El soltero de Oro

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—Beomgyu... —me susurró una voz cerca del oído.

Entreabrí los ojos lentamente y me encontré con una mirada del azul del océano. Parpadeé un momento y alcé una mano hasta su rostro para acariciarle la mejilla. Debía quedar poco para que sonara el despertador y Yeonjun querría despedirse.

—Beomgyu—repitió, con un tono más duro y seco—. Es hora de marcharse.

—¿Qué...? —farfullé, entonces miré alrededor y comprendí que esa no era mi habitación y que no era de mañana—. ¡Oh, lo siento, señor Choi! — me disculpé, incorporándome en el jacuzzi lleno de espuma.

Me froté el rostro y sentí la boca seca. Me había quedado dormido como un imbécil.

—¿Ya ha pasado la hora y media del spa? —pregunté, casi sin creérmelo. Acababa de cerrar los ojos hacía tan solo un momento...

—Sí. Levántate —ordenó—. Llegaremos tarde al salón de belleza.

—Sí, sí... —murmuré, levantándome de la bañera para salir a prisa. Pero las finas baldosas se convertían en suelo demasiado resbaladizo,
haciendo que me precipitara hacia un lado tras pisar demasiado rápido con el pie mojado. Por suerte, el señor Choi me agarró rápidamente, tiró de mí antes de que cayera y me agarró contra él de una forma un tanto extraña y excesiva.

Me quedé callado, con las manos machadas de espuma sobre su pecho y la cabeza apoyada a la altura de su cuello. No sé qué me resultó más violento: estar desnudo mientras él estaba completamente vestido y con su americana ya puesta; estar tan pegados a plena luz del día y a kilómetros de mi cama, con sus brazos apretándome contra él y su aliento en mi oreja; o todavía encontrarme algo borracho por las tres copas de whisky que me había tomado.

Tragué saliva y reuní el valor para levantar la mirada hacia los ojos del señor Choi.

Él respondió a mi mirada con el intenso silencio de siempre. Moví los labios para susurrar un breve agradecimiento y me separé con cuidado de él, pero sus brazos todavía me rodeaban y tardaron unos breves segundos más en dejarme marchar. Caminé, con cuidado esta vez, hasta la parte donde había dejado tirada mi ropa y cogí una de las toallas que colgaban de la pared.

—Siento haberme dormido, señor Choi —me disculpé sin mirarle, tratando de secarme y quitarme la espuma del baño lo más rápido posible.

No hubo ninguna respuesta por su parte, así que continué con lo mío hasta que me puse los pantalones y la camisa; con más seguridad ahora que estaba un poco vestido me giré hacia él, que continuaba mirándome fijamente, con su americana y su camisa mojadas allí donde las había rozado conmigo.

También estaba muy empalmado, pero me sentía menos responsable de eso que de haberle manchado.

—¿Qué tal el spa? —pregunté, encogiéndome de hombros.

El señor Choi me miró de arriba abajo y yo me apresuré a abrocharme la pretina del pantalón para ocultar mi bóxer de lunares rojos y no sentirme tan expuesto a aquella mirada.

—Una mierda, Beomgyu—respondió cuando volvió a mirarme a los ojos —. Aburrido y nada relajante.

—Vaya... —murmuré, comenzando a abotonarme la camisa—. Tenía muy buenas reseñas.

—Pero veo que tú sí te lo has pasado bien —añadió con tono bajo y grave, inclinando la cabeza para dedicarme una de sus miradas por la parte superior de los ojos—. Sin mí...

—Oh... no... No se crea, señor Choi —respondí en voz baja, terminando con los botones suficientes para que la camisa se sostuviera. Me puse los calcetines de forma apresurada sin fijarme si estaban del derecho o si eran del pie correcto—. Estaba repasando la lista de preguntas y respuestas y me quedé dormido. Nada emocionante.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora