Capítulo 35

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Oscuridad.

Volvía a estar envuelta en la tenebrosidad de aquel abismo.

Absorbida por la debilidad que mi cuerpo sentía.

Muerta. O eso creía.

Recordando con pena todos los momentos bonitos que había pasado a lo largo de mi vida.

Recordaba la sonrisa de mis hermanas, los abrazos de mi padre, las caricias de mi madre, los consejos de mis tías y los juegos con mis primos. Me venían a la mente los ratos con Ágata y Leire, la felicidad que sentí al conocerlas, los ratos que habíamos pasado juntas durante tantos años. Recordaba mi infancia. En como descubrí mi don aquella tarde invocando el elemento agua y haciendo que las burbujas de la bañera se elevaran para jugar conmigo. Recordaba la llegada de Meredith y Eros al pazo, en los momentos que habíamos pasado charlando hasta altas horas de la madrugada, bajo la custodia de su rubio y guapo marido. Volvían a repetirse una y otra vez los consejos que me había inculcado Iris y en los ratos que dejó relucir su cariño hacia mi ante su marido, el gótico demonio. Y por último. Recordé los ojos ámbares y después rojos del gran Duque, de su sonrisa perfecta, de su voz ronca y temible, de su cuerpo musculoso y tatuado con esas dos serpientes que le envolvían los hombros y me amenazaban cada vez que estábamos juntos. Recordaba sus caricias, sus susurros cariñosos, su cuerpo ardiente y lleno de lunares que tan loca me había vuelto todo ese tiempo. Pero también recordaba su rostro asustado cuando el inquisidor me sacó de la celda y recordaba el chillido que emergía de su boca al gritar mi nombre.

Debía estar muerta, pues no sentía nada, solo la oscuridad. Y sobre todo retumbaba de repente en mi mente las últimas palabras que había escuchado al cerrar los ojos.

Meredith había dicho que estaba embarazada.

Y al saberlo, ahora todo me cuadraba.

Por eso la otra mañana vino a verme a la habitación, por eso estaba enferma con vómitos y mareos, por eso sentía ese malestar y esa maldad en mi cuerpo. Porque lo que estaba engendrando era un ser diabólico, un niño mestizo, un nuevo ser único en el mundo, el primero de una nueva raza.

Y aunque no sabía si eso sería bueno o malo, deseaba vivir para verlo. Puesto que ese niño era fruto de mis encuentros con Ciro, y si él lo sabía, quizá el pacto se cerrara con éxito, pues tenía esa carta a mi favor, ya que era hijo suyo.

Pero aun estando tan débil y abatida logré luchar por mi vida y por la de mi pequeño, me armé de valor y fuerza, y volví a abrir los ojos.

El caos estaba en esa habitación, las voces de los hechiceros reclamaban mi atención golpeando las jaulas animándome a que despertara.

Y entonces su voz me trajo de vuelta a la realidad.

—Damara cariño, despierta mi niña, vamos, lucha por tu vida, vamos, estoy aquí, mírame —me decía Meredith.

La miré y ella sonrió aliviada.

—Eso es, vive niña —me decía otra mujer de la celda contigua.

—Intenta desatarte elegida, estamos solos —me animaba la voz de un hombre desde otra celda.

Entonces respiré hondo y cogí fuerzas.

Moví mis muñecas intentando soltarme, pero era imposible, estaban muy apretadas.

—Usa tu magia cariño —me dijo Meredith.

—No puedo

—Vamos a conjurar juntos, vamos a pedírselo a la diosa, pues tú fuiste elegida por ella, seguro que te ayudará —dijo la voz de otra bruja.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora