Capítulo 1: Estatus de Aceptada

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Alarma 1: Apagada. Alarma 2: Apagada. Alarma 3: Apagada. Y así sucesivamente.

No soy del grupo de personas que se puede levantar en la alarma 1 sin problemas. La apago por accidente o no la escucho... pero tienen que pasar varias para que mi cerebro considere correcto levantarse de la cama. Ya no soy tan impuntual como antes, pero siempre se puede mejorar ¿no?

–¡Paris, si no te levantas ya, voy por ti!– grita mi madre desde la cocina.

Estoy tan adormilada que ni siquiera puedo contestar, pero el sonido de mi teléfono cayéndose al piso por no tomarlo bien, responde por mí. Desconecto mi teléfono y lo primero que hago es revisar mi correo. Muy adulta responsable de mi parte, pero he estado esperando un correo en específico por más de 5 meses. Verán, mis amistades normalmente esperan cierto mensaje o llamada en su buzón (generalmente de un beso pendiente o de una cita que no debería hacerse) pero... yo no me puedo dar ese lujo. Toda mi vida me he preparado para este correo; esos sencillos párrafos que determinarán el resto de mi vida profesional. Y además, que van a determinar la relación con mis padres.

Para mi buena suerte, el correo ha llegado. Leo rápido la introducción para saber ya el resultado... sé que la respuesta a mis preguntas está en negritas y en itálica, para menores confusiones.

–Aceptada...– murmuro sin todavía asimilar el correo. Reacciono. –Aceptada... ¡estoy aceptada! ¡Mamá, fui aceptada en la residencia!– grito desde mi habitación.

Mamá sube corriendo las escaleras y abre mi puerta sin aviso. –¡No puede ser! ¡Paris, fuiste aceptada!– grita y nos abrazamos muy fuerte. Incluso saltamos de la emoción.

–Mamá, lo hice. ¡De verdad lo hice! ¡Lo logré!

–Sí amor, esto lo tiene que saber tu padre– lo quiere llamar por el celular, pero la detengo.

–Yo se lo quiero decir en persona, má. De seguro anda recién terminando su guardia y ha de estar muy cansado. Mejor espero a que regrese y descanse.

–Tienes razón, no vaya ser que de la emoción no duerma y en su próxima guardia tenga que tomar otros 3 litros de café– dice y nos reímos.

–Deja me cambio para ir con las chicas al café. Les quiero dar la buena noticia.

–Claro que sí, pero primero tienes que ir a dejar los papeles pendientes para tu entrada a la residencia, ¿recuerdas? Para eso te levanté temprano– me recuerda.

–Sí mamá, yo me encargo– le digo, le doy un beso en la mejilla y sale de mi habitación cerrando la puerta detrás de ella.

La palabra "aceptada" aún resonaba en mi cabeza. Aceptada... aceptada. ¡Aceptada! Y justo en la residencia que yo quiero. Verán, todos mis familiares han sido o son doctores. Es la típica costumbre familiar de que las nuevas generaciones se dediquen a la profesión de sus padres. Mi madre es cardióloga y mi padre se dedica a ser médico de emergencias, por lo que las cenas navideñas y de Año Nuevo se ven plagadas de sus anécdotas más locas.

Si soy cien por ciento sincera, la medicina no es lo mío. ¿Han visto esas escenas en películas o series donde la pasión de una persona se muestra como esta epifanía que vienen buscando desde tiempo atrás? Bueno... pues eso no me sucedió a mí con lo ser doctora. Mi madre cuenta que ella desde pequeña supo a lo que se quiso dedicar, al ver un documental en la televisión sobre cómo funciona el corazón. Mi padre, bueno... necesita adrenalina para vivir y las montañas rusas no le eran suficiente. Yo soy más de... música.

¡Estoy en la Banda!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora