Capítulo 31

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Toda la mañana la pasé pegada a la taza del retrete. Menudo asco de día me esperaba, pero eso no era todo no solo vomitaba, sino que algo en mi cuerpo me impedía estarme quieta. Una sensación incómoda hacía que mi cuerpo necesitara estar en movimiento constante, estaba nerviosa, agitada, cabreada, desesperada y mil calificativos negativos más. No sabía que me estaba pasando, solo pensaba en cosas oscuras, en cosas negativas, en hacer daño, en discusiones

Por los dioses celtas

¿Qué me estaba ocurriendo?

Corrí al baño de nuevo para echarme agua en la cara y poder despejar mi miente. Pero no sirvió. Si no que lo empeoró. Pues cuando me observé en el espejo, mis ojos ya no eran verdes, ahora eran completamente negros.

—¡Damara! —chilló Ciro entrando por la habitación.

Al escucharlo, mi cuerpo hirvió de mala manera.

Salí como alma que lleva el diablo del baño y lo encaré.

—Aléjate de mí —le chillé.

—Tranquila, no pasa nada, relájate —me decía moviendo las manos como si quisiera tranquilizarme.

—No me quiero relajar, ¡No puedo!

—Esto pasará pronto.

—¿Qué coño me estás haciendo demonio? ¿Qué es esto que me está pasando eh? ¡Dímelo! —le volví a chillar otra vez.

—Es la oscuridad —dijo dando un paso atrás alejándose de mí—. La dosis está completa y lucha contra tu magia blanca.

—¿Completa? Te voy a matar con mis propias manos Ciro.

Y tras decir eso, mi cuerpo se impulsó para atacarlo.

Pero no sabía por qué esas ganas de hacerle daño me consumían. Yo no quería hacerle nada, y si lo hacía, todo el terreno que había ganado con él se iría al traste. Y lo peor de todo, era que aun sintiendo esa maldad que se apoderaba de mí ser, estaba cuerda, y en todo momento sabía que yo no era así, que no quería dañarlo.

Pero corrí tras él por la habitación con una velocidad que antes no tenía. Sin embargo, no lo alcanzaba, puesto que Ciro era mil veces más veloz que yo. Pero en una de las veces que pasé por delante del espejo del tocador, me di cuenta de mi aspecto y me horroricé al ver mi imagen.

Mis venas se marcaban completamente por mi cara, cuello y brazos, y el tono que estas tenían era oscuro. A conjunto con mis ojos negros, como si estuviera poseída, como si fuera un monstruo.

—Pasará Damara, usa tu autocontrol y relájate.

—Cállate la puta boca o te destrozaré —le dije observándolo a través del espejo mientras él se apoyaba en la barra de madera que aguantaba un costado de la cama.

—No hagas que te encierre en las celdas del sótano, por favor, cálmate.

—Eso ya lo veremos.

Y tras decirle esas palabras, salí corriendo como si no hubiera un mañana para correr, sin mirar atrás, saliendo en pocos segundos del pazo.

Sabía que me seguiría, que era más rápido que yo, pero lo iba a intentar. Necesitaba desfogarme y correr para soltar esa adrenalina que tenía acumulada en el cuerpo por su culpa.

Corría con todas mis ganas, más rápido que nunca, con un superpoder que nacía en mí como jamás había sentido. Salté de repente la verja que rodeaba la finca y me adentré en el bosque sin mirar atrás. Saltaba las piedras y troncos que se interponían en mi camino, esquivaba los árboles y el viento me golpeaba fuerte la cara dándome una bofetada de aire fresco.

Era lo que necesitaba.

Libertad, soledad, tranquilidad.

Tras pasar un rato desahogándome y expulsando de mi cuerpo aquel ardor que me quemaba cada centímetro de mi piel, llegué a la orilla del río y sin pensarlo dos veces me lancé a su caudal para poder parar aquella sensación de adrenalina que me estaba consumiendo.

Pasé unos segundos sumergida, dejando mi mente en blanco, y cuando salí a flote, respirando el aire fresco de mi amada tierra, volví en sí calmándome al instante.

Respiré agitadamente unos segundos y lloré.

Mis lágrimas corrían a rienda suelta por mis mejillas y la angustia que había sentido me había asustado muchísimo.

Me estiré en la perfecta hierba que rodea la orilla del majestuoso rio y suspiré dejando salir de mi cuerpo todas aquellas malas sensaciones que se habían apoderado de mí minutos atrás.

Nadie me había seguido, estaba completamente sola. Y tras pasar allí un buen rato, decidí volver a casa con tranquilidad caminando por el bosque por el cual había venido.

Disfrutaba del murmullo de los árboles hablar a la madre tierra, del sonido al pisar las ramas secas, las hojas, y el resonar de mi propio corazón volver a latir con tranquilidad.

Pero de repente, algo pasó por detrás de mí a la velocidad de la luz. Algo que hizo que me girara tras el empujón de aire que me había provocado. No vi a nadie, aunque justo al girarme, volví a sentir esa presencia revolotear cerca de mí.

Me asusté, estaba completamente muerta de miedo, pues estaba sola, y la presencia que sentía rodeándome ahora, no era familiar.

—Muéstrate —le chillé.

Pero nadie contestó.

Y al dar otro paso más al frente, volvió a pasar ligeramente por mis espaldas y esta vez rozándome.

Asustada, eché a correr hacia el pazo con el corazón en la boca por el miedo. Pero cuando estuve a punto de salir del camino para llegar al claro que envolvía la finca, algo me atacó por detrás y perdí el conocimiento adentrándome en la más plena oscuridad.

La nada.

Eso era lo que sentía.

La tenebrosidad de la oscuridad absorbía todo mi conocimiento.

No podía ver ni sentir nada, como si estuviera bajo los efectos del don de Ágata.

Pero tampoco escuchaba nada, ni siquiera oía el propio latido de mi corazón.

¿Estaba muerta?

¿Qué me había pasado?

Estaba completamente penetrada en la negrura de la noche, en algún lugar bajo tierra, en un infinito abismo de oscuridad.

Había fracasado, me habían atacado o eso era lo último que pude recordar.

Pero entonces me volvió a ganar el sueño y el malestar, volví a caer en las garras de la ceguera y mi cuerpo se relajó dejándome completamente inconsciente de nuevo.

Al despertar, escuché una voz lejana que hablaba con otra, pero no sabía ubicarlas, ya que seguía medio traspuesta por el ataque en el bosque y ni siquiera era capaz de abrir los ojos.

—Lo tenemos en el perímetro, la magia que los une lo ha arrastrado hasta nosotros.

—Traerlo y encerrarlo como a la meiga.

La segunda voz era una mujer

¿Quién sería?

No tenía fuerzas de reprochar, ni mucho menos de chillar ni moverme, estaba completamente inmóvil y sin energía.

—Se encuentra en plena posesión madame, va a ser difícil capturarlo.

—Chantajéalo, quizá esté interesado en la bruja, y si no es así, usar a los brujos. Que lo apresen con algún ritual.

Hablaban de Ciro.

Él estaba cerca, lo sentía.

Y como había dicho esa voz femenina, la magia que nos unía, lo había atraído hasta aquí.

Pero la sensación de mareo volvía, absorbiéndome de nuevo la oscuridad, dejándome completamente inconsciente en un sueño profundo y silencioso.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora