Extra. El Carnaval. Parte 3

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Nuestra semana de pasión desatada empezó de la forma más inesperada: con un perturbador arlequín a nuestro lado.

No había viajes comerciales desde Dublín a Berna sin una escala por en medio, lo que alargaba el trayecto a unas estúpidas trece horas y media; así que el señor Müller nos había enviado su avión privado. Nada más subirnos, Yeonjun había echado un vistazo rápido y había empezado a gruñir con cara de asco.

—Ten cuidado, Beom —me advirtió, viéndome dirigirme al minibar a un lado—, a saber qué guarradas habrá hecho Soobin aquí.

Arqueé las cejas y empecé a servirnos dos vasos de whisky. Mientras tanto, la voz del piloto al otro lado de la cabina, nos hacía una breve explicación de la previsión del tiempo y del suave despegue.

—Si hay algo de lo que estoy seguro, es de que el señor Kim limpia las cosas después de usarlas —respondí, volviendo a él con un vaso en cada mano—, y que tiene un increíble ojo para los detalles —añadí, ofreciéndole la bebida-. Choi Barrel, nuestro favorito.

Yeonjun tomó la copa de mi mano y acentuó su expresión de asco.

—Nosotros tenemos más dinero que él —dijo por ninguna razón aparente—. Somos mejores.

Se me saltó la risa y asentí, brindando con él antes de darle un trago al licor. Con una mano en el bolsillo, empecé a mirar a Yeonjun mientras bebía y echaba otra ojeada alrededor. El Jet estaba bien, muy bien, de hecho, y por eso le jodía tanto. Aquella absurda guerra de ego entre ambos hombres no se había enfriado en aquellos diez años y, estaba convencido, no se enfriaría nunca. Era una fuerza mayor a ellos, una competitividad que parecían no querer dejar morir, porque eso que parecían no querer dejar morir, porque eso significaba que uno de los dos debería rendirse.

Y eso no iba a pasar.

El señor Choi se apoyó en uno de los sillones mientras despegábamos y, una vez en el aire, se paseó por el avión, dando cortos tragos al whisky y echando un crítico vistazo al mobiliario. No podían faltar los comentarios del tipo: «hay pocos asientos porque Soobin no tiene amigos»; o «¿has visto el posicionamiento, Beom? Debe ser para que sus gemelos neonazis se sienten uno al lado del otro».

Al final, se sentó en el sofá alargado frente a la televisión y cruzó los tobillos sobre la mesilla, alargando los brazos por el respaldo.

—Es piel sintética —me aseguró, acariciando la superficie rugosa del sofá.

Puse los ojos en blanco y suspiré. Dejando mi vaso sobre el minibar, me acerqué a Yeonjun y, sin ningún tipo de aviso, me senté a horcajadas sobre él.

Aquella era nuestra semana de vacaciones: sin niños, sin responsabilidades y sin nada más que hacer que beber, comer y follar. Y eso era lo único que quería hacer. La sola idea de volver a ese pasado en el que podía disfrutar de mi marido allí donde quisiera, ya me estaba excitando.
Agarré a Yeonjun por los borde de su camisa entreabierta y me incliné para besarle. El señor Choi pareció sorprendido en un primer momento, casi sin darle tiempo a entreabrir los labios para recibir mi lengua entre ellos y el leve mordisco que le di después.

Entonces gruñó y dejó de tocar la piel (sintética) del sofá para hacer algo mucho más útil con ellas y apretarme el culo.

Con un gruñido más alto, le rodeé la cabeza con los Con un gruñido más alto, le rodeé la cabeza con los brazos y hundí los dedos en su pelo rubio, besándole con una intensidad que nacía muy dentro de mí. Su barba me picaba en el rostro, pero su lengua era grande, húmeda y cálida contra la mía. Sus manos empezaron a buscar el interior de mi ropa, produciéndome deliciosas quemaduras allí donde mi piel se rozaba con la suya.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora