Capítulo 16.

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By Bill:

La paliza más grande que había recibido en mi vida me la habían dado en la Universidad. Un grupo de cuatro idiotas me habían golpeado con los balones de Baloncesto en la clase de gimnasia. Esas mierdas eran tan jodidamente duras, que cada pelotazo se sintió como si me azotaran con fierros por todo el cuerpo.
Pasé varios días sin salir de casa, sin poder moverme del intenso dolor, me dolía hasta el pelo, la piel la tenía tan amoratada, que sentí vergüenza de que me vieran en esas condiciones y preferí esconderme en mi habitación, hasta que los moretones desaparecieron por completo.

Recuerdo lo triste que estaba mamá aquel día. Lloró muchísimo al ver a su adorado e indefenso hijo, sufrir por culpa de unos abusivos. Se enfurecio cuando vio los peores golpes en mi espalda, pasó de las lágrimas a la rabia y quiso incluso denunciar a los profesores por no haberme ayudado. Pero yo se lo impedi, le suplique incluso que no lo hiciera, por miedo a que me llamaran soplon y las represalias fueran peores con los días. Al fin y al cabo el que tenía que seguir asistiendo a ese lugar de mierda y poner la cara de gilipollas, era yo.

Obviamente las palizas qué recibía Gratuitamente en la Universidad, no se comparaban en absoluto a la bestialidad con la que Luther acababa golpearme ahora. Golpes letales, Luther no solo quería burlarse de mí como mis compañeros de aquella época, él me quería ver muerto.

En un vacío absoluto, navegando en un sueño profundo donde todo me daba vueltas, comencé a escucharme respirar a mi mismo, completamente agitado. Fue tanto el miedo que me generó ver tanta oscuridad, qué creí incluso, haberme muerto.
De pronto, un ruido repentino me alertó y comencé a correr, escapando de algo que desconocía en absoluto. La oscuridad comenzó a volverse gris mientras aumentaba la velocidad al avanzar tan desesperado, que me detuve de un sopetón.
La imagen se aclaró frente a mis ojos y sin entender cómo, ni en qué momento... me encontraba en el Elba.

Me volteé girando sobre mi mismo, mirando a mi alrededor confundido, el roquerio estaba muy cerca, la quieta y calmada agua del Río Elba frente a mí, ¿Acaso, Estaba soñando?.
Comencé a caminar lentamente y al sentir la arena en mis pies descalzos, hice una pequeña pausa para apreciar la placentera sensación.

—¡¡Nooooooooo!! ¡¡No me toquen!! ¡¡Dejenme en paz!! ¡¡Geeeerard!! ¡¡Ayúdameeee!!. —Aline, era su voz.
Me voltee precipitadamente, buscando como un loco el lugar desde donde provenían sus gritos de auxilio.

—¡¡Suéltenme!! ¡¡No me lastimen, por favor!! ¡¡Se los suplico!! ¡¡No me hagan daño, por favor!!. —Lloraba, se desgarraba suplicando y yo comenzaba a desesperarme al no poder encontrarla.

—¡¡Aliiiine!! ¡¡Aliiiine!!. —Grite. Y mi voz retumbo en aquel escenario ficticio que mi imaginación había creado para atormentarme.
De pronto, un montón de risas aterradoras se escucharon muy cerca y al levantar la mirada, les vi.

—¡¡Dios mío, ayúdame!! ¡¡Por favor!! ¡¡Me duele!! ¡¡Nooooo!! —Seguía suplicando, pero ni Dios ni nadie, le habían podido ayudar. La violaban, uno detrás de otro, sin detenerse, sin darle descanso, sin piedad, sin compasión.

El cuerpo dejó de responderme, me quedé completamente paralizado en aquel espacio dónde mis pies se enterraron con la húmedad del Río. Sin darme cuenta, me había llevado las manos hasta la cara, intentando ocultarme a mi mismo de aquella escena tan dolorosa y aberrante.

—Déjenla... Sueltenla... ¡Basta! ¡Sueltenla ya!. —Las últimas palabras me salieron en un grito cagon, débil y patético qué nadie jamás me hubiera obedecido al oirme.

Vi cómo se agotaron sus fuerzas y Aline simplemente dejó de resistirse, entregandose a la pervertida voluntad de esos animales. El enorme grupo de cerdos se cansó de usarle y soltaron su pequeño e indefenso cuerpo. Comenzaron a retroceder uno en uno, abriendo espacio en un círculo que le dio cavidad a mis ojos. Luther, pude reconocerle perfectamente, allí estaba el muy hijo de puta, jactandose de su hombría, creyéndose el ser más poderoso por atreverse a someter sexualmente a una muchachita en contra de su voluntad. El muy bastardo fue el último en soltarle, vi a ese hijo de perra masturbarse hasta acabar sobre el cuerpo moribundo de mi pequeña amiga. Acabó, salpicando sus asquerosos fluidos sobre ella de una manera aberrante, enferma y bestial.

Encadenados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora