La familia Lee

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Mi pueblo era el típico pueblo irlandés del interior. Estaba entre las colinas más verdes del mundo, junto a un bosque y un riachuelo. Las casas eran de piedra musgosa con techumbres oscuras, los caminos estaban asfaltados desde hacía tan solo cincuenta años, los campos estaban separados por bajos muros de piedra y había una iglesia en lo alto junto a un cementerio.

Por supuesto, la gente nos miraba atentamente al pasar con el Mercedes, como si tuvieran rayos x en los ojos y pudieran descubrir quién se escondía tras los cristales húmedos de la lluvia.

Algunos eran más discretos que otros, no como la señora Walsh, la cual nos cruzamos en la última cuesta a casa. Llevaba su paraguas de lunares rojos, su chubasquero amarillo, sus botas de lluvia y una cesta con verduras en la mano. Se detuvo en seco al ver el coche y nos siguió con la mirada, llegando a girarse en redondo para saber hacia dónde nos dirigíamos.

—Vale, a la cena todo el pueblo va a saber que estamos aquí —anuncié a Yeonjun, mirando como la señora Welsh se hacía cada vez más pequeña en el reflejo del retrovisor.

Giré hacia la derecha en la intersección, dirigiéndome hacia la calle de que se extendía por lo alto de la colina, donde había una casa con grandes ventanales, un pequeño jardín delantero, un cobertizo con un viejo Honda gris y la fachada cubierta de hiedra. Era exactamente igual a todas las del pueblo, con la excepción de que había una enorme furgoneta azul aparcada a un lado con el logo de un tablón en el que ponía: «Carpintería Lee». Detuve el Mercedes frente a la verja de madera oscura y miré al señor Choi, que tenía la vista perdida en el ventanal de mi lado. Estaba muy serio y apretaba mi mano sobre su muslo mientras tomaba profundas respiraciones.

—¿Preparado? —pregunté con una ligera sonrisa.

Yeonjun tardó un par de segundos en responder a mi mirada y unos pocos más en asentir. Le di una caricia en la mejilla, pero cambié de idea y terminé atrayéndole hacia mí para darle un buen beso.

—¿Vamos? —pregunté, dándole la opción de tomarse un poco más de tiempo si lo necesitaba.

Yeonjun echó otro rápido vistazo al ventanal de mi puerta y después asintió, saliendo del coche hacia la fina lluvia. Le seguí al exterior y esperé a que el señor Choi rodeara el coche para caminar juntos hacia la puerta.

Llamé de una forma especial; tres toques seguidos y después un cuarto más lento. Casi se pudieron oír los apurados pasos de mi madre corriendo por el pasillo mientras gritaba «¡Amor! ¡Ya están aquí!». Solté una exhalación y bajé la cabeza antes de que mi madre abriera la puerta de par en par para recibirnos con una enorme sonrisa. Se había preparado a conciencia para nuestra llegada. Tenía su pelo rubio recogido en un moño, se había maquillado un poco los ojos y los labios y llevaba uno de sus «conjuntos elegantes».

—¡Bienvenidos! —fue su primera reacción al vernos, demasiado emocionada para decir nada más. Nos miró intermitentemente y se detuvo en el señor Choi, entonces se llevó una mano al pecho y dijo—: Por Dios, eres incluso más guapo en persona, Yeonjun...

—Hola, mamá —la saludé, recordándole que yo también estaba allí.

Di un paso hacia ella y me incliné para darle un beso en la mejilla y entrar en casa. Mi madre me rodeó con sus brazos rechonchos y me dio otro fuerte beso en la mejilla.

—Mi principito —me dijo—. ¡Estás muy fuerte! —añadió, llevando una de sus manos a mi brazo para apretarme el bíceps.

—Ya es tarde, mamá —farfullé con una ceja arqueada—. Puedes seguir halagando a Yeonjun e ignorándome.

Mi madre se rio un poco, haciendo un ademán con la mano para restarle importancia a aquello antes de girarse hacia el señor Choi.

—Pasa por favor, Yeonjun—le dijo, porque él se había quedado al otro lado de la puerta—. Como si estuvieras en tu casa.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora