Comí en silencio mientras el señor Jacobs monopolizaba toda la conversación, como solía hacer cuando no estaba demasiado drogado comopara ni poder pensar.
Yo no tenía demasiada hambre y masticaba aquellacarne un poco dura con la mirada fija en la mesa, pensando en que, quizá, el señor Choi estuviera planteándose seriamente ir a esa fiesta de San Valentín para hacer alguna guarrada.
No le miré en toda la comida, porque temí lo que pudiera encontrar en sus ojos.
Cuando el señor Choi terminó su bistec, me hizo una rápida señal y selevantó de la mesa. El señor Jacobs dejó de hablar y se quejó, alzando lasmanos en alto.
—Vamos... —trató de insistir, pero el señor Choi ya estaba de camino a la puerta, seguido muy de cerca por mí.Nos quedamos en mitad de esa calle secundaria y poco transitada,aguardando por Lakov mientras el señor Choi me acariciaba suavemente laparte baja de la espalda. Algo que no me esperaba en aquel momento, algoque no estaba seguro de si me agradaba en esa situación.
—Al parecer, nos lo pasamos muy bien en esa fiesta —me dijo junto con una mirada por el borde de los ojos.
—No recuerdo nada —respondí—, pero si todos estaban allí para que hiciéramos «alguna guarrada de las nuestras» —pronuncié esas palabrascon desprecio, para dejarle claro lo desagradable que me resultaba la idea—, no me sorprende que le haya roto la nariz a alguien y te sacara de allí arastras.—Ojalá hubiera estado sobrio —murmuró con una leve sonrisa.
Lakov apareció entonces por el fondo de la calle, tras los cubos debasura, y se detuvo frente a nosotros. Nos subimos y comenzamos la vueltaa casa.
—Oye, Yeonjun... —dije tras reunir el valor suficiente para formularaquella pregunta—. No decías en serio eso de ir a la fiesta de San Valentín,¿verdad?Él me miró en silencio antes de responder:—Sabes que no te dejaría que nadie te tocara, Beom.
Cerré los ojos y negué con la cabeza.
—Ese no es el problema, Yeonjun. Nosotros no somos un puto espectáculo.
—Ya le has oído, todos estaban deseando vernos.
—¿Y qué?
Otro breve silencio de miradas fijas. No entendía cómo el señor Choi no se daba cuenta de lo que el señor Jacobs estaba diciendo con aquello:que él era una especie de monstruito con la polla grande que hacía putasguarradas para entretenerles. Me enfurecía solo de pensarlo.
—Que nos tienen envidia —dijo en voz baja.
—No creo que envidia sea la palabra correcta, Yeonjun.
—Sí, sí que lo es —estaba empezando a cambiar su tono tranquilo a unomás agresivo porque la conversación no le estaba gustando—. Somos losmejores, los más guapos, y tienen envidia de nosotros, Beomgyu.
Mantuve su mirada un poco más, pero después miré la calle repleta degente y tiendas tras el cristal ahumado de la ventanilla. Puede que tuvieran envidia del señor Choi, de su físico y su tractivo, pero parecía que solo lo invitaban a esas fiestas para reírse de él.
—¿Quieres un café? —le pregunté, cogiendo el móvil del bolsillo.Tardó un poco y yo ya estaba mandando el mensaje cuando oí unmurmullo afirmativo. Entonces se quitó los zapatos y puso los pies en miregazo.
Dejé el móvil a un lado mientras leía algunos correos y mensajes yle masajeaba. Taehyun ya me había respondido.
«¡Sí! ¡Sí los he leído! ¿Te lo puedes creer? No le deseo el mal a nadie,pero si Harby Sellby se cayera de un puente abajo, esta ciudad sería unlugar mejor. (Suspiro) Perdona, Beomgyu, me pongo un poco irascible con este tema. Siempre me prometo que no voy a leer las columnas de opinión, porque me enfado mucho, pero hay prensa en la sala de descanso y al finallo hago».
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El jefe (Yeongyu)
FanfictionEl señor Choi devora todo a su paso, y tal vez su nuevo asistente sea su siguiente presa. Adaptación