Mejor regalo

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El señor Choi volvió a poner su mano en mi espalda en el ascensor al salir del bufete de abogados, en el ascensor hacia la oficina de INternational e incluso en el de su casa; donde no había nadie del que debiera apartarme. El toque de su mano era cálido y agradable, jamás se sobrepasaba ni me acariciaba, pero estaba ahí y no dejaba de pensar que se trataba de un gesto muy dominante, casi posesivo.

Llegamos a la cocina y la comida ya estaba allí, en su bolsa de papel de siempre, solo que esta vez se había mojado un poco por el camino. Saqué los envases de la cena e hice lo que siempre hacía, dividirlos en dos y apilar los del señor Choi por su quería llevárselos a algún lugar.

Él se quitó la americana y la corbata y las dejó a un lado de la mesa de isla antes de sentarse frente a mí. Parecía algo cansado, y no me sorprendía, había sido un día muy largo.

—Quítate el jersey, lo vas a manchar —me ordenó antes de que abriera mis envases de la comida.
Miré el jersey gris perla que me había regalado y pensé que era una buena idea. Me lo quité, lo doblé con cuidado y lo dejé a un lado. También me saqué la camisa de dentro de los pantalones de pinza negro y me abrí un botón más para no sentirme tan ahogado.

Por lo que a mí respectaba, la jornada laboral «oficial» ya había terminado; seguiría trabajando para el señor Choi, por supuesto, pero en su casa no había normas de vestimenta tan estrictas como en la oficina. El móvil vibró y le eché un rápido vistazo, como no era importante mordí la hamburguesa y la mastiqué lentamente.

—¿Qué es esto? —pregunté, mirando el interior—. Esto no es una hamburguesa...

—Es tofu a la brasa, berenjena, lechuga, tomate y pan de centeno — respondió el señor Choi.

—Es un puto sándwich de pan gordo —farfullé, un poco indignado—. Yo... —dejé la falsa hamburguesa en el envase y negué con la cabeza—.Esto es jugar con mis sentimientos —me ofendí.

Noté la mirada del señor Choi, que continuaba comiendo la hamburguesa a grandes bocados.

—¿Es una de tus bromas? —me preguntó.

—No —respondí, un poco desanimado ahora—, pero fue un día... bastante duro y me había hecho ilusión llegar a casa y cenar una hamburguesa.

—¿En serio creías que iba a ser una hamburguesa de verdad? Eso es un límite infranqueable de esta dieta.

Tardé un momento, pero una risa me nació en el pecho y terminé riéndome en voz alta.

—A veces es usted nuy gracioso, señor Choi —reconocí, dedicándole una breve mirada antes de coger de nuevo la hamburguesa—. Y lo mejor es que ni siquiera intenta serlo.

Él continuó mirándome en silencio mientras masticaba la hamburguesa, pero no es que pensara que fuera a expresar algo con el rostro.

Las únicas emociones que el señor Choi podía experimentar eran la ira, la frustración y la excitación sexual. Muchas veces a la vez.

—¿Qué tal la cama nueva? —me preguntó.

—Muy bien, la verdad.

Seguí sonriendo y asentí mientras masticaba aquella hamburguesa que no era hamburguesa pero que estaba rica, aunque no era lo que yo había esperado y era decepcionante. El señor Choi se limpió la boca con una servilleta de papel cuando terminó.

—Tendré que probarla —me dijo.

—Aún no tiene sábanas, así que es un poco cutre —respondí, porque no entendí bien qué quería decir exactamente con «probarla», ni cómo pensaba hacerlo.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora