El detective y el agente

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Regresamos al despacho y envíe todas las fotos a Relaciones Públicas, todas las que nos habíamos sacado con los departamentos menos con el suyo; una pequeña venganza personal que, esperaba, Thomas no pasaría por alto.

Después asistimos a la entrega del premio a los mejores disfrazados, que fue el departamento de

Informática y sus superhéroes, y el detective Choi les entregó en persona un pequeño trofeo.

Entonces regresamos al despacho para recoger la cazadora y nos fuimos. Todavía faltaba hora y media para el final de la jornada, pero el detective Choi ya estaba cansado de toda aquella celebración de prescolar, aunque yo sabía que, en cuanto nos fuéramos, la verdadera fiesta daría comienzo.

—Fuimos los mejores con diferencia —me dijo en el coche, con una ligera sonrisa de satisfacción mientras se abría de piernas y alargaba los brazos por el respaldo—. Bien hecho, agente Lee.

—Le dije que lo seríamos, detective —le recordé sin apartar la mirada del móvil.

Estaba empezando a recibir unos raros mensajes al número privado del detective Choi, con frases extrañas. Cuando recibí una imagen de una mujer disfrazada de lo que se suponía que era un hada completamente desnuda, lo entendí.

—Detective —le llamé—, al parecer le están enviando mensajes y fotos de una fiesta con gente desnuda, pero no ha recibido ninguna invitación.

—Es la fiesta de disfraces de Jacobs y sus amigos —me explicó antes de inclinarse a un lado para pulsar el botón de comunicador y cambiar la ruta de Lakov—. Iremos a echar un vistazo.

Bajé el móvil y le dediqué una mirada seria al detective.

—Siempre hay muchas putas y cocaína —continuó, ignorando por completo mi mirada.

—Mis dos cosas favoritas —murmuré con un tono frío.

—Allí también hay un premio al mejor disfraz, dos putas te hacen una mamada a la vez.

—¿Y quiere ganar, detective Choi? —le pregunté.

—Vamos a ganar —me aseguró.

Quise decir algo más, pero me detuve y dejé el móvil a un lado del asiento. Aquel era Yeonjun, su vida y sus gustos, yo lo sabía y sabía que no iba a cambiar. El único culpable de creer lo contrario era yo, porque solo los gilipollas se enamoraban de él.

Así que me recosté en el asiento y miré las luces nocturnas de la ciudad a través del cristal ahumado, todo parecía gris y oscuro desde aquel coche.

—Casi todos son heteros, pero las mujeres allí meten mucho la mano. No dejes que te toque nadie y no te apartes de mi lado —ordenó.

—Cuando gane y reciba el premio, me iré al coche y le esperaré allí — le advertí.

Una cosa era que supiera lo que hacía, y otra muy diferente era estar allí para verlo. Mi plan de sentir absoluta indiferencia no estaba funcionando como yo quería, y empezaba a sentir un vacío en el pecho. ¿Por qué no era capaz de dejarlo pasar?, ¿por qué no era capaz de olvidarle?

El detective Choi se quedó mirándome en silencio. Quizá no le gustara la idea de que me fuera mientras dos prostitutas le hacían una mamada a la vez, pero ya podía gritar y enfadarse todo lo que quisiera, porque yo no iba a estar allí.

Tras unos largos diecisiete minutos inmersos en un tráfico que parecía no avanzar nunca, llegamos a la puerta de un club nocturno. Uno que parecía bastante elitista y que no aceptaba a gente de las afueras de la isla del centro. Dos porteros nos vieron salir de las puertas y se removieron un poco nerviosos antes de pulsar el comunicador que tenían en la oreja para dar algún tipo de alerta a los de dentro.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora