Espejos y poker

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El señor Choi me miró. Sabía lo que yo le había pedido, sabía que no le perdonaría. Por eso había miedo en sus ojos y apretaba la mano contra mi pecho. Pero el tiempo corría y todos esperaban una respuesta.

—Beom, te juro que no quería esto —repitió apenas sin voz.

Y yo le creí. Había estado allí y le había oído, sabía que había intentado impedirlo, pero que Bill y Johana habían sido más listos que él y habían jugado con las ganas del público de vernos follar.

El señor Choi no podía negarse sin dejar claro que había hecho el ridículo trayéndome allí, después de todo, ellos tenían razón y era el «principio» de una orgía.

El señor Choi me había llevado allí para presumir de mí como un niño con su nuevo juguete. Y saber eso me hizo sentir de dos formas muy diferentes: me sentía ofendido y traicionado porque de alguna forma me estaba utilizando sin haberme contado la verdad; por otro lado, me sentía muy halagado por el hecho de que creyera que yo podía competir con modelos y algunas de las personas más guapas que había visto nunca.

El señor Choi cogió aire y miró a Bill y Johana, entonces llegó el momento de decidir entre su orgullo o el mío. Abrió los labios.

—No sé lo que es eso —me adelanté yo—. Lo de los espejos.

El señor Choi me miró, pero yo puse una mano en su pierna y apreté suavemente.

No tenía que decidir, porque yo decidí por él.

Lo hice porque quizá no quería oír la respuesta de lo que era más importante para Yeonjun, si yo o ese estúpido juego.

Lo hice porque le tenía más cariño al señor Choi de lo que me atrevía a reconocer y no quería que sufriera.

Lo hice porque soy un completo gilipollas. Por eso lo hice.

Bill y Johana me miraron, ambos sonrieron.

—¿No te lo ha explicado nunca Yeonjun? —me preguntó Bill—. Qué decepción...

—No, como le ha dicho el señor Choi. Yo soy su ayudante —respondí sin perder la sonrisa—. Tengo más cosas de las que preocuparme que de conocer la jerga de... tus encantadoras fiestas, Bill.

—¿Cosas de las que preocuparte como comerle la polla? —se rio él, tratando de ofenderme.

—Entre muchas otras —sonreí un poco más—. Yo no tengo que organizar una orgía para poder hacerlo, al contrario que tú.

Algunos murmullos se oyeron entre los presentes, algunos se reían, otros se miraban entre ellos con sorpresa.

—Uh... —dijo Johana a un Bill bastante molesto—. Parece que muerde...

La miré fijamente.

—Sí, sí que muerdo —respondí, imitando un poco ese tono más grave y sexual que usaba el señor Choi, aunque sonó un poco raro en mis labios.

—Ah, ¿sí? —dijo ella, llevándose una mano a la mano del cuello para frotárselo un poco—. Eso me gusta.

El señor Choi me acercó a él, ya de forma evidente e íntima, y me dijo al oído:—Los espejos es imitar lo que haga la otra pareja. Pierde el que no lo haga o se corra antes, así que el objetivo es aguantar y excitar al contrario lo más posible.

Cogí aire y asentí.

—Beomgyu... yo... —se detuvo, parecía que le costaba encontrar las palabras, pero se empezó a empalma muy rápido y el bulto en sus pantalones ajustados era demasiado evidente.

Me aparté un poco para mirarle a los ojos y vi otra vez aquella extraña e intensa mirada en ellos que todavía no conseguía identificar. Me acerqué yo a su oído esta vez y le susurré:—Ya hablaremos, ahora concéntrate, Yeonjun. No vamos a perder en esta mierda.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora