20: Foca asada

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En su mente sólo había una manera de acercarse a ella y no parecer raro, así que el lunes decidió continuar haciendo home office y antes del mediodía le envió un mensaje de buenos días.

— Estoy trabajando desde casa y tenía pensado pedir comida, te invito. — Escribió el mensaje tantas veces que terminó sintiéndose un retrasado, y si bien no estaba conforme con el resultado final, lo envió de todos modos deseando que Nayla no se fijara en el pequeño detalle de que era un idiota hasta para enviar un simple mensaje.

El corazón le latía a toda velocidad mientras esperaba la respuesta, pero la respuesta demoró un poco más de una hora, y cuando llegó, se abalanzó sobre el teléfono.

— Buen día. Recién me despierto. — Respondió ella, y añadió un emoji que sonreía sonrojado.

Lucas intuyó que eso rechazaba su invitación, considerando que recién se despertaba seguro tomaría algo para desayunar y todas las comidas del día quedarían desplazadas. Estaba escribiéndole que no pasaba nada, que otro día la invitaba cuando ella envió otro mensaje.

— ¿Qué vamos a comer? — Preguntaba.

Borró con rapidez lo que escribía y le preguntó qué quería almorzar. Estaba dispuesto a conseguir foca asada si ella se lo pedía como un capricho... o como un antojo. Y la idea de Nayla deseando algo, y él consiguiéndolo, le regaló una sensación nueva en el pecho que nunca antes había sentido y no estaba seguro de cómo clasificarla, pero estaba seguro que si él podía satisfacer sus deseos entonces todo, absolutamente todo, iba a estar bien.

Se le aceleró el corazón cuando vio que ella no escribía, sino que grababa un audio

— mmmm creo que quiero comida árabe... de esos... ¿cómo se llaman? son como unos rollos envueltos... no son fatay, los otros, enrolladitos...

Lucas no tenía idea de lo que hablaba, pero escucharla fue algo de otro mundo. Tenía voz de dormida, se la escuchaba moverse entre las sábanas e imaginarla en la cama hablando así despertó a su miembro viril que se removió ligeramente inquieto.

Rápidamente buscó en internet qué podía ser lo que ella pedía.

— ¿Shawarma? — escribió, sin estar seguro de qué era eso, jamás había comido comida árabe en su vida.

— ¡Sí! Quiero eso, de carne. — respondió ella rápidamente, lamentablemente por escrito y no en un audio.

Lucas buscó el lugar mejor calificado por el público para pedir shawarma, ni siquiera miró el precio, no le importaba si tenía que pagarlo en oro puro, lo iba a hacer, iba a hacer cualquier cosa. Le envió una captura de pantalla para confirmar si era eso lo que ella quería, y cuando tuvo su confirmación, hizo el pedido y agregó dos postres diferentes, para saciar cualquier posible deseo de la diosa del sexto A.

— Voy a darme una ducha rápida, ¡no empieces a comer sin mí! — Escribió ella, y agregó un emoji de besito.

Si Nayla supiera todo lo que provocaba en Lucas, probablemente sentiría miedo... o probablemente se volviera la mujer más poderosa del planeta sabiéndose dueña de un perro fiel que haría cualquier cosa por ella.

Los largos minutos que demoró el pedido en llegar se le hicieron eternos a Lucas, que más que hambre de comida tenía hambre de la presencia de Nayla, su vecina.

Para matar la ansiedad -y el tiempo también- revisó que el apartamento estuviera lo suficientemente ordenado, se lavó apuradamente los dientes y se hizo un enjuague bucal; y mientras revisaba si sus dientes necesitaban hilo dental sintió el sonido sordo del timbre que anunciaba que el pedido había llegado.

Se apresuró a atender por el intercomunicador, y mientras bajaba por el ascensor le envió un mensaje a Nayla:

— La comida acaba de llegar. — Escribió, apurado. Muerto de ansiedad, de verla, de tenerla con él.

Su hambre de verla fue saciada cuando regresó con el paquete de comida y la vio esperándolo frente a la puerta de su apartamento, con el pelo húmedo sobre la espalda. Tenía una sonrisa en el rostro ligeramente hinchado y una actitud tranquila que contrastaba enormemente con la ansiedad de Lucas, que sintió su cuerpo temblar solamente por verla ahí, de pie frente a su apartamento, esperándolo a él.

— Me muero de hambre. — Dijo al verlo, y tomó de las manos de Lucas el paquete de la cima, que era los postres árabes, y espío abriendo ligeramente el borde del paquete para ver qué era. — ¡Me encanta el haris! — exclamó, contenta, y Lucas se sintió como si ganara un premio: había atinado en el juego a ciegas de consentirla. 

Nido de cigüeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora