Capítulo 59

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Henry Wells llevaba aproximadamente quince minutos metido en el auto desde que aparcara éste en el patio de su casa, parecía incrédulo ante lo que había sucedido, Emma había decidido dejarlo e irse con sus padres, se pregunta cómo debía sentirse ante tal situación, ¿frustrado o aliviado? Al menos podía estar tranquilo al saber que estaba con sus padres, pero necesitaba disculparse, ¿cómo podía hacerlo si la única idea que tenía ella era mantenerlo lo más lejos posible?

Al final tuvo que bajarse del vehículo y meterse en la casa, se sentía algo agotado, no había comido casi nada en dos días y necesitaba darse una ducha mientras pensaba en cómo debería actuar para solucionar cada problema que tenía entre manos, comenzando con recuperar a su esposa y su fututo hijo, los necesitaba a los dos.

Entró en su cuarto desabotonándose la camisa, una vez dentro se la quitó y la lanzó sobre la cama. todo volvía estar limpio, Diana se había encargado de todo mientras no estaban.

Después de darse la ducha, se sintió un poco más relajado y con la mente algo fresca. Regresó a la habitación y mientras recogía sus cosas de la cama, recordó que cuando encontró a Emma tirada en el suelo, había una nota sobre ella, ¿dónde se encontraba ahora? miró alrededor y justo se encontraba sobre la cómoda. Se acercó, la tomó y leyó lo que ponía.

"Pido disculpas por haberme tropezado contigo aquel día y por haberte pedido ayuda. Siento en el alma haber cambiado el curso de tu vida con mi presencia en tu hogar. No podría culparte por cómo acabaste de tratarme, entiendo que no es fácil tratar con alguien que no corresponde a este lugar, eso cambió cuando se fue mi padre, ojalá lo encuentre muy pronto porque no tiene sentido que yo siga aferrándome a un lugar que ya no me corresponde, sería la única forma de dejar de estorbar a todos los que se acercan a mí. En todo caso, agradezco esa ráfaga de amor que creí sentías por mí. Como te he querido en esta vida, seguiré queriéndote en el más allá. Espero que no te sientas culpable y encuentres a la persona que te corresponde para así ser totalmente feliz."

Henry se dejó caer sobre la cama sintiéndose derrotado. Ella no solo había intentado acabar con su vida por cómo la trató, sino porque sentía que nadie la quería. Si tan solo supiera que él no se veía capaz de vivir en un mundo en el que ella no estuviera. Era gracias a ella que volvía a sentirse humano, tenía sentimientos y ya no solo sus objetivos laborales le importaban, eso había pasado a un segundo plano y le importaba su relación con ella. Emma tenía que saber que ella lo era todo para él, que sí le importaba y que había sido un completo idiota al haberse comportado de aquella manera irracional. En eso tenían razón sus padres, ella lo había cambiado.

Unos días después, su madre pasó a recoger algunas cosas de la chica, las cuales necesitaba. Le dijo a su hijo que debía seguir teniendo paciencia, que aunque la chica todavía no quería verlo, que algún día lo haría.

―¿Pero cuándo mamá? La quiero conmigo―dijo angustiado.

Pero no le quedaba de otra, tenía que seguir esperando todo lo que fuera posible. les llamaba a sus padres cada día para preguntar por su salud y su estado de ánimo. Al parecer Emma seguía deprimida y no tenía ganas para nada. De vez en cuando pasaba por el pueblo, una o dos veces por semana, para probar por sí mismo su evolución y realmente verla de aquella manera le partía el corazón. Obviamente no podía dejarse ver por ella para no incomodarla y empeorar la situación. Hablaba muy poco, no comía lo suficiente y se quedaba distraída de vez en cuando. Shara procuraba levantarle el ánimo, pocas veces lo conseguía, pero no podía mantenerlo.

Había pasado más de un mes y seguía sin poder acercarse a su esposa, era el infierno más grande en el que se había sentido. ¿Qué más tenía que hacer?

―¿Podría comprarle algo que le levante los ánimos? ―le había sugerido su asistente.

―¿Qué se te ocurre? ―preguntó abierto a sugerencias.

―Es su esposa, estoy seguro de que sabrá qué es lo que podría hacerla feliz.

¿Estaría vacilándolo? En todo caso, tenía razón, él debería ya saber qué es lo que le gustaba a ella.

En una de sus visitas a Conwy, encontró a Emma sentada sola en una de las mesas del jardín. Tenía el pelo suelto, el cual estaba siendo movido por la fuerte brisa del día, tenía los ojos cerrados y se veía realmente hermosa. No se resistió y avanzó hacia donde se encontraba mientras la admiraba con melancolía.

Al parecer la chica pudo sentir su presencia y abrió los ojos de pronto topándose de esa manera con él de pie al otro lado. Se sobresaltó por un instante mientras lo miraba.

―Hola Emma. ―la chica no dijo nada, tenía las dos manos aferradas a su pecho y parecía asustada por tenerlo junto a ella. ―Necesito que hablemos.

Como era evidente que ella no iba a decir nada, se acercó una silla y se sentó en ella. Emma apartó la mirada de él y la dirigió a cualquier otro lugar, ¿quién era ella para prohibirle estar en la casa de sus padres? Debería haber supuesto que eso pasaría en cualquier momento.

―Ya lanzamos los productos al mercado, como presidenta creo que era mejor que lo supieras.

La chica se preguntó si él había dejado su adorada compañía solo para darle aquella información. Llevaba tiempo preguntándose si había leído ya su nota sobre la cama, seguramente lo había hecho, se sentiría tan culpable que solo quería sentirse mejor. Empezaba a sentir hormigueos en los ojos ¿de verdad iba a llorar? ¿por qué demonios había tenido que volver a verlo y escucharlo?

―¿Crees que podemos hablar de nosotros?

La chica se puso de pie de golpe, sus impulsos de llorar se estaban haciendo presentes y no podía permitirse llorar frente a él. Sin pronunciar palabra abandonó el lugar y entró en la casa. Henry se apoyó contra la silla y soltó un suspiro. Eso no debería continuar así.

Una semana después, Mario obtuvo el permiso de su jefe de ir a visitar a Emma, no sin antes encargarle un obsequio para ella, se trataba de un cachorro de raza Pomerania, un cachorro de tan solo una semana y de color blanco. Había visto a una chica con uno igual, pero un poco más grande y se había acercado a preguntarle si les gustaba a las mujeres en general, la forma en que le contestó le dio la impresión de que a su esposa podría gustarle.

―Supongo que no puedo decirle que se lo envía usted.

―No.

Mario llegó al medio día y encontró a Emma y a su suegra haciendo bordados sentadas frente a la casa, ella debía de estar aprendiendo porque no le salían igual que la mujer que al parecer era una experta en el tema. Shara se puso en pie cuando lo vio y le dio un abrazo.

―Bienvenido hijo, solo faltabas tú.

―¿Cómo están?

―Estamos bien, como puedes ver. Hija, ¿no vas a saludar a Mario?

Emma se había limitado a mirarle mientras se preguntaba si su llegada había sido por mandato de su jefe.

―Sí. Hola Mario. ―se limitó a decir sin moverse de su lugar.

La mujer llamó a Soledad, la criada, y le pidió que trajera algo de beber al muchacho.

―¿Qué llevas allí? ―preguntó Shara fijándose en que la bolsita que traía él se movía.

―Ah, eso. Es para Emma. Es un regalo. ―la chica lo miró curiosa e intrigada.

Mario abrió la bolsa y de ésta apareció el cachorrito. Emma abrió los ojos llenos de sorpresa y ternura.

―¿Puedo? ―preguntó, ésta vez se había puesto de pie.

―Claro, es tuyo.

La chica tomó al cachorro peludo y en su rostro apareció una amplia sonrisa. Mario y Shara se miraron sorprendidos de al fin verla feliz.

―Es precioso, y muy pequeño. ―dijo acariciándolo con delicadeza. ―¿Cómo supiste que me gustaría? Y ¿cómo te permitiste comprarme algo igual? Debió costarte.

Mario miró a Shara y ésta entendió que el regalo había sido de su hijo.

―¿Saben qué? ―habló la mujer―Los dejaré solos, creo que tienen mucho que contarse.

La protegida del CEO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora