Capítulo 32

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Mi corazón se paralizó cuando la perdí de vista.

Todo pasó demasiado rápido y no pude ver a la persona que se la llevó. Y aunque estaba muy cabreado y preocupado por lo que estaba sucediendo, sabía que llegaría hasta ella, pues nuestro pacto estaba activo y no podía estar alejado de Damara en el radio de un kilómetro.

Una magia poderosa, me impulsaba y atraía hacia ella, llevándome rápidamente como si tiraran de mí hasta llegar a una enorme nave industrial perdida en medio de la naturaleza. La apariencia de aquel lugar era viejo y roñoso, pero sabía a ciencia cierta, que era una visión óptica o un conjuro lanzado por las brujas, pues no era una nave abandonada, sino un edificio camuflado.

Rodeé aquel lugar buscando una entrada mientras chillaba desesperado. Pero nadie acudía a mi llamado, y la magia, ya no me empujaba, pues sentía a mi meiga cerca, y eso quería decir que estaba allí.

—¡Damara! —chillé fuertemente.

Pero nadie contestaba.

Nadie salía de aquellas instalaciones.

La rabia y el miedo estaban empezando a apoderarse de mí. Así que no me quedo otra que activar mi lado más oscuro y convertirme en el ser malvado y aterrador que era cuando estaba en plena posesión demoniaca.

—¡O me lleváis ante ella, o destruyo estas instalaciones ahora mismo! —volví a chillar mirando los enormes ventanales tintados en negro.

Pero de repente, mientras observaba como la puerta metálica que blindaba la entrada a aquel edifico se abría, me moví rápidamente para dirigirme a la puerta, y un enorme pentagrama en llamas apareció bajo mis pies inmovilizándome por completo.

A través de aquel portón, apareció un encapuchado con una túnica azul marino que no mostraba su cara, acompañado de cuatro enormes soldados que debían de ser miembros de la santa inquisición.

—¿Dónde está? ¡Soltadla! —dije desesperado.

—Te llevaré con ella, pero no intentes hacernos nada o ella morirá —me amenazó aquel brujo.

—Tocarla si os atrevéis, vais a morir igualmente.

—Eso ya lo veremos demonio, no nos das ningún miedo con ese aspecto putrefacto... —respondió mientras los otros se reían.

—Pues deberíais tenerlo.

—Vamos, entremos —me ordenó el encapuchado—. Estas bajo un conjuro, no puedes tocarnos o te mandará de nuevo al infierno y ella morirá, así que, pórtate bien y camina.

Mi sangre hervía de la rabia.

Esa escoria había podido doblegarme mientras me chantajeaba sobre Damara. Pero no podía ser el rebelde y egoísta que había sido siempre, ahora la tenía a ella, y eso me importaba más que mi propia vida.

Al adentrarme en aquellas instalaciones, me di cuenta que era una especie de laboratorio compuesto por habitaciones codificadas, y no habitaciones normales, sino celdas. Estaban ocupadas por brujas y demonios que pedían socorro a nuestro paso.

¿Qué cojones hacia toda esa gente ahí encerrada? ¿Qué hacían con ellos?

No me gustaba nada estar apresado por esta secta, y menos pensar que a mi bruja le estuvieran haciendo algo malo.

Me dirigieron a unas escaleras que llevaban a un pasillo metálico y que al final de este, estaba compuesto de celdas subterráneas revestidas de piedra.

El olor a humedad invadió mi olfato y observé bien aquel lugar. Las celdas antiguas que allí apreciaba, estaban oscuras y protegidas por símbolos rúnicos en el encabezamiento de las rejas de hierro que las protegían. Me di cuenta que varios de los símbolos de algunas celdas estaban encendidos, y al empujarme dentro de una de ellas, comprobé que era porque dentro de aquellas mazmorras había alguien, y el conjuro que lanzaban sobre el habitáculo les informaba de su cautivo.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora