Bonus: Conmigo, pero sin mi

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"En realidad, siempre sentí que me veía mejor por el espejo retrovisor, me extrañan en las puertas doradas de las que alguna vez ellos guardaban las llaves"

—Long story short, Taylor Swift.


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La angustia y la depresión eran grandes amigos míos.

Los conocía a ambos desde siempre, eran la clase de colegas que nunca se perdían una buena fiesta, aunque no los invitaras. Siempre se acordaban de mí, me decían: «Ey, Kai, parece que las cosas te van bien, pero, ¿no crees que eres una mierda de persona y que siempre la acabas jodiendo de alguna forma?». Y yo les decía: «Hostia, es verdad. Quizá debería ponerme a temblar e hiperventilar mientras trato de no llorar para que nadie se dé cuenta».

Sí... eso solía pasarme a menudo cuando era adolescente; pero yo me decía a mí mismo que con el tiempo se pasaría. Quizá cuando dejara la casa de mis padres, quizá cuando me mudara a Dublín, quizá cuando consiguiera trabajo; pero, ¡sorpresa! El tiempo pasaba y yo solo seguía cagándola más y más y perdiendo cosas que me hacían feliz, cosas que quizá se preocupaban muchísimo por mí, cosas que intentaban ayudarme, cosas que yo hacía sufrir, cosas que me habían dejado y se habían marchado muy lejos, cosas que habían vuelto con un novio millonario e increíblemente guapo, cosas que ya no volverían jamás. Pequeñas cosas, ya saben.

Y yo quería esas cosas, ¡claro que las quería! Pero cuando las tenía, solo podía pensar en el momento en que las perdería. Mis buenos amigos me decían: «Ey, Kai, este chico es genial, guapo, gracioso, divertido, sincero y además se nota que te quiere muchísimo, ¿no crees que es demasiado bueno para ti?». Y yo les decía: «Joder, es verdad. Voy a sabotearme a mí mismo y a tratar de alejarle de mí, porque eso tiene mucho sentido, ¿verdad? Si alguien me hace feliz, ¡no puede ser bueno para mí!».

Sí, eso era lo que pensaba mientras jugaba con Beomgyu a un retorcido juego que a mí me gustaba llamar «conmigo, pero sin mí».

Las reglas eran bastante sencillas: yo hacía todo lo posible por mantener la distancia emocional y no darle a Beomgyu demasiado, porque si lo hacía, quizá él descubriera el puto desastre de persona que yo era; pero, y aquí viene lo mejor, a la vez quería que Beomgyu se desviviera por mí, que me dedicara toda su atención y que me siguiera tratando como a un rey a cambio de nada.

SPOILER ALERT: salió mal.

El día que me dejó, yo sonreía y bromeaba mientras me moría por dentro. Beomgyu lloraba en la mesa de la cocina y me miraba a los ojos.

«Te quiero mucho, Kai», me dijo, «pero estoy cansado de luchar yo solo por los dos, por nosotros».

Estaba cansado, normal, yo también estaba cansado de mí mismo. Le prometí que seríamos amigos y que no había motivo para sentirse mal, que las cosas a veces no funcionaban. Después dejé su piso y tuve uno de los peores ataques de ansiedad de mi vida. De los gordos, con mis buenos amigos del brazo. Tardé una semana en conseguir reunir las fuerzas suficientes para levantarme de la cama y entonces descubrí que no había mensajes de Kai en mi móvil, que él ya no me esperaría con un cactus en las manos y una sonrisa en el rostro, que ya no me invitaría a más partidos ni a más noches de hamburguesa y pintas en el pub. Qué, por fin, la había cagado tanto que había echado incluso a Kai de mi vida.

Lo consideré todo un logro personal, porque Beomgyu no era de los que tiraban la toalla y te dejaban tirado a la primera de cambio. Él luchaba hasta el final.

Pero me lo merecía. Sí, a mí me iba lo duro, ¿verdad? ¿Quién necesita despertarse oliendo a cruasanes recién hechos y café?, ¿quién necesita al hombre más guapo, gracioso, detallista y leal de del mundo cuando podías estar con otra persona tan jodida y mal de la cabeza como tú mismo?

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora