Pañuelos de colores

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Después de ser un perrito muy obediente, limpiar bien al señor Choi y ponerme a cuatro patas en el sofá para que me follara hasta corrernos en mitad de gemidos y gruñidos bastante altos y escandalosos; volvimos a la normalidad. Yeonjun buscó mis labios tras un largo minuto recuperando la respiración sobre mí. Estaba un poco sudado y acalorado, aunque afuera todavía lloviera con fuerza, cubriendo la pared acristalada de gotas y regueros de agua. No tuve fuerzas para moverme demasiado, pero eso no importó, porque él me desató la correa del cuello y me cargó en brazos para subir las escaleras y llevarme al baño de la habitación. Por supuesto, fue por puro orgullo, porque al final le temblaban un poco los brazos y soltó un profundo jadeo cuando me dejó de nuevo en el suelo.


—Eres un hombre grande y muy fuerte —le dije, escondiendo la sonrisa mientras le besaba de nuevo.

—Lo soy —afirmó él, todavía con poco aire para hablar—. Te dije que podría subirte sin problemas.

Asentí con la cabeza, dándole la razón, pero en mis labios había una amplia sonrisa cuando me giré hacia la ducha para abrir el agua caliente. Yeonjun se acercó y me rodeó con los brazos por la espalda, dándome un par de besos húmedos en el cuello antes de apoyar la cabeza contra la mía.

—Me ha gustado mucho —dijo en voz baja mientras yo revisaba con la mano si el agua ya había calentado lo suficiente.

—A mí también —reconocí—, aunque tienes que tener más cuidado al meterla, Yeonjun.

—Estaba muy mojado —me recordó antes de encogerse de hombros—. Entró bien.

Ladeé el rostro, pero no pude alcanzar a ver sus ojos, ni él pudo ver mi mueca seria. El problema no era que no estuviera mojado, el problema era que el señor Choi se había emocionado demasiado y casi me la había clavado hasta el fondo de buenas a primeras; y su polla no era de las que se podían meter rápido y sin cuidado.

—Tendré más cuidado la próxima vez —me prometió en un susurro al oído mientras me apretaba un poco más contra él.

Murmuré un «eso espero» inteligible y por lo bajo, pero me olvidé del tema después de aquel gesto cariñoso y preocupado.

Tras la ducha templada y refrescante, nos pusimos nueva ropa interior y camisetas de andar por casa y bajamos de nuevo al piso inferior. Revisé la hora en el rolex y fruncí levemente el ceño. Ya deberían haber traído la cena desde el restaurante. Estuve a punto de coger el móvil y mandar un mensaje para preguntar, cuando se me ocurrió asomarme al pasillo y descubrir que la bolsa de papel estaba frente al ascensor.

—Joder... —dije en voz baja, yendo a buscarla—. Creo que el repartidor debió oírnos follando en el salón —le dije al señor Choi cuando estuve de vuelta—. Quizá se adelantara un poco más de lo normal.

Yo estaba preocupado por aquello, un poco avergonzado también, pero sobretodo preocupado. Yeonjun, sin embargo, se limitó a encogerse de hombros con expresión calmada y mirar cómo separaba los envases y los volcaba en platos. Serví los botellines de agua y los cubiertos y nos pusimos a cenar.

—Yo siempre tuve perros en casa —dijo el señor Choi en voz baja, masticando su filete de ternera mientras me miraba.

Levanté la vista hacia él y me quedé un momento en silencio antes de preguntar:—¿Te refieres a sumisos o a perros de verdad?

—Perros de verdad, como los que paseábamos en casa de mis padres. 

—Eran muy bonitos —recordé.

El señor Choi asintió y se llevó otro trozo de carne a la boca junto con un poco de revuelto de verduras.

—Siempre tienen una pareja de labradores pura raza en el jardín, porque mi padre dice que le dan un toque muy distinguido a la casa —continuaba diciendo, haciendo breves parones para llevarse comida a la boca, o quizá para traer aquellos recuerdos del pasado—. Cuando era niño teníamos a Canela y Pimienta. Solo yo los llamaba así, realmente ninguno tenía nombre, eran solo «los perros» —aclaró.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora