Los secretos siempre salen a la luz

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Sentir sus besos en mi piel, era como si estuviera cayendo una lluvia de bendiciones en ella, sentir sus manos acariciar mi cuerpo era como recibir la gloria de un Dios.

Sus gemidos eran la mejor música para mis oídos.

Rasguñé la piel de sus brazos, lo cual lo hizo soltar un leve gemido mientras apretaba la almohada a los costados de mi cabeza. Era la manera de expresar el placer que sentía ya que no podía gritar ni gemir (pues mis padres estaban dormidos y no quería despertarlos, o más bien, que se enteraran de lo que estábamos haciendo).

Adam se quitó de encima y me mostró tres vendas rojas, su mirada era seductora, con una pizca de diversión.

— ¿Que piensas hacer? –pregunté sobre sentandome en la cama.

— Ponte boca abajo –no me limité a preguntar qué haría, sea lo que sea, estaba segura de que me gustaría, me acosté boca abajo tal como lo ordenó, él tomó mis dos manos y la llevó a mi espalda.

Amarró estas con aquella venda, colocó la otra venda en mis ojos y con la otra me tapó la boca, nuestras respiraciones agitadas, me tomó de la cintura y me puso en posición de perrito, desnivelando mi pecho con las caderas, quedando mi rostro pegada a las sábanas de la cama y mi trasero arriba.

Golpeó mi trasero con poca fuerza, la cinta ahogando mis gemidos placenteros, ubicó su miembro en mi entrada y luego me penetró, sus dos manos apretando mi cintura y en ciertas ocasiones apretaba mi trasero.

Adam se movía fuerte y con rapidez, hasta que me hizo venir en un gran orgasmo que parecía no tener fin. Me desató las manos, la boca y la venda de los ojos, para después voltearme, besar mi cuello, la frente y luego mis labios.

Se acostó a mi lado, las piernas me temblaban, la electricidad que recorría mi cuerpo era increíble. Ya no podía más, sentía mi cuerpo desfallecer.

— ¿Estás cansada?

— Un poco –respondí.

— ¿Tan rápido? Y yo que quería más –resongó en modo broma.

— Dije que estaba cansada, no que no quería –me puse encima de él y lo besé, él me tomó de los muslos y correspondió mi beso.

Su respiración se agitó y comenzó a besar mis pechos con locura y a acariciar mi espalda de la misma forma.
Yo intentaba no jadear o gemir pero me era imposible aguantar, se me escapaban un que otro gemido.

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Ambos estábamos dormidos, yo en su pecho y él abrazándome, desnudos, tapados con una sábana blanca. La luz del sol me despertó, estaba pegando en mi cara.

"Cómo siempre"

Así es.

Lo miré y sonreí, ya extrañaba verlo amanecer a mi lado, acaricié su rostro y besé su nariz. Él sonrió.

— Buenos días, Fawn.

— Buenos días, Gruff.

— ¿Cómo amaneciste?

— Mucho mejor, ¿Y tú?

— Bien, mucho más ahora que desperté a tu lado –besó mi frente, a lo cual sonreí.

— Puedo decir lo mismo, te extrañé demasiado – tomé su rostro y empecé a llenarlo de besos, sonrió y luego comenzó a reír.

— Basta, Jones, me haces cosquillas.

— Perdón –reí levemente.

— Está bien, oye, te quiero hacer una pregunta. Es rara pero, necesaria.

Hasta que la muerte nos separe  [Completa ✔️] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora