La Mansión de los horrores

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Lia había dicho que había quedado con unas amigas en el centro, pero se había ido corriendo en dirección al puerto. A esas alturas, ni me sorprendían aquellos sin sentido de la joven. Solo miré a Yeonjun , que ya estaba entrando en el coche, totalmente indiferente a lo que había pasado. Dejó la puerta abierta y me hizo una señal para decirme que entrara, y eso hice, sentándome a su lado antes de quitarme la cazadora. 

El señor Choi se recostó en el asiento, extendiendo los brazos por el respaldo y abriendo las piernas en su postura de amo del mundo. Me miró fijamente hasta que giré el rostro hacia él y entonces puso morritos para que le volviera a besar una vez más.

Estaba sonriente, calmado y tranquilo porque aquella noche había tenido todo lo que había querido. Había venido cada quince minutos, a veces incluso menos, para verme en la barra del bar. Nos habíamos tomado una copa de whisky y él había esperado a que yo le mimara, manteniendo una fachada seria hasta comprobar que, en efecto, yo iba a cumplir mi parte del trato y a darle toda la atención, besos y caricias que él quisiera. 

No tardó en aprovecharse, por supuesto, era el señor Choi, después de todo. Se acercó mucho, me desabrochó alguno botones más de la camisa, empezó a acariciarme el pecho, a hablarme al oído, como si estuviéramos compartiendo algún secreto, aunque solo era una mala excusa para inclinarse sobre mí y pegarse más antes de darme suaves besos en el cuello. 

No le había dicho nada sobre que tuviera que volver con Lia a la cena, ni hice ningún tipo de referencia al asunto en absoluto; solo me limité a disfrutar de mi prometido y a bromear un poco con él mientras bebíamos. 

En la segunda ocasión que había vuelto, me llevó al baño, como me había dicho que haría, para follar en un cubículo y salir sonrojado, despeinado y con una gran sonrisa de satisfacción en los labios. Ahí sí que le pedí que al menos se lavara la cara y se peinara un poco, porque era demasiado evidente que tenía los labios sonrosados debido a los besos y la barba manchada de saliva. Le ayudé a adecentarse un poco mientras él me seguía dando cortos besos en los labios y tratando de abrazarme.

—Te dije que si utilizabas así de bien la lengua ibas a hacer a tu futuro marido muy feliz, Beom —me recordó.

Me reí un poco y le limpié las comisuras de los labios antes de terminar de peinarle con los dedos. Le di el regalo que había comprado para Lia y le dirigí a la salida para que volviera a su cena romántica de una vez. Habíamos pasado media hora en el baño y la joven seguía esperando allí sentada como una tonta. 

Que no dijera nada no quería decir que no me hiciera sentir mal hacerle aquello. Yo había vuelto a mi sitio en la barra, pedido un café y ojeado el periódico hasta que el señor Choi decidió regresa diez minutos después. Me había abrazado por la espalda y dado un beso nada sutil en el cuello. El Gallow Green estaba lleno de gente, pero eso a él no le importaba, y si a él no le importaba, a mí menos.

—¿Quieres un café? —le había preguntado.

—Sí, tomemos un café. Ya he terminado de cenar.

—No le has dado el regalo, ¿verdad?

—Yo no recompenso a gente estúpida, Beomgyu —me recordó.

Se había sentado en un taburete a mi lado, acercándolo un poco para poder rozar nuestras piernas mientras nos tomábamos el café sin prisa. Al terminar simplemente había ido a buscar a una Lia otra vez llorosa, con la cabeza gacha y casi sin habla. Esta vez no podía culparla, se había pasado la cena prácticamente sola.

De todas formas, aquel no era mi problema; mi problema era mantener a Yeonjun feliz y tranquilo aquel fatídico fin de semana en el que volveríamos a la mansión de los horrores con el Doctor Maligno y su mujer Cruela de Vil. Lo tenía todo preparado para que el señor Choi llegara a aquel momento en el mejor estado posible. Lo del pacto en la cena de Lia había sido solo el principio. 

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora