Un par de regalos y una sorpresa

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El señor Choi continuó enfadado todo el camino hasta casa, donde dejamos atrás el taxi con un contador acumulado de más de ciento ochenta dólares. Yo había tratado de calmar a Yeonjun con caricias, una charla ligera y un par de bromas, pero él insistía en quejarse una y otra vez de la cena o las vueltas que habíamos tenido que dar, volviendo a enfadarse una y otra vez. Al final yo había desistido, dejándole un poco de espacio y silencio para que se calmara.

Al cruzar el ascensor hacia el ático el señor Choi no apartó su mano de mi espalda hasta alcanzar la habitación. Entonces se quitó la gabardina y la tiró a un lado, junto con la chaqueta del traje, antes de sentarse en el borde de la cama y mirarme fijamente.

—Mi regalo, Beom —exigió.

Terminé de quitarme la corbata y asentí. Salí de la habitación hacia mi antiguo cuarto para coger los dos paquetes que había escondido allí y volver.

—Feliz San Valentín, Yeonjun —le dije mientras se los entregaba.

El señor Choi miró los dos paquetes, uno más alargado y abultado y el otro con forma de caja rectangular; pero ambos envueltos con el mismo papel grisáceo y barato que había encontrado.

Los cogió con sumo cuidado y los puso a su lado en la cama. Me senté y apoyé una mano en la colcha con una expresión preocupada, porque estaba seguro de que aquellos regalos no eran lo que él quería que fueran. Había un concepto muy retorcido en la familia Choi con respecto a los regalos, y era que el precio de los mismos era lo único que importaba, cuanto más caros, más amor.

—Abre primero el de arriba —le pedí, porque creía que el regalo dentro de la caja era un poco mejor.

El señor Choi me dirigió una mirada corta por el borde superior de los ojos y cogió el que yo le había pedido. Rompió el papel de regalo y descubrió una tela gris. Yeonjun frunció levemente el ceño y lo sacó, descubriendo una camiseta de manga corta, no especialmente cara, en el que habían impreso en letras negras y grandes «#TuAmo». Sonreí un poco, pero fue un poco triste.

Me había parecido una idea muy divertida cuando lo había pedido, recordar aquella broma que habíamos compartido hacía tanto e imprimirla en una camisera; pero ahora me parecía estúpido.

Yeonjun lo miró en silencio y se quedó así tanto tiempo que me empecé a preocupar.

—Te dije que eran tonterías —murmuré de tal forma que sonó a disculpa.

El señor Choi continuó sin decir nada. Dejó la camiseta sobre la cama y se empezó a desabrochar la camisa blanca para quitársela, la tiró a un lado junto la gabardina y la chaqueta, y se probó la camiseta que le había regalado.

Le quedaba un poco entallada, pero no le apretaba, solo lo suficiente para marcar su cuerpo musculoso y grande tal como a Yeonjun tanto le gustaba. Se levantó de la cama y fue hacia el vestidor con paso un poco más rápido del habitual en él. Me levanté y le seguí, quedándome de brazos cruzados y el hombro apoyado en la puerta. El señor Choi se miraba frente al espejo con bastante intensidad y expresión seria.

—Me dijiste que tu color favorito era el gris —le recordé.

Él me miró a través del reflejo y parpadeó un par de veces antes de asentí con lentitud. Después volvió y pasó por mi lado.

—El otro —dijo con una voz un poco ronca.

Cerré los ojos y cogí una bocanada de aire. Me estaba empezando a sentir bastante mal por no haber ido a una joyería y simplemente haberle comprado algo absurdamente caro; algo que en su mundo dijera «te quiero tanto como esto».

Volví junto a él, pero me quedé de pie viendo como desenvolvía el segundo regalo y abría la caja para descubrir dos figuras. Al principio no lo entendió, porque estaban un poco ocultas bajo fibra protectora para que no se llevaran golpes. El señor Choi metió la mano y sacó un juguete: una figura de veinte centímetros de altura de un dinosaurio T-Rex, pero con un traje azul marino hecho a medida y con corbata.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora