Capítulo 29

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—Te juro que no tenía idea de que esa cerveza me afectaría tan rápido —se justificó Alejandro.

—Lo bueno es que existen estas cosas —Meli señaló el desintoxicador en la muñeca de Alejandro—. Porque si no... ¿Te imaginas que te llevo así a la torre? ¿Y qué tal si tenemos que ir de incógnitos?

—Por cierto, ya te lo puedes quitar —informó Addi.

Alejandro tomó el desintoxicador por uno de los lados y lo desprendió para luego guardarlo en su bolsillo.

—Sinceramente, no creo que la Orden de los Equilibristas nos pondría a hacer algo que implique encubrirnos —opinó Alejandro—. Yo escuché: tomen el dispositivo y vuelvan.

—Sí, pero te aseguro que todo será mucho más fácil si estamos en nuestros cinco sentidos —agregó Melisa.

—Esperen... ¿Pero como qué la torre y de ir de incógnitos? ¿De qué están hablando? —preguntó Addi extrañada.

Melisa y Alejandro se miraron por algunos segundos, pero afortunadamente habían llegado a la misma conclusión.

Lo mejor era no decir nada.

—Solo estoy bromeando, Addi. Es que teníamos planeado ir... A un museo.

—¡Oh! ¿Irán a la Torre del Barroco?

Melisa y Alejandro asintieron sin tener idea de a qué se refería su amiga.

—Es un gran museo, de verdad lo recomiendo... Y si, Bruno, ¿cómo se te ocurre llegar borracho al museo? No los dejarían entrar ni a ti ni a Meli.

Melisa sonrió tratando de seguir la corriente. —¿Ves? No soy la única que lo piensa.

—Sí, estoy bien menso. —dijo con una terrible actuación Alejandro—. Pero bueno, creo que si queremos aprovechar bien la visita, será mejor que vayamos de una vez. —Miró Alejandro a Melisa.

—Eso es cierto. —La pianista miró a su amiga—. Addi, tenemos que irnos.

La chica asintió. —Está bien. Vayan con cuidado y diviértanse.

Melisa se acercó a su amiga y le dio un abrazo. —Gracias por la ayuda.

Addi rió. —No fue mucha, pero sabes que puedes contar conmigo.

Alejandro también se despidió de ella. —Siempre sacándonos de apuros, me alegra haber conocido esta variante tuya, Addi.

—Claro, también me alegró conocerlos. —Confesó Addi—. Suerte en lo que sea la razón por la cual están aquí.

—Gracias, Addi. —Melisa se despidió moviendo su mano.

—Hasta luego, Addi. ¡Nunca le cuentes a nuestras variantes que pasó esto! —dijo Alejandro mientras se alejaba junto a Melisa.

—Descuida. —Addi también movió su mano en señal de despedida.

Cuando los chicos salieron, Addi cruzó los brazos. —Condenada Melisa, no sabía que le gustaban los juegos de rol, ni tampoco que conocía a Bruno Hernández... Como sea, espero que sigan divirtiéndose.

Por su parte, Alejandro, observando desde afuera de la facultad la torre más grande de la ciudad, preguntó. —Y bueno... ¿Ahora cómo llegamos hasta allá?

—El metrobús nos deja. —Respondió inmediatamente la chica.

—Oh no... ¿Esa maldita maraña de luces de navidad otra vez? —se quejó el chico—. ¿Te dijo Addi cómo llegar?

—Fue Lay. En este universo trabaja en esa tienda —señaló Melisa—. Ahí compré tu desintoxicador.

—¿Y no hay otra forma?

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