Extra: El carnaval. Parte 1

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A sus cuarenta años recién cumplidos, Choi Yeonjun seguía siendo el hombre más atractivo del mundo.

Incluso aunque ahora en su pelo negro empezaran a brotar ligeras canas. Incluso aunque el tiempo empezara a marcar el borde de sus ojos y las comisuras de sus labios. Por mucho que el cansancio acumulado hundiera ligeramente sus ojeras, dándoles un tono cenizo y grisáceo.

Incluso así, Yeonjun siempre sería el hombre más sexy y guapo al que podrías mirar.

Aunque bueno, la opinión de un marido enamorado no es de lo más imparcial, que se diga.

Para las revistas de cotilleos y demás prensa rosa, Yeonjun había pasado de ser «El Hombre más Sexy», al «Madurito más Sexy»; un duro golpe que mi marido se había tomado inesperadamente bien.

Para ser él, claro.

Solo había necesitado una escapada de fin de semana a nuestro castillo al Oeste de Irlanda y muchas sesiones de sexo duro y especial.

—¿Crees que un chaval de veinte te podría follar así, Beom?, ¿eh? ¿Lo crees? —fue su pregunta favorita, siempre jadeada entre dientes y con enfado mientras me lo hacía a cuatro patas, agarrándome con fuerza la cadera.

La repitió innumerables veces hasta que estuvo completamente seguro de que yo lo decía en serio. No, no creía que nadie pudiera follarme como Yeonjun lo hacía; pero después de diez años de matrimonio, eso era algo que él ya sabía de sobra. Su problemático ego y su frágil autoestima solo necesitaban que se lo recordara de vez en cuando.

No sufrió tanto cuando nos convertimos en una de las mayores fortunas de Irlanda y, años después, de Europa. El plan de Yeonjun era llegar a lo más alto del mundo, pero eso era complicado; aunque no porque no se esforzaba en ello.

Cada mañana nos levantábamos a la misma hora, preparábamos a los niños, íbamos al gimnasio y llegábamos puntuales a la oficina. Nunca faltábamos a ninguna reunión, ni conferencia, ni evento importante. Choi Yeonjun seguía siendo la alargada sombra que aterrorizaba a todos los empleados de INternational Dublín; paseándose por los pasillos como un carcelero, dejándose ver por la sala de descanso para que todos supieran que estaba ahí, siempre observándolo todo desde lo alto de su oficina, como un halcón en busca de su siguiente presa.

Los recién llegados tardaban un poco en acostumbrarse y, algunos de ellos, jamás superaban su terror al señor Choi; tartamudeando, poniéndose cada vez más nerviosos e incapaces de mantener la intimidante mirada de aquellos ojos del azul del mar al final de la sala.

—Cada generación es más estúpida e inútil que la anterior —solía quejarse de camino al despacho.

—Creí que este te gustaría. Se ha graduado con todos los honores en Princeton, tu alma mater.

Yeonjun me dio un ligero apretón con su mano en la parte baja de la espalda, me miró por el borde de los ojos y, tras un segundos o dos, me dedicó una fugaz media sonrisa quenadie más pudo ver.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de la siguiente reunión? —preguntó mientras volvía a mirar al frente, guiándome en dirección a las escaleras.

—Doce minutos. He pedido café.

Yeonjun se limitó a asentir y continuar el camino a nuestro despacho, desde las salas de reuniones al último piso, precedido por una línea de secretarias que formaban el primer muro de contención. Todos allí tenían el mismo propósito: ayudarme a lidiar con el peso de mi trabajo. Yo seguía siendo el único que manejaba la agenda de Yeonjun y el que tenía la última palabra sobre sus citas y horarios, pero la carga se había ido haciendo demasiado grande a lo largo de los años como para no delegar otro tipo de decisiones menos importantes.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora