Cumpleaños feliz

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La mañana del vienes me desperté con una respiración lenta cerca de la oreja, un peso sobre el cuerpo y el pitido constante del despertador sobre la mesilla. Levanté una mano para apagarlo de un golpe seco y la dejé en la espalda húmeda de Yeonjun.

Había empezado a hacer un poco de calor por las noches, pero él seguía pegándose a mí todo el tiempo, lo que, en ciertos momentos, se volvía algo asfixiante. Ladeé el rostro hacia el suyo, recostado en la almohada a mi lado, y le dije algo parecido a «Yeonjun, despierta, ya es hora», pero apenas pronunciando las palabras, todavía demasiado adormilado como para molestarme en vocalizar.

Él entreabrió los ojos y me miró, lo primero que hizo fue poner morritos y, cuando tuvo su beso de buenos días, sorbió aire por la nariz y se movió a un lado para frotarse el rostro y dejarme al fin libre.

Seguimos la pequeña rutina de cada día: me levanté primero para ir hacia la ducha, dejando al señor Choi un poco más en la cama hasta que se unía a mí en el baño, nos vestíamos y yo bajaba a hacer los cafés y el desayuno mientras él organizaba las bolsas de deporte con la muda limpia; finalmente, nos reuníamos en la cocina, nos dábamos un beso en los labios y salíamos de casa en dirección al gimnasio para, un día más, «ser los mejores».

—Pasa buen día, te quiero —me despedí de Yeonjun a la salida del gimnasio, dándole un beso en los labios y revisando la hora en el Rolex.

—Yo también te quiero —respondió él con una fina sonrisa en los labios—. Te espero en casa.

Y me fui en dirección al Distrito Financiero sin darme cuenta de lo feliz que me sentía.

No era una sensación vibrante y arrolladora en mi pecho, no iba cantando por la calle, sonriendo y saludando a todo el mundo; por supuesto que no, iba con mi expresión seria habitual, me tomé mi segundo café con el desayuno y me llevé lo que me quedaba conmigo a la oficina para otro día en el trabajo.

El tipo de felicidad que yo sentía no era la que te hacía suspirar, sino ese tipo de felicidad de la que no te das cuenta hasta que la pierdes. Mi nueva rutina con Yeonjun , con mi nuevo empleo y mi nueva casa, me estaba atrapando cada vez más: el trabajo no era especialmente difícil, a veces se complicaba, pero nunca resultaba aburrido ni repetitivo, había buen ambiente laboral y cuando volvía al apartamento tenía al hombre más guapo del mundo esperándome, mi prometido, para disfrutar de una cena tranquila, un poco de conversación y muchísimo sexo del bueno. Esas eran las pequeñas cosas que a mí me hacían tan feliz.

Durante aquella tarde, tras el descanso para la comida, recibí la notificación de que me habían llegado a casa los paquetes que había pedido y, poco después, un mensaje de Yeonjun que decía:

«Han traído unos paquetes, ¿los has pedido tú?».

A lo que respondí: «Sí, no los abras aún. Son tus regalos de cumpleaños». Yeonjun tardó cinco minutos en mandar un:

«Lo siento, Beom. He abierto el primero. No lo sabía».

Apreté la comisura de los labios y chasqueé la lengua. Sabía que algo así podía pasar, pero no quería poner la dirección de la oficina y tener que cargar las cajas hasta casa. «¿Cuál has abierto?», le pregunté. «El de las películas».

—Joder... —murmuré, dando un golpe a la mesa de madera y atrayendo la atención de Yan-Yan frente a mí.

Había pedido una edición de coleccionista de las cinco películas de Jurassic Park en Blu-ray, con un poster de regalo y bastantes extras. Era uno de los que más ilusión creía que iba a hacerle y hubiera deseado poder ver su cara al abrirlo.

El jefe (Yeongyu) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora