damara, no puedes seguir así, necesitas mi oscuridad, admítelo, deja de ser una cría.

—No la necesito como tampoco te necesito a ti, déjame en paz y vuelve a la cama con tu querida Claudia —le solté de mala gana—. Seguro que ella te necesita más que yo.

Madre mía, lo que le acababa de soltar

¿Estaba loca o qué?

Bueno es que si no se lo recordaba reventaba.

Seguí caminando sin pararme y de repente su rostro se pegó al mío como si estuviera a punto de matarme con cara de asesino furioso.

—Deja de hacer eso, me sobresaltas cada vez que te presentas ante mí como el demonio hiperveloz —le dije cachondeándome.

—No vuelvas a echarme en cara nada sobre tu prima, tú no eres ninguna santa, te ves cada semana con el rubiales ese y yo no te digo nada.

—Faltaría más, justo hoy va a venir a verme —le contesté con los brazos en jarra—. ¿Sabes? entre tú y yo hay una diferencia ¿Quieres saber cuál es?

No me contestó mientras me miraba serio y con las cejas arrugadas.

—Que tú te follas a mi prima y yo a Marcos no.

—No tienes ni idea.

—Y tanto que la tengo, te recuerdo guapo —le dije señalándolo con el dedo y tocando su musculoso pecho—. Que estamos conectados y siento todo lo que tú sientes.

—Pues estás equivocada bruja.

—No creo, noto cuando estáis juntos fornicando, créeme que lo noto, que por vuestra culpa tengo pesadillas.

No tenía que haberle dicho eso.

Ahora se iba a crecer mucho más, lo intuía.

—¿Y por qué no dejas que tu Marcos te alivie?

Será cabrón.

—Por qué no quiero, no necesito que me alivie nadie.

—Admite que solo te alivio yo —dijo acercándose más a mí.

O se separaba o le comía la boca allí mismo.

—No me hagas reír Ciro, solamente me has tenido una vez y no creo que me tengas más.

Volvió a acercarse más a mí y me susurró casi rozándome los labios.

—Eso ya lo veremos.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora