Las mañanas siempre eran complicadas, incluso la de los domingos.
Ese día no teníamos despertador, pero sí dos hijos retumbando por la casa y poniendo el volumen de la televisión a tope. Ya era una costumbre despertarme oyendo a la puta Peppa Pig, o a La Patrulla Canina, o a saber qué nuevo monstruo del averno mal dibujado y de voz chillona.
—Voy a comprar toda la franquicia de esa jodida cerda y voy a ver como arden todos y cada una de las películas, cintas y capítulos en los que salga —me dijo Yeonjun con voz grave—. Voy a matarla y borrarla de la faz de la puta tierra y voy a obligar a sus creadores a recoger mierda y vómito del suelo para el resto de sus miserables vidas.
—Buenos días, Yeonjun —respondí, inclinándome para darle un beso en los labios, aunque no pude evitar hacerlo con una sonrisa.
El señor Choi dejó de mirar el techo y movió sus ojos del azul del mar hacia mí.
—Buenos días, Beom —respondió con tono mucho más calmado y suave—. Te quiero.
—Y yo a ti —dije, empezando a estirarme por la cama y a gruñir antes de finalizar con un cansado jadeo antes de echar un vistazo al móvil—. Tenemos veinte minutos antes de recoger todo e ir a casa de mis padres.
Yeonjun asintió, se levantó de la cama y, tan empalmado como cada mañana, fue a cerrar con pestillo la puerta de la habitación antes de volver. Lo único bueno de que tus hijos escucharan la televisión a un volumen insano para sus oídos, era que no podían oírte atragantarte con la enorme polla de su padre. Aunque, como muchas otras veces, aquella solo fuera una mamada para salir del paso, con Yeonjun a horcajadas en mi pecho, agarrándome del pelo y metiéndomela como si tuviera algo de prisa por correrse.
—Es un poco perturbador, pero creo que la voz de Peppa Pig me pone cachondo —le dije a Yeonjun mientras me limpiaba a conciencia los dientes.
Él me dedicó una mirada por el borde de los ojos y terminó de echarse la crema anti- edad en la cara antes de frotar el resto por las manos.
—Por favor, Beom, lo último que necesito es tener celos de una puta cerda de dibujos animados.
—No —me reí, echando un par de escupitajos de espuma sobre el lavabo y el espejo—. Me refiero a que siempre follamos los domingos, cuando los niños ponen sus dibujos. Creo que es como un condicionamiento adquirido, como cuando enseñan a los perros a comer si suena una campana y, después, cuando suena la campana, sus bocas salivan a forma de respuesta natural. Así que, cuando yo escucho a Peppa Pig, me pongo cachondo.
Yeonjun escuchó todo aquello mientras iba al vestidor y, volviendo con la camisa de Armani desabotonada, me dio un beso en la mejilla y me dijo:
—Tienes el número de mi psicóloga, quizá sería bueno que le hicieras una llamada.
—Que no estoy loco —insistí, pero se me escapó otra vez la risa y tuve que taparme la boca para no manchar más el cristal. Al terminar de enjuagarme, me limpié los labios y salí en dirección al vestidor—. Eso existe, se puede «entrenar» a alguien para sentir o pensar cosas tras activar un detonante sonoro, visual u olfativo. Se llama «condicionamiento adquirido».
—Mi polla es tu detonante sonoro, visual y olfativo, Beom —me corrigió, entregándome la ropa que quería que me pusiera—, no la puta guarra esa que no sabe contar más de cinco.
—No es... —pero desistí, negando con la cabeza, porque era una conversación estúpida que no iba a llevar a ninguna parte.
Cuando terminé de vestirme, Yeonjun se puso a mi lado frente al enorme espejo del vestidor y nos echó un pausado vistazo. Él iba en camisa y pantalones vaqueros; yo en jersey fino remangado y pantalones de pinza. El señor Choi se puso una bufanda que hiciera juego con el tono violáceo de mi ropa y asintió, complacido con el resultado.
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El jefe (Yeongyu)
FanfictionEl señor Choi devora todo a su paso, y tal vez su nuevo asistente sea su siguiente presa. Adaptación