Pero, ¿es fashion?

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La tarde del sábado fue dura, por supuesto. Tras dejar a Lia de vuelta en su casa comenzó el espectáculo. Yeonjun perdió por completo la fachada del Soltero de Oro y mostró su evidente enfado conmigo por haberle «abandonado» junto a Lia y haberle «dejado solo» delante de la gente y las fotos.

—Yeonjun... —lo intenté, aunque sabía que razonar con él sería imposible.

—No —me interrumpió con tono duro mientras negaba lentamente con la cabeza—. Desnúdate y ponte de rodillas ahora mismo.

Traté de no mostrar lo mucho que aquello me estaba molestando, porque eso solo enfurecería más al señor Choi. La experiencia me había demostrado que la mejor forma de que a Yeonjun se le pasaran sus rabietas de niño pequeño era siendo obediente y cumpliendo las órdenes lo antes posible. Dejé la ropa a un lado del asiento bajo su atenta mirada y me acerqué, completamente desnudo, para ponerme de rodillas entre sus piernas, como a él le gustaba.

Nos miramos en silencio a los ojos durante un largo rato, porque yo jamás inclinaba la cabeza como un sumiso, y ambos lo sabíamos.

—¿Prefieres diez bofetadas ahora —me preguntó con su voz grave y densa tras dos minutos enteros sin decir nada—, o que te azote con la fusta en casa?

Me encogí de hombros con cierto desencanto. Había sido un buen día, con un señor Choi muy calmado, mimoso y suave, y aquel cambio repentino me había dejado un poco sin energías.

—Solo quiero que vuelvas a estar tranquilo y contento, Yeonjun—le confesé.

Mis palabras dejaron otro largo silencio, hasta que el señor Choi asintió y respondió:—Entonces te daré diez bofetadas ahora y te azotaré con la fusta al llegar a casa.

—Bien —murmuré por lo bajo, antes de que me diera la primera bofetada.

Por supuesto, tuve que contarlas y fueron bastante dolorosas, pero el señor Choi ya se había calmado un poco cuando me mostré tan obediente y dispuesto a pasar por lo que me pidiera.

Era algo extraño de explicar.

Me miraba atentamente en su papel de Amo, sentado en el asiento mientras me abofeteaba, a veces deprisa, otras veces dejando un tiempo, otras, me acariciaba la mejilla caliente y enrojecida antes de golpearla; pero no estaba «enfadado». Ya no tenía la mandíbula tensa y sus ojos del azul del mar ya no parecían océanos helados. Entreabría los labios y respiraba entre ellos lentamente, con la entrepierna abultada bajo el pantalón caqui. Tras la última bofetada cerró el puño y movió los dedos, como si le picara tanto la palma de la mano como a mí las mejillas.

—Ahora bésame y dime que me quieres —ordenó en voz baja.

Cogí aire y me froté un poco los ojos húmedos y llorosos. Me levanté y me senté en su regazo como a él le gustaba, con el brazo sobre el respaldo tras su cabeza. Le di un beso suave en los labios y le dije con la voz un poco ronca:—Te quiero mucho, Yeonjun.

Lo peor era que, incluso después de las bofetadas sin sentido, yo le dije aquello con verdadero cariño y amor. Siempre había dicho que el señor Choiera el loco, pero quizá yo no estuviera tan cuerdo como creía después de todo.

—Si no vamos al pub esta noche, no te azotaré con la fusta —me propuso entonces.

Me quedé un momento en blanco y entonces fruncí el ceño, parpadeando para aclararme los ojos.

—¿No quieres ir al pub? —pregunté.

—Sí, sí que quiero —respondió—, pero podemos no ir y no te azotaré. Tuve que tomarme un par de segundo para comprender lo que quería
decirme con aquello.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora