11: Mostaza

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Tenía sentido, realmente tenía sentido pensar que esa morocha hermosa fuera una prostituta de categoría y que esa fuera su coartada perfecta para cobrar una fortuna o desvalijarlo. Seguramente detrás de la puerta la esperaba su proxeneta con un arma, listo para apuntarle y quitarle todo lo que tuviera de valor. De repente quiso llorar, pero Nayla, recuperada de la sorpresa, soltó una carcajada genuina y rodó por la cama.

— ¡Debería pagarte yo a vos! — dijo entre risas y se levantó de la cama para ir al baño. No tardó demasiado, salió completamente vestida y calzada con sus chanclas de entre casa alisando su cabello con las manos.

Lucas la miró a la distancia, realmente era una diosa, pero mientras pensaba eso oyó el estómago de Nayla rugir por el hambre e inmediatamente supo que en realidad era humana.

— ¿Tenés hambre? ¿Quisieras comer algo? Traje comida de la calle. — Se puso una camiseta color rojo desteñido y salió de la habitación para buscar la bandeja con comida que había comprado y que había dejado sobre el mesón de la cocina.

Nayla lo siguió, de todos modos la puerta de salida estaba en aquella dirección, pero Lucas desenvolvía un paquete de tamaño considerable envuelto en papel.

— Es de pastrami, con lechuga, tomate, aceitunas... — Miró con interés el sándwich enorme que tenía en las manos, intentando ver, o recordar, qué más tenía. — ¡ah! tiene queso, gouda y danbo.

En otra circunstancia se hubiera negado, pero no sólo tenía hambre, sino que la visión de ese sandwich la antojó de manera desesperada.

— ¿Tendrías mostaza? — Preguntó, sintiéndose desesperada por comerse esa obra maestra que su vecino tenía en las manos.

Lucas pensó y dejó el sándwich en la mesa para abrir el refrigerador.

— No, no tengo, sólo mayonesa... — Dijo, pero luego pareció recordar algo y sacó de algún compartimento dos sobrecitos de mostaza de una casa de comida rápida.

Cortó el sándwich al medio con un cuchillo y le dio la mitad a Nayla junto con los sobrecitos de mostaza.

La vio abrir la mostaza con los dientes y de repente otra duda asaltó su mente.

— ¿Cuántos años tenés? — le preguntó, ligeramente preocupado por la respuesta.

Nayla sabía que él era evidentemente mayor que ella... y como de todos modos faltaba poco para que cumpliera los dieciocho no veía el caso de decir la verdad.

— Diecinueve. — Mintió mientras vaciaba ambos sobres de mostaza sobre el pan de su sándwich.

A Lucas no le pareció que fuera mentira, y mordió su parte del sándwich.

— ¿Estás estudiando o ya trabajas? — Se sintió un idiota haciendo esa pregunta e inmediatamente se arrepintió, pero ella respondió que estudiaba, sin darle mayor importancia, y antes de que él pudiera preguntar qué estudiaba ella mencionó que el sándwich estaba muy bueno y le preguntó de dónde era... y así lo entretuvo lo suficiente como para que olvidara lo que quería preguntar realmente, mientras le indicaba exactamente dónde quedaba el local donde lo había comprado, aunque no recordaba las calles y cuando quiso mostrárselo en el mapa recordó que su celular estaba sin batería, abandonado por ahí, y se levantó a enchufarlo mientras Nayla comía con ganas su mitad del sándwich.

Y cuando su celular demostró volver a la vida recordó por qué su vecina estaba ahí.

— Todavía tenés que elegir el modelo de juguete que querías. — Le dijo mientras iniciaba su teléfono.

— Cierto. — Ella también lo había olvidado. Buscó su celular y le pidió a Lucas su número de teléfono para que le pasara el listado de las opciones que tenía en cuanto su celular reviviera, y cuando lo agendó y vio su foto de perfil -él mismo, de frente, muy profesional- recordó que él también tenía un juguete. — ¿Usaste tu juguete? — preguntó entonando de manera traviesa las palabras.

Lucas no pudo evitar sonrojarse y rápidamente ocultó su rostro fingiendo que miraba su celular que proyectaba las imágenes de inicio a todo color.

— No tuve tiempo..._ mintió, pero Nayla supo que mentía y sonrió.

Se chupó los dedos con restos de sándwich y se levantó de la mesa.

— ¡Entonces te dejo que lo pruebes! Te escribo más tarde. — dijo y fue hasta la puerta de entrada y le arrojó un beso volador con la punta de los dedos y salió del apartamento a toda velocidad.

Lucas se quedó paralizado, y cuando la puerta se cerró y volvió a estar en soledad volvió a dudar si algo de todo aquello realmente había sucedido. 

Nido de cigüeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora