El color rojo

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Seguí acariciando el pecho de Yeonjun hasta que la mujer de pelo naranja volvió y nos dijo que teníamos que irnos. Miré el local vacío y asentí, pero lo hice solo una vez. Tiré de Yeonjun y nos levantamos juntos. Le puse mejor la gabardina alrededor de los hombros y salimos al frío de la noche. Todavía me costaba pensar con claridad, pero la comida y el tiempo habían conseguido serenarme un poco. Los colores de las luces eran aún demasiado brillantes, pero al menos ahora los coches tenían formas y no eran solo sombras en movimiento por un lago negro.

—Yeonjun, ¿tú recuerdas dónde vivimos? —le pregunté.

—En casa.

—Sí, pero ¿dónde está?

—Cerca de las nubes.

—¿Y cómo llegamos? —pregunté, mirando hacia el cielo.

—Hace frío, Beom.

Bajé la cabeza hacia él e intenté cerrarle la gabardina, pero no pude. Vi que aún tenía el pecho al aire y le até los botones de la camisa, esta vez sin que se derritiera ninguno. Las manos me temblaban un poco, pero sabía que era del frío y no porque estuviera drogado.

—Tienes que ponerte la gabardina bien —le dije en un susurro cercano —. Necesito que sueltes un brazo.

Él se negó al momento y me apretó más fuerte.

—Yeonjun, solo uno —le pedí con una caricia—. Por favor.

Me miró con sus ojos de pupilas grandes, pero menos grandes que antes, y aflojó una mano hasta bajar el brazo. Metí la gabardina y le rodeé los hombros.

—Ahora el otro.

Me rodeó con el brazo que había separado antes de soltar el siguiente. Le guie para que se pusiera la gabardina, no sin cierto forcejeo y resistencia por su parte, porque creía que le estaba empujando lejos de mí. Cuando lo conseguí sonreí y le até los botones grandes y negros. Le rodeé en un abrazo y le froté para darle calor.

—¿Mejor? —pregunté. —Mucho.

Esperé un poco y, cuando quise separarme, Yeonjun me detuvo.

—Eres el único que me abraza así —me dijo en voz baja.

—¿Sí?

Me apretó más fuerte entre sus brazos y hundió la cabeza en mi cuello.

—Sí... —le oí murmurar por lo bajo.

Sonreí. Aquello me hizo muy feliz, aunque todavía me costaba entender por qué sentía algunas cosas. Mi corazón y mi mente parecían desconectadas, como si faltaran algunos cables y no llegara toda la información que debiera de un lado a otro. Aunque sí sabía que Yeonjun era muy importante para mí y que debía protegerle a toda costa.

—Tenemos que volver a casa, allí estaremos seguros —le dije, convencido de mis palabras.

Él apartó la cabeza y me miró con unos ojos que parecían demasiado azules. Sonreí más y le di un beso en los labios, porque me gustaban mucho esos ojos. Yeonjun sonrió también, pero volvió a ponerse muy triste de pronto.

—Me puedes hacer mucho daño, Beom. Lo sé. Muchísimo.

Perdí la sonrisa y la cambié por una mueca de preocupación muy marcada, porque todavía no podía controlar del todo mis expresiones faciales.

—Yo no te haría daño... —murmuré.

Sus ojos se humedecieron y sus labios empezaron a temblar.

—Tengo miedo.

—No —negué, volviendo a abrazarle con fuerza—. Iremos a casa, allí estaremos seguros —le recordé.

Yeonjun respondió a mi abrazo con fuerza y noté como asentía con la cabeza. Cuando nos separamos me rodeó un hombro y agarró con fuerza la cazadora de mi pecho, como si tuviera que sujetarme para que no saliera corriendo.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora