El famoso Kai

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Kai se levantó de su silla con una preciosa sonrisa y dio un par de pasos hacia nosotros, yo igualé su distancia y su sonrisa y le di un buen apretón de manos. Llevaba su vieja sudadera negra con capucha y unos vaqueros, se había hecho otro pendiente en la oreja izquierda y un nuevo tatuaje le asomaba por el borde inferior del cuello. Siempre había algo diferente en él cuando volvía a verle, pero el brillo en sus ojos suaves nunca cambiaba.

—Joder, Beom, estás hecho una fiera —me dijo, fingiendo extrañeza con una mueca de ceño fruncido—. ¿Has dejado la contabilidad y te has metido en el ejército americano?

Se me escapó una ligera risa y asentí. Kai sabía lo mucho que yo odiaba el ejército.

—Eso es exactamente lo que ha pasado —respondí—. Al fin he abierto los ojos y me he dado cuenta de lo necesario que es tener una organización militar y armada en pleno siglo veintiuno.

—La ONU está bien, pero un arsenal nuclear es mejor —afirmó él.

Esta vez me reí más alto. Había una evidente tensión en el ambiente en la que ni él ni yo participábamos: mi madre continuaba con la taza entre las manos, mirándonos sin saber qué hacer o dudando de que hubiera sido buena idea dejar pasar a Kai a casa; y después estaba Yeonjun que... bueno, se había quedado a mi lado, muy cerca, muy envarado, muy serio, muy atento a cada pequeño movimiento y cada palabra que Kai y yo compartíamos. Mirando a mi ex de una forma que, sinceramente, empezaba a dar mucho miedo.

—Kai, te presento a Choi Yeonjun, mi novio —le dije, alargando la mano para rodear la cadera del señor Choi y darle un discreto apretón para que se tranquilizara.

Kai miró entonces al señor Choi con la misma sonrisa, aunque era evidente que se estaba esforzando por mantener el buen humor ante el muro de frialdad e intimidación que era Yeonjun en aquel momento. El señor Choi le ofreció la mano y ambos se dieron un firme pero breve apretón.

—Encantado de conocerte, Yeonjun—le saludó—. Yo soy Huening Kai, un viejo amigo de Beomgyu.

—Sé quién eres —respondió el señor Choi con tono seco.

—Oh... —asintió él antes de mirarme, comprendiendo al fin la situación y a qué venía aquella extraña tensión que se había formado entre ellos—. Espero que no le hayas contado solo lo malo, Beom. Yo a veces era bueno y todo, te dejaba el último trozo de pizza, y eso es amor —bromeó, intentando aligerar el ambiente.

Me encogí de hombros y solté un desganado:
—Meh...

—¿Meh? —preguntó él, fingiendo estar ofendido—. Creía que al menos había sido «Mmeeh...»

—Como mucho fuiste «Mmhe...» —puse una expresión de labios apretados, ojos entrecerrados y ceño fruncido mientras balanceaba la cabeza de un lado a otro.

—Qué cabrón eres, Beom —dijo Kai, pero fue con cariño y se rio, porque así éramos nosotros.

No importaba el tiempo que hubiera pasado; cuando volvíamos a vernos, seguíamos siendo las mismas personas despreocupadas, vacilonas y bromistas que habíamos sido siempre. Al menos al principio, hasta que Kai se relajaba y volvía a tratarme como cuando éramos novios. El señor Choi debió notar esa familiaridad entre nosotros, porque extendió su brazo por mis hombros y me atrajo un poco hacia él de una forma bastante territorial.

—¿Queréis un café, chicos? —nos interrumpió mi madre de pronto, agitando un poco la taza que tenía en la mano—. Kai ha traído cruasanes para desayunar.

Arqueé las cejas, mirando la docena de cruasanes que había en la mesa. Había dado por hecho que había sido otro de los excesos de mi madre ahora que la bandeja de bollos y dulces se había terminado.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora