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Sonaría como un estúpido irlandés enamorado de su tierra si describiera con detalle lo preciosas e increíbles que me parecían sus caminos, sus costas, sus campos y sus playas. Así que me limitaré a decir: es bastante bonito. Kai dejó su coche aparcado a las afueras de Dublín, sacamos las bicicletas del soporte trasero, nos llevamos una botella de agua cada uno y empezamos nuestro trayecto de dos horas por la costa y las carreteras secundarias. Él solía ir por delante cuando no era posible ir a la par, todavía sin camiseta y con un pantalón corto de deporte, echando rápidas miradas hacia atrás para, por alguna razón que no comprendía, comprobar si todavía le seguía. 

Puede que fuera un poco distraído mirando el paisaje, disfrutando del aire templado mientras me acariciaba el rostro y agitaba mi camisa desabotonada; pero conocía aquel camino tan bien como él. Dos horas y media después, alcanzamos la alargada playa de Laytown, un pueblo de casas bajas en el que nos detuvimos para comprar nuevas botellas de agua fría. Nos llevamos las bicis hasta la arena y las dejamos cerca de la costa mientras nos desvestíamos para darnos un baño. El agua estaba fría, pero no tanto como al del lago, y tras un recorrido tan largo, resultó bastante agradable. A excepción de las algas, que hicieron que Kai se quejara un par de veces.

—Joder, ¡qué puto asco! —exclamó, agitando las manos y avanzando rápidamente al interior del agua para escapar de ellas.

—Vamos, fiera sexual irlandesa... —me reí un poco de él.

Kai me miró con expresión seria antes de dedicarme un corte de manga, lo que solo me hizo reírme más. Tras aquel baño nos secamos al sol, me eché un poco más de crema protectora y me ofrecí a echársela a Kai por los hombros y la espalda, aunque sabía que se negaría.

—Después —me dijo en voz más baja, echando un rápido vistazo alrededor con los brazos cruzados.

No insistí, porque aunque hubiera poca gente en la playa y no mucha nos prestara atención, sabía que a Kai le daba miedo parecer «gay» si yo le echaba crema; aunque no hubiera habido ningún problema cuando se lo había vuelto a ofrecer veinte minutos después, en un lugar sin gente, antes de comenzar el camino de vuelta. Simplemente, era una de esas cosas de Kai sobre ser «discreto».

Llegamos de nuevo al coche cuando ya era casi de noche y las últimas luces del atardecer teñían el cielo de un azul oscuro y malva en el horizonte. Entonces pusimos de nuevo las bicicletas en el carguero de detrás y condujimos inmersos en una agradable calma tras un día tan bonito. Yo me sentía bastante bien, mejor de lo que me había sentido desde hacía algún tiempo. 

Y no me refería a la ruptura, me refería a cuando las cosas se habían empezado a complicar y la vida se había convertido en un torbellino de ansiedad y frustración. Cuando Yeonjun no había querido escucharme y tomarse un descanso, sino que había decidido hundirse más y más profundo en su angustia, arrastrándome a mí con él.

—Me han llamado de dos sitios para hacer una entrevista —le dije a Kai de forma distraída, mirando hacia la carretera cada vez más oscura.

—¡Ey, eso es genial! —respondió él, mirándome un breve momento—.¿De dónde?

—De una asesoría del centro financiero y de un bufete de abogados, pero no tengo ninguna esperanza en la asesoría. Iré a la entrevista solo porque tengo tiempo de sobra —y sonreí un poco.

—¿Cuándo son? Quizá pueda acompañarte.

—No, no te preocupes. Son ambas el lunes, una a primera hora y otra a la tarde.

—Esta semana tengo turno de tarde, puedo ir a buscarte después de la primera entrevista e ir a desayunar —me ofreció—. El centro financiero tiene un par de buenos locales que preparan esos cubos de café con leche que te gustan a ti.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora