Cap. 15.

692 65 148
                                    

By Gerard.

Una enorme mosca estaba parada en la punta de mi nariz, llevabamos varios segundos mirándonos y podía ver con exactitud como se sobaba sus pequeñas manitas y aleteaba sus transparentes alas de manera ansiosa.
Tendido en mi cama con la misma ropa del día anterior, oliendo a cadáver ajeno y tan cansado que no era capaz de mover un solo músculo.

—¿Para dónde iras después de qué salgas de mi nariz, eh? —Le pregunté curioso.

De seguro la vida de una mosca era similar a la mía, volando sin rumbo y descansar un momento sobre la mierda...
El aire tibio del medio día me estaba haciendo sudar demasiado y tenía que levantar el trasero de la cama para empezar un día más, más de lo mismo... Drogarme, alcoholizarme, robar, matar y comer algo si es que el estómago me lo pedía...

Al ponerme de pie la mosca no se inmuto en volar, seguía pegada en la punta de mi respingada nariz y en un solo manotazo la atrape en mi mano.

— No irás a ningún lado... Porque voy a matarte. —La atrape con mi mano en un movimiento rápido dejándola aplastada entre mis dedos y sentí sus últimos zumbidos agonicos.

Ojalá alguien me atrapara así de fácil y acabará con mi vida de una buena vez. ¿Pero quién podía atreverse a desafiar a un demente cómo yo?.
Desde muy pequeño me había interesado en lo oscuro, y eso me había pasado la cuenta... Había vivido una infancia solitaria, sin amigos ni familia, me encerraba en el Garage de nuestra pequeña casa en las afueras de Sankt Pauli, leía historietas de terror e incluso yo mismo hacía dibujos y también historias de cómics para entretenerme.

Siempre me había gustado lo misterioso, me gustaba imitar las expresiones de los vampiros o de los payasos asesinos mientras me miraba en el espejo y realmente era bueno actuando, así que me dedicaba a eso... Por las noches me la pasaba despierto, siempre me había costado conciliar el sueño y mi abuela me había llevado al doctor varias veces para saber qué era lo que ocurría conmigo, me habían diagnosticado trastorno de ansiedad, trastorno de la personalidad y depresión, yo siempre me había dado cuenta que era diferente a los demás, en el colegio nadie se me acercaba y me tenían muchísimo miedo, era silencioso pero cuando me alteraba por algo podía ser muy violento y me habían expulsado en varias ocasiones por agredir a mis compañeros o ha los profesores.

Me gustaba cortarme los brazos y las piernas pero no lo hacía para llamar la atención de nadie, simplemente me gustaba la sensación del dolor y cuando la sangre salía de mi cuerpo me parecía muy satisfactorio.

Margo, mi abuela, luchaba por cuidarme desde mis cinco años, ya que mi verdadera madre llamada Susan, se había suicidado después de que mi Padre la abandonara a ella y a mí por irse con otra mujer.
Cuando cumplí mis trece años, Margo me contó que mi Padre seguía en Sankt Pauli, yo en ese tiempo me había puesto un tanto rebelde y ella me amenazaba diciendo que si no le obedecía a sus órdenes me enviaría con él para para librarse de mí... Así que comencé a averiguar sobre la vida de ese hombre hasta que di con él... Trabajaba de mecánico en un taller en el centro del Distrito, y una noche lo visite en su casa después de seguirlo desde su trabajo.
Lo molesté un par de horas para asustarlo con pequeñas cosas, cómo cortarle la luz, romper algunos vidrios y cosas así... Pero cuando el juego me aburrió, toque el timbre y lo esperé en la puerta.
Se lamaba Gerard, cómo yo, la estúpida de mi Madre me había puesto su mismo nombre...
Cuando Gerard abrió la puerta me observó aterrado... Y con justa razón, yo llevaba puesta una de mis máscaras de payaso favoritas y después de decir la frase
"nos veremos en el infierno",
le atravesé un cuchillo en el estómago qué le quitó la vida a los pocos minutos de desangrarse...

Margo ni nadie, nunca supieron que yo había sido el responsable de su muerte, además al poco tiempo ella comenzó con problemas de salud, se le olvidaban las cosas, le daban fuertes dolores de cabeza y se desmayaba de la nada, comenzó a escuchar voces y perdía la cordura en todo momento... Es ahí cuándo Beatriz mi tía de cincuenta años se vino a vivir a nuestra casa para cuidarla, pero al poco tiempo de convivir conmigo empezaron a molestarle mis malos hábitos.
Me pillaba espiandola de noche, o le aterraba mi forma de vestir y usar extraños disfraces. Lo que la hizo tomar la decisión de echarme a la calle fue ver uno de mis dibujos tirados en el Garage, la había dibujado a ella colgada del cuello sobre uno de los pilares del mismo Garage y yo a su lado, mirándola y sonriendo feliz por su muerte.

Encadenados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora