El tigre blanco de Suiza

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Nota: el personaje de Soobin tiene el apellido cambiado al igual que Beomgyu por evitar confusiones.


La alarma del despertador me sorprendió y murmuré algo en voz baja, intentando que Yeonjun se moviera un poco para dejarme escapar de su abrazo. Conseguí liberarme y apagué la alarma de un golpe seco y enfadado.

Yeonjun se movió debajo de mí y se frotó el rostro antes de buscar mi mirada. Le di su beso de buenos días y se levantó, todavía desnudo, para marcharse a la ducha. Yo hice los mismo y me preparé un buen café mientras bostezaba. Seguía lloviendo y hacía frío, era ese momento del año en el que empezaba a costar bastante levantarse de la cama.

—Bueno días, señor Choi —le saludé—. ¿Gabardina? —pregunté con cierta sorpresa al verle aparecer con una bonita gabardina azul marino sobre su traje gris.

—Sí —respondió con tono calmado—. Vámonos.

Cogí el móvil de encima de la mesa y le seguí hacia el ascensor.

—¿No tienes cazadora? Vas a pasar frío, Beomgyu —me preguntó en el ascensor tras colocar su mano sobre el jersey negro que llevaba encima de la camisa blanca. Era más fino que su jersey gris, pero al menos se me ajustaba mejor y me daba una imagen más formal y profesional.

—Todavía es pronto para la cazadora —respondí mientras leía el horario del día.

Subimos al coche y nos sentamos cada uno en su lado. Era lunes y ese domingo tan extraño de pajas en el coche y mamadas nocturnas había terminado.

—Dos reuniones por la mañana: una con la señora Timber para ponerle al corriente de las ventas y otra con Thomas, para que le cuente la gran idea tan urgente que ha tenido. Después tiene diez minutos antes de la comida, una llamada con el señor Smith, del puerto, y una reunión larga con el equipo de ventas antes de su clase de yoga —le expliqué de corrido.

El señor Choi asintió mientras miraba distraído por la ventanilla repleta de gotas de lluvia e hilos de agua que se escurrían hacia el lado derecho debido al movimiento del coche. Continué repasando los mensajes que ya había recibido a esas alturas y usando casi la misma respuesta estándar para todos. Al llegar al gimnasio ya casi había conseguido sacármelos de encima, pero al terminar de entrenar y volver al coche había otros veinte más, junto con varios correos.

—Hay un correo sobre animales peligrosos en el caribe, señor Choi — le informé, porque ahora le leía todos los mensajes raros que me llegaban en caso de que fueran alguna invitación para más orgías o mazmorras del sadomaso o alguna cosa de las suyas—. Es solo una lista con nombres.

—Son los asistentes a la orgía —me explicó—. Para que todos sepan quién va a ir.

—Qué detalle —murmuré sin mucha emoción, archivando el correo en «OyF».

—Busca al tigre blanco —ordenó.

Alcé las cejas con muchas preguntas al respecto, pero miré la lista de nuevo y lo encontré.

—Sí, está aquí —afirmé.

El señor Choi puso una mueca de desprecio y se volvió hacia la ventana de nuevo.

—¿Quiere que le busque a usted? —le pregunté.

—Lobo gris —murmuró en voz baja.

Una fina sonrisa se extendió por mis labios, pero bajé la cabeza para ocultarla.

—Sí, está aquí —confirmé.

Miré algunos de los nombres que allí había, todos animales poderosos e importantes seguidos de un solo color.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora