Capítulo 25.

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By Tom:

Una semana había pasado desde que Bill y yo habíamos roto.
Todo había regresado a aquella normalidad que tenía mi vida antes de que lo conociera a él.

Habíamos regresado a vivir a la Pensión con la banda, cada quién usaba su cuarto, los mismos trabajos, la vigilancia y las caserias. Era como si literalmente mi vida nunca hubiera cambiado, y regresara en el tiempo, de vuelta a la fecha cuando yo seguía siendo el líder más temible de Sankt Pauli y Bill no existiera.

Me parecía impresionante que de la noche a la mañana todo se hubiera acabado entre nosotros, y aunque habían noches en las que ni siquiera podía dormir pensando dónde estaría, intentaba mantenerme ocupado para no flaquear.

Había optado por no ir a visitar a Gerard al Hospital, ya que probablemente nos topariamos allí, además Bill había logrado poner a Gerard y a varios de los chicos en mi contra, me había robado a mis putos amigos. Penny no me tomaba muy en cuenta, Andy cumplía con sus obligaciones pero me evitaba y ya casi ni hablábamos. Gerard, apenas me vio aquel día en el Hospital, me echo en cara todo lo que pensaba de mi, dejándome muy en claro que con lo que le había hecho a Bill, yo ya no le parecía una persona confiable.

En resumidas cuentas, me dedicaba a robar, beber y consumir drogas para no llevar la cuenta de los días que me consumían poco a poco.
La rabia, el enojo, los momentos de furia eran más a menudo, me peleaba con todo el mundo, incluso había tenido una absurda discusión con Black y Kam, cuando regresaron de casería hace dos noches atrás y me di cuenta que el dinero que traían, no era suficiente para comprarle droga a nuestro proveedor en Königstraße.

Para drenar, prefería encerrarme a planear mi siguiente ataque a los calvos qué quedaban vivos, seguía teniendo pendiente ir a Sttutgart para resolver aquel tema con los Nazis, estaba esperando que Gerard saliera del Hospital para tomar cartas en el asunto, mientras tanto, Georg y Gustav habían viajado, para llevarles mi regalito a esos ancianos, los cuatro dedos de sus queridos hijos y nietos.

Sabela, Fátima y las chicas, habían regresado a sus casas, al igual que Dante y Ronnie, pero venían de vez en cuando a la Pensión a jugar billar y beber cerveza por las noches.
En esas noches, me había vuelto a encontrar con Arlen, y como un maldito cagon, la había ignorando, fingiendo haber olvidado lo que había ocurrido entre nosotros, y ella había optado por tener el mismo comportamiento que yo, distante.

Me levanté por la mañana con la resaca dándome duro en la cabeza, después de haber bebido la noche anterior hasta quedar en estado de bulto y el cuerpo comenzó a pedirme con urgencia que consumiera drogas.
De inmediato me dirigí hasta la habitación de Penny para pedirle algunos gramos de cocaína, antes de partir al Hospital, ya que a Gerard al fin por la tarde le darían el alta médica.

—¿Qué?. —Me preguntó de manera seca cuando apareció detrás de su puerta, mirándome como si yo representara al ser más despreciable para él.

—Necesito cocaína. —Le dije rascándome la barriga y fingiendo desinterés de su desprecio.

—Consigue tú propia droga, amigo. —Me la negaba el maldito de mierda, jamás nos negabamos ni la droga ni el alcohol ni la comida. Pero Penny se empeñaba en demostrarme qué nuestra amistad ya no era la misma de antes.

—Deberías tomar una ducha, te ves asqueroso... Incluso Snuff huele mejor que tú. —Cerró la puerta en mi puta cara, sin darme tiempo para responder a su comentario y me quedé ahí con cara de imbécil.

Me devolví hasta mi habitación, resignado.
No tenía intenciones de tomar una maldita ducha, así que simplemente me cambie la camiseta por una que no apestara tanto, me até una pañoleta en la frente, cargue mi pistola con balas y la metí junto con mi navaja en la pretina de mi pantalón, incrustada en mi pelvis.

Encadenados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora