Cap. 13.

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By Bill.

Me levantaba sin ánimos de nada, odiaba cuando el puto despertador sonaba para avisarme qué mi maldito y miserable día comenzaba... El sol alumbrara y quemaba como la puta hostia en mi cara mientras caminaba por la Avenida Under den Linder camino a la Universidad en Berlín. Con la mirada en el asfalto, arrastrando los pies y la mochila en una mano demostrando lo rendido que me sentía frente a la vida...

- ¡¡Oye homosexual!! ¡¡Qué asco me da verte la puta cara tan temprano!!...

El pasillo de la Universidad repleto de imbéciles y las miradas de todos puestas en mí...

- ¿De qué vienes disfrazado?... ¿De travesti? Jajajajajajajaja...

Guardar mis cosas en mi casillero fingiendo que no les oía, con los cascos puestos pero con el volúmen bajo para estar alerta por si algún abusivo se me acercaba para golpearme...

- Tengo un Euro para dártelo si me chupas la polla maldito gay... Jajajajajaja...

Intentar llegar al salón saliendo libre de un guantazo, de una sancadilla, de un empujón, o esquivar las manzanas qué me tiraban por el aire apuntandole a mi cabeza, esa era la misión de todas mis mañanas, no salir del salón para evitar los recreos, huir a la hora de salida y correr literalmente para salir vivo de ese puto infierno qué había durado dos largos años... Había renunciado a la facultad de Periodismo dejando la carrera a medias para dejar de vivir ese maldito calvario...

En mi hogar la cosa no se ponía mejor, Charlotte, mi madre, tenía una vida atareada y nunca estaba en casa, pero lo peor de todo era que hacía vista gorda a todo lo qué me ocurría en la Universidad, decía que era normal en los jóvenes ser así de burlones con los chicos más débiles, y qué tenía que ignorarlos, mi Madre no era una mala persona, pero era pésima resolviendo problemas, todo lo solucionaba con un abrazo y un beso en mi frente, y aveces funcionaba, pero habían ocasiones dónde sentía ganas de huir, de largarme y dejarlo todo tirado.

Gordon, el tercer esposo de Charlotte, si, se había casado tres veces y aunque sus matrimonios nunca funcionaban ella lo seguía intentando... Llevaban una relación de dos años y se habían casado un mes antes de que yo me fuera de Berlín, Gordon tenía dos hijos y se habían ido a vivir a nuestra casa. Antes de que eso pasara yo ya había tomado la decisión de venirme a Sankt Pauli, había elegido este lugar porque había escuchado que acá era muy común ver chicos como yo, raros, especiales, anormales... Para mi sorpresa, si los habían, pero ni recibían un mejor trato que en Berlín, acá no solo se les molestaba o se les acosaba, acá se los vioaban, los mataban a batazos y los dejaban tirados por ahí como a perros y a nadie le importaba...

Ahora estaba aquí, metido en un puto agujero de menos de medio metro de altura, encorvado y adolorido, me costaba respirar y la extrema oscuridad me estaba haciendo imaginar las peores cosas...
Lo único bueno de haber venido a Sankt Pauli, era haber conocido a Tom... Haber conocido a los de la banda y darme cuenta que en el escondite más mugroso de Alemania había un espacio para mí, era un incomprendido en Berlín, pero en Reeperbahn era aceptado y no solo eso, había encontrado el amor de una persona, la persona que en este preciso momento estaba peleando por resguardar mi vida mientras yo temía por la suya...

Podía oír a Georg caminado afuera de la habitación, y cada vez que hacía algún ruido muy fuerte el corazón se me aceleraba y sentía pánico... Si los cabezas rapadas venían hasta el callejón y atracaban la pensión estábamos fritos, sobre todo yo, siendo el débil, el inútil y el marica de seguro me mataban al primer intento.

Apoyaba mi mentón en mis rodillas y las piernas me temblaban, sentía un frío horrible y el olor a tierra era asqueroso, la cabeza me chocaba con la madera del piso y no podía moverme ni medio centímetro porque no había absolutamente nada de espacio, tenía la espalda, las piernas y los brazos adormecidos y ya había perdido la noción del tiempo, no sabía si llevaba cuarenta o cincuenta o sesenta minutos aquí, tal vez más de una hora o quizás dos, no lo sé, la cosa era que el tiempo era eterno y la espera era desesperante, sin saber nada, con el miedo constante de que a los chicos algo malo les ocurriera... Tomaba aire entrecortado y cerraba mis ojos, tarareaba una canción en mi mente intentando no volverme loco aquí abajo...

Encadenados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora