Mi madre ha preparado la comida para comer todos juntos, algo que genuinamente me sorprende y hasta me da gusto; la última vez que estuvimos así en familia fue cuando tenía nueve años.
El trabajo de mis padres aún no era tan demandante como lo es hoy, y me habían prometido que después de comer, iríamos por un helado los tres. Era como un tipo de premio, ya que al final de ese mes habían dado mis resultados escolares y salí con calificación de excelencia, algo que siempre han aplaudido mis padres (sobre todo, mi mamá).
A ella siempre le gustaba preparar platillos típicos mexicanos; para recordar sus raíces y las de mi padre. Esa vez de cuando tenía 9 años hizo enchiladas, y aunque insistía que no estaba tan orgullosa de ellas puesto que los ingredientes y condimentos eran diferentes, a mí me sabían a gloria; no por el sabor, sino por el recuerdo que estaba formando mi mente en ese instante.
Quién diría que algo que yo consideraba como rutina, ahora sería un privilegio ya de adulta.
–Bueno Paris, ¿y cómo está el plan con el diplomado? ¿Dijiste que es en Chicago, no?– pregunta mi madre.
Asiento, aunque no muy segura de mi respuesta. ¡Esto no lo había ensayado con Abby! ¿Qué excusa le puedo decir?
–Mmm... pues yo creo que... no seré la única allá en el diplomado. –digo. –Podría quedarme con una compañera.
–Tendríamos que conocerla– contesta mi mamá.
–Má, ya no soy una niña; puedes confiar en lo que digo.
–Tiene razón, Mariel– añade mi padre.
Ella suspira. –Miren, quiero tener una comida tranquila y no estar amargando este momento tan exitoso en tu carrera. Luego veremos bien con quién te vas a quedar y si es necesario, me iré contigo.
–¡NO!– grito, sin pensar muy bien en mi volumen de voz.
Los dos me miran extrañados. –Quiero decir... ¡no te preocupes, mamá! Varios compañeros fueron, mhmm... seleccionados. ¡Sí, fueron seleccionados! Igual podemos rentar un departamento todos juntos y nos saldría más barato.
Mi papá asiente. –Esa es una buena idea.
Mi madre lo medita unos segundos. –Bueno, si ustedes insistes... Pero eso sí: nada de distracciones en ese diplomado. ¿Qué pensarían los directivos del hospital si no te comportas como la adulta madura y responsable que eres?– pregunta mi mamá.
–¡¿En serio me dejas quedarme con mis compañeros?!– salto de mi silla.
–Sí, ¡pero con una condición!– responde ella.
–La que sea; la que ustedes quieran. ¡Haré lo que sea!
–Tienes que llamarnos o mandarnos mensaje al final del día Y ADEMÁS, si surge una emergencia, no dudes en contactarnos.
Los abrazo a los dos. –¡Claro que sí! Y no se preocupen, que estoy en buenas manos– les digo, y después le planto un beso en la mejilla a cada uno.
–También tendremos que hablar con los directivos del hospital para que no haya problemas con tus compañeros– anuncia mi madre.
–¡NO!– vuelvo a escupir. "¡Contrólate, Paris!", pienso. –Digo, ehmm... Ellos ya están enterados, má. De hecho, a ellos se les ocurrió la idea de quedarnos juntos todos los residentes seleccionados para reducir gastos– intento arreglar la situación.
Ambos me miran extrañados. –Bueno, si tú lo dices...– contesta mi padre.
–¿Cómo que "si tú lo dices"? Jesús, la niña no puede hacer este tipo de decisiones sola; tenemos que acompañarla en el proceso para que se enseñe a ser una adulta funcional– le protesta mi mamá.
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¡Estoy en la Banda!
RomanceParis Díaz es la hija perfecta, según sus padres: excelentes calificaciones, las mejores recomendaciones por parte de sus maestros y una alumna ejemplar. Sin embargo, ese sueño no es suyo. Y siente que se le acaba el tiempo para poder lograr lo que...